malacostumbrados a la perpetua bonanza de las islas. Todavia sigue ahi cuando atravieso la puerta de la zona de salidas. Viajo solo con equipaje de mano. No se a que he venido, pero no olvido que tengo billete de vuelta para el dia siguiente. Para que traer peso innecesario.
En todo el camino desde el avion estoy tratando de imaginar a Anna Giovanelli. Por el nombre la supongo italiana, morena, de profundos ojos oscuros. Pero cuando salgo y diviso el cartel con mi nombre, en letras grandes, observo que lo sujeta una mujer rubia, de ojos color miel. Es mas alta y un poco mayor que yo. No mucho. No creo que haya cumplido todavia los cuarenta. Mas que atractiva, resulta agradable. Instantaneamente calida. Se que no me conoce y me aprovecho, durante esos pocos segundos en los que aun puedo ser solo una mas de las posibles versiones de la persona a la que espera, para observarla. Luego me dirijo a ella y me presento.
Sonrie, me tiende la mano y me saluda en espanol. Lo hace con una naturalidad que me desarma. Como si fuera, que se yo, alguien de la organizacion de un congreso que recibe a un participante.
– Perdone, ?entiende espanol, verdad? -se disculpa de pronto.
Le digo que si, que no se preocupe, en mi espanol del que no consigo que se vaya el acento britanico, aunque ahora este revuelto con el de las islas. Ella habla un espanol impecable. Sin acento.
Me dice que ha traido su coche y me ofrece ayuda con mi pequena maleta, pero le hago ver que no es necesario. En el camino al aparcamiento me habla del tiempo, del que hace aqui en Berlin, y tambien se interesa por el que deje atras, en las islas. Me cuenta que conoce varias. Desde el cajero automatico hasta el coche, y durante el primer tramo del viaje, eso centra la conversacion.
Si no fuera tan amable, si no pareciera todo tan normal, le haria ver de algun modo que seria un detalle por su parte explicarme algo de lo que esta sucediendo, adonde me lleva, etcetera. Pero ella me sigue hablando de playas, volcanes y comida, como si no tuviera mas deber que distraer a la desconocida durante el trayecto. Como si creyera que alguien me ha informado ya, y que a ella tan solo le toca trasladarme y hacer que todo resulte lo mas comodo y banal posible. A lo mejor eso es lo que cree, pienso, y le sigo la corriente con la sensacion de estarme comportando de un modo tan idiota e incoherente como nunca en toda mi vida. Al llegar a las primeras calles de la ciudad, cambia de asunto y empieza a darme explicaciones sobre la geografia y la historia de Berlin. No sabria decir si es una experta en la materia o si no hace mas que repetir con gracia lo que a ella le han contado. Pero consigue no callar en todo el tiempo, asi que me rindo a su locuacidad y aprovecho para descubrir lo que pueda de esta ciudad que contemplo por primera vez. Me sorprende por lo heterogenea. Hay avenidas senoriales, plazas futuristas, pero tambien calles descuidadas, como detenidas en el tiempo. Anna me explica que atravesamos el antiguo Berlin Oriental, que esta aun en pleno proceso de renovacion urbanistica. No se si lo celebro o lo lamento. No me disgustan esas fachadas descoloridas.
Bajamos por la avenida Unter den Linden, la que fuera arteria principal de la vieja capital prusiana, como puntualmente se me hace saber. Rodeamos la puerta de Brandeburgo y pasamos a lo que antes de la caida del muro era la zona occidental. Anna me senala el Reichstag y me habla de la reciente reforma del edificio, segun el proyecto del arquitecto britanico Norman Foster. Me empiezo a preguntar si era necesario pasar por aqui o si es que le han encargado que me lleve a hacer un recorrido por las principales atracciones de la ciudad. Poco despues le toca el turno al memorial de los caidos rusos en la conquista de Berlin. Me hace notar la circunstancia curiosa de que el monumento quedo en la zona occidental, y de como, aun en los momentos mas crudos de la Guerra Fria, lo custodiaba una guardia sovietica que cada manana atravesaba la frontera. A ambos lados de la avenida se extiende una densa masa de arboles. Todo es un parque. Aunque mas bien parece un bosque.
– El Tiergarten -explica mi guia-. El pulmon de la ciudad.
El recorrido turistico acaba pocos minutos despues, ante la puerta de un hotel. Anna para el motor y me informa:
– Le he reservado habitacion aqui para esta noche. Si quiere puede registrarse ya y dejar el equipaje. ?Necesita que la acompane?
Por primera vez tengo la presencia de animo suficiente como para hacer algo que no sea dejarme llevar. Le digo:
– Supongo que hablaran ingles, ?no?
Anna asiente y sonrie. Su sonrisa es bondadosa, complaciente.
No me demoro mucho en el hotel. Los tramites del registro son rapidos. Dejo mi maleta en la habitacion y paso un momento al bano. Me entran ganas de echarme agua en la cara, pero me contengo: no me apetece volver a maquillarme. Tampoco me he pintado mucho, puede pasar sin retocar. Solo me lavo las manos.
Cuando vuelvo, Anna esta en el coche, armada con su invariable gesto de afabilidad. Por un momento cruza por mi mente la idea de abofetearla. ?Ocurriria algo o seguiria sonriendo? Quince minutos despues, tengo ocasion de arrepentirme de esta frivolidad mia. Sucede cuando Anna, que ha aparcado el coche en el garaje situado en el sotano de un edificio residencial de aspecto pudiente, saca la llave del contacto, me mira por primera vez dentro de los ojos y sin esa amabilidad postiza, aunque sin despojarse de la suavidad que parece inseparable de su caracter, me hace esta advertencia:
– Esta muy delicado. Segun los medicos, no deberia recibir visitas, pero ha insistido mucho en verla a usted. Solo le ruego que procure no sobresaltarlo. Y le aviso que solo puedo dejarle media hora, tres cuartos todo lo mas. Ah, y ante todo: gracias por venir.
Lo ultimo lo dice tomando mi mano. Tiene dedos largos, tibios.
En el ascensor me siento irreal, desorientada, incompetente. Acaso deberia preguntar que tiene, si es muy grave, que se yo. Pero me puede mas la verguenza. No se quien es ella, ni si va a tomar cualquier pregunta que le haga como una indiscrecion por mi parte. La casa esta en el quinto piso. El ultimo. La puerta es una magnifica obra de carpinteria y esta muy limpia y cuidada. No se en el pasado, pero ahora creo poder asegurar que no es un hombre pobre.
El resto, hasta la habitacion donde el me aguarda, lo recorro como en una especie de alucinacion. Apenas me fijo en el rostro de la persona que nos abre, la decoracion de la vivienda. Me quitan el abrigo como si fuera una nina aturdida. Me preguntan si deseo un refresco, un cafe, una infusion. Digo cafe. Es la palabra mas corta.
La habitacion esta al fondo del piso. Tiene amplios ventanales, pero a traves de ellos Berlin solo derrama una pobre luz gris. No esta en la cama, como habia temido, sino sentado en una butaca de respaldo envolvente. Tampoco esta en pijama. Se ha puesto (o le han puesto) una camisa azul y una chaqueta fina de punto. Esta esperandome. Anna debe de haberle avisado por telefono, pienso, cuando la he dejado sola en el coche a la puerta del hotel.
Voy a describirlo. Por que no. Es un hombre de cabellos claros. Ojos azules. Piel blanca. Cuesta precisar su edad. Diriase al final de la cincuentena, pero puede que la enfermedad le haya echado algunos anos encima. Su aspecto no es muy bueno, pero tampoco el de alguien postrado por el mal. Se mantiene erguido, lo que me permite apreciar que es alto. Sus ojos centellean. Sus manos se sujetan con firmeza a los brazos de la butaca. Intenta levantarse al verme.
– No -lo disuade Anna, con afectuosa energia-. Creo que las dos ya estamos enteradas de que eres un caballero. No hagas alardes.
Y luego se dirige a mi:
– Estare en la habitacion de al lado.
Se desliza silenciosa hasta la puerta y cuando sale la cierra a su espalda. Ahora estamos solos. En la misma habitacion. En la misma casa de la misma calle de la misma ciudad de este dislocado y a la vez ultraconectado mundo. Los dos. Theresa y el Inquisidor. A ambos nos cuesta creerlo. Ni el ni yo previmos que esto pasaria.
Ahora tengo que intentar reconstruir lo que nos decimos. No puedo ser fiel, estoy usando la memoria. Pero es lo que hay.
Claro. Como no iba a perdonartelo.