habia permanecido oculto por la oscuridad y la lluvia, y que resulto ser el Plymouth amarillo.
Poniendose tras el volante, el companero de Woycekh me sonrio, mostrandome una hilera de dientes rotos… Janek. Tampoco el me reconocio. Decidi proseguir con la tecnica del ariete:
– ?No nos hemos visto antes, amigos? Vuestras jetas me son familiares.
– Un hombre marcado es la dicha del sabueso.
Woycekh estuvo de acuerdo.
– Quiza nos hayamos encontrado alguna vez, ?quien sabe? -Y luego anadio-: ?Que es lo que quiere Copecki?
– Como si no lo supierais -sonrei, tan descuidadamente como pude-. Las cartas, por supuesto.
– Nosotros tambien las queremos -rio Woycekh. Dandose la vuelta, hasta me guino un ojo ?Seria verdad que no me habia reconocido?-. ?Quieres decir que Dziewocki tiene las cartas? -prosiguio-. Lo suponia. Asi que agarramos a Dziewocki y se lo entregamos a Copecki ?De acuerdo?
– De acuerdo -acepte, no muy seguro.
– ?Estais dispuestos a repartir? -pregunto repentinamente Woycekh.
Dude.
– ?Y se lo piensa! ?Sabes cuanto se puede sacar por esas cartas? ?Un millon! ?Por que entregar a Dziewocki a alguien? De alguna manera le sacaremos nosotros mismos esas cartas, y el millon sera nuestro. Di que si, y cerramos el trato.
– Es mucho dinero -dije, dubitativo.
– ?Tonterias! -respondio despectivamente-. Tendremos a todos los padres de la emigracion sobre un monton de mierda. El fallecido Leszczycki sabia lo bastante de ellos como para hacer que todos los demas parezcamos angelitos. Y sera el responso de Copecki y los Krihlak y todos los demas.
Finalmente, Janek detuvo el coche. En la cristalera del cafe se veia el signo familiar: «Cafe, te y pastelillos caseros» Pero, en lugar de Marian Zuber, el nombre era Adam Dziewocki. El bar no estaba cerrado con llave, pero ya habian recogido. Las sillas y las mesas estaban amontonadas las unas encimas de las otras. Un joven italiano con largas patillas barria el serrin humedo del suelo.
– ?Donde esta Adam? -gruno Woycekh, escupiendole el chicle a la cara del camarero.
– Esta usted loco -gruno el hombre, limpiandose el rostro.
– No te apartes del tema ?Donde esta Dziewocki?
– ?Se refiere al antiguo propietario? -dijo el italiano, haciendo una suposicion.
– ?Por que antiguo?
– El bar ha cambiado de dueno.
– ?De quien es ahora?
– Mio.
Intercambiamos miradas. Resultaba claro que nuestros pajaros habian volado. De la puerta brotaron unas palabras:
– ?Manos arriba todos!
En la puerta abierta habia policias con metralletas Janek y yo levantamos las manos. Pero, repentinamente, Woycekh salto hacia delante y me empujo contra la puerta y los policias. Un impacto aun mas fuerte me envio de vuelta atras, a la oscuridad.
Desperte de pie frente a la puerta, bajo el alero. La lluvia estaba rugiendo como antes, y las siluetas de todo lo que me rodeaba se perdian tras una cortina acuosa. Me dolia la cabeza, y apenas si pude oir las ultimas palabras de Leszczycki junto a mi:
– …y no hay ningun taxi.
Y, de hecho, no habia taxis. No podia recordar cuanto tiempo llevabamos esperando uno. En realidad, no recordaba nada. Un enorme chichon semejante a un tumor habia aparecido en mi sien, debajo de mi pelo, como si algo hubiera caido sobre mi cabeza. ?Cuando? ?Como? Trate de recordar y no pude. De repente, cosas familiares aparecieron en mi mente, surgiendo y luego difuminandose y estallando como burbujas de gas en un pantano, rostros, nombres, coches, una ambulancia, un Plymouth amarillo…
Mire a mi alrededor, y lo vi en la esquina opuesta bajo una farola similar a aquella junto a la que nos encontrabamos.
– Mire eso -le dije a Leszczycki-. Quiza nos lleve.
– ?Puede ver al conductor?
Este habia salido del coche llevando algun tipo de baston o tubo, y pasaba bajo un alero de la acera.
– ?Para que llevara ese baston -pregunte sorprendido-. ?Acaso es cojo?
– Es una metralleta, no un baston -me advirtio Leszczycki-. Hable en voz baja.
Repentinamente recorde aquella habitacion, y al ciego Ziga, y a los pistoleros muertos. Pero uno vivo estaba ahora junto a la puerta esperando a que se abriese. Y se abrio, dos figuras sacaron algo que parecia una alfombra enrollada. El conductor con la metralleta abrio la puerta del coche y me dispuse a correr tras el.
– ?Adonde va? -siseo Leszczycki, agarrandome por la manga.
– Tengo que ayudar.
– ?A quien? ?Esta seguro de que no es ya un cadaver? ?Y con que va a enfrentarse a las metralletas, senor Quijote de la Mancha, con las manos desnudas y una estilografica?
En aquel momento el viento nos trajo sus voces.
– Es un libro, lo tenia en las manos.
– Agitalo tal vez caiga algo de su interior.
– Ya lo he probado. No hay nada.
– Entonces tiralo. Ya no va a leer mas.
Alguien tiro el libro, que fue iluminado por la farola mientras caia tras el coche. Cuando se hubieron marchado lo recogi. Solo estaba mojado en su parte exterior, las gruesas tapas con el repujado de Mickiewicz lo habian protegido de la lluvia. Una parte de sus paginas estaban pegadas, y yo sabia lo que se ocultaba en su interior. Juro que me preocupaba el Mickiewicz. Hubiera sido interesante saber cuantos versos habian sido sacrificados para hacer el hueco.
Bajo la lluvia, no podia examinar el libro. Me puse el Mickiewicz en el bolsillo de la chaqueta porque mi gabardina ya estaba enteramente calada.
– Estoy totalmente empapado -dije, mientras regresaba junto a Leszczycki-. ?Que cree que ha ocurrido aqui?
No respondio. Repentinamente, algo cambio de posicion, quiza la luz de la lluvia, o las nubes repletas hasta rebosar de calida agua ?O seria tal vez el tiempo?
Mi gabardina estaba seca como si la lluvia hubiera empezado hacia tan solo un momento y hubieramos conseguido llegar a aquel alero a tiempo. Las diez menos cinco, como me confirmo voluntariosamente mi reloj. La pesadez que embotaba mi cerebro desaparecio de pronto. Lo recorde todo.
?Que tipo de escala me habia prometido Leszczycki? Una hora o media hora vivida de una forma diferente en cada peldano de la escalera. Conte los cambios, seis. Este era el septimo. Eso queria decir que todavia quedaba uno. El discutir con Leszczycki la odisea que habia creado carecia ahora de todo significado. El que se hallaba alli no era Leszczycki, era un personaje de pelicula que estaba produciendo un hombre de otro tiempo Ahora comenzaria a recitar su papel.
– … y no hay ningun taxi.
– Pero usted acaba de ver uno.
– ?Donde?
– En la esquina opuesta. Un Plymouth amarillo.
– Esta bromeando.
– Y vio a su conductor, con una metralleta, y todo lo que sucedio luego.
– Estas bromas mejor gasteselas a su mecanografa.
– ?Quiere decir que no vio nada?
– No estoy borracho.
Eso era cierto ?Como podia este Leszczycki saber lo que el otro Leszczycki habia visto en otro tiempo? Ahora
