iba a abandonarle para iniciar otra orbita embrujada. A mi mente llego el recuerdo de una profecia de un cuento de hadas infantil: Toma el camino de la derecha, y encontraras mala suerte; toma el de la izquierda, y el infortunio te seguira. En otras palabras, no habia eleccion posible. Asi que adelante, valiente heroe, ve a donde te llevan tus ojos.

Y fui. Mi gabardina estaba de nuevo calada, el agua goteaba por mi pelo, descendia por mi nuca y me producia escalofrios, aunque en realidad no hacia mucho frio, el aire se habia calentado por la atmosfera viciada que se alzaba de la ciudad durante el dia. Mis ojos apenas vieron a la gente que se acercaba a mi o a la que yo adelantaba en mi camino: eran simplemente sombras empapadas por el agua que cruzaban a mi lado. Por extrano que fuera, la abundancia de liquido que habia a mi alrededor me daba deseos de beber, pero las ventanas apagadas visibles a traves de la cortina de agua no ofrecian la promesa de nada que pudiera apagar mi sed. No recuerdo cuantos minutos o metros camine bajo la lluvia hasta que frente a mi aparecio el primer ventanal iluminado de un cafe. Pero no entre en el de inmediato. Me detuve ante las palabras escritas en la cristalera. Las lei como Baltasar leyo en el banquete la profecia que anunciaba su muerte: Mene teke fares.

Cafe, te, pastelillos caseros.

Naturalmente, podia pasar de largo, nadie me obligaba a entrar. Pero algo parecio cambiar un poco, no algo que estuviera fuera de mi, ni la lluvia, ni las nubes del cielo, ni la semioculta silueta de la ciudad bajo el agua. Era algo dentro de mi mismo, en algun centro nervioso de mi cerebro. En alguna parte de esas celulas invisibles, las sustancias quimicas que contenian habian registrado en algun momento, en un codigo extremadamente complejo, unos rasgos de caracter tales como la cautela, el desagrado ante el peligro, deseos de evadir el riesgo y lo desconocido.

Pero ahora, repentinamente, el codigo cambio de forma, la quimica vario, y el registro tomo un nuevo sentido.

No obstante, mire a mi alrededor antes de entrar, y en una esquina vi el Plymouth que, por aquel entonces, conocia hasta en sus menores detalles. No habia conductor alguno, y la llave colgaba descuidadamente del contacto ?Quien estaba alli dentro? ?Janek o Woycekh? Simplemente me eche a reir ante la idea del proximo encuentro y empuje la puerta.

El bar estaba cerrando o ya habia cerrado, porque me encontre ante el silencio y el cliqueteo de un abaco: el encargado del lugar habia abierto el cajon del dinero, y estaba sumando las entradas a la manera de su abuelo. Era notable que en todos los cafes polacos con los que me encontraba en mi odisea hallase las mesas y las sillas amontonadas las unas encima de las otras.

Pero el encargado me recibio como tal:

– ?Whisky con soda? -pregunto.

Le explique que preferia tomar un poco de cafe o te y algunos pastelillos caseros.

– No hay nada de eso -dijo-. Solo puedo darle whisky: tanto como quiera.

Le respondi que no tenia inconveniente en pagar por un whisky, que podia tomarse el mismo, pero que yo preferia beber una limonada. Cuando hube apurado un vaso lleno recogi las monedas sueltas que tenia en el bolsillo y las deposite sobre el tablero de plastico de la barra. La medalla de bronce con el perfil imperial resono entre las monedas. La aparicion de la medalla en mi bolsillo fue menos sorprendente que la forma en que el camarero la miro. Lo reconoci de inmediato: el pelo rizado, la sombra gris en sus mejillas. Era uno de los visitantes nocturnos asesinados por Ziga. Y de nuevo me sorprendio menos su resurreccion que la mezcla de asombro y miedo que expreso su palido rostro. Rapidamente, recogi la medalla y la guarde.

– Vivio para su patria -dije.

– Murio por su honor -me respondio como un eco; y luego anadio, con obediencia militar-: ?Cuales son sus ordenes, senor?

– ?Es ese el coche de Janek? -pregunte, mirando hacia la puerta.

– Es el de Woycekh -respondio.

– ?A quien trajeron?

– A la chica.

– ?Elzbeta? -dije, dubitativo.

– Asi es. Ha ido a decirselo a Copecki. Nuestro telefono esta estropeado.

– ?Regresara pronto?

– Si… El telefono publico esta solo a media manzana de distancia.

– ?Donde esta la chica?

Senalo con un dedo a una puerta en el rincon.

– Quiza le pueda ayudar -me dijo.

– No es necesario.

Entre en una habitacion que evidentemente servia a la vez como oficina y almacen. Entre cajas de latas de conserva y cervezas, el enorme refrigerador y estantes de botellas y sifones, yacia Elzbeta, envuelta en un trozo de alfombra. Otra coincidencia: antes crei que era Ziga el que estaban llevando al coche, y ahora resultaba que era Elzbeta quien yacia ante mi, atrapada de la misma manera. No habia ni una gota de sangre en su rostro casi ceruleo, y ningun rastro de color en sus labios u ojos. Se parece mas a una muchacha de algun colegio de monjas que a la imperiosa belleza que, hacia ya no sabia cuantas horas o minutos, me habia salvado la vida.

Me incline sobre ella, y sus parpados cerrados ni siquiera se agitaron; estaba sin sentido. En mi mente no cabian dudas ni incertidumbre; solo una cosa me preocupaba: ?tendria tiempo antes de que regresase Woycekh? La crisalida de alfombra se movio un poco cuando la cogi entre mis brazos. Desde luego, senor Leszczycki, tenia usted razon. Mis musculos me sirvieron para algo.

Al empujar la puerta con el pie casi derribe al suelo al camarero; evidentemente habia estado observando por el ojo de la cerradura o la rendija de la puerta.

– Tenga mas cuidado la proxima vez, amigo, si hace esto, corre el riesgo de quedarse sin ojos -rei, mientras pasaba junto a el con la chica en brazos.

No lo convenci. Simplemente se quedo pensativo un minuto. Era obvio que la situacion misma y mi tono de voz lo dejaban dudando.

– ?Puedo ayudarle, senor? -pregunto.

– Quedese donde esta -dije secamente-. Llevare a la chica al coche, y esperare alli a que venga Woycekh. Y no quiero peros.

Agito afirmativamente la cabeza, abrio la puerta de la calle, y tuve la impresion de que se situaba tras la inscripcion en los cristales, quiza pensando que yo no captaria su maniobra desde la calle. Ni siquiera me moleste en volverme. Deje a la aun inconsciente Elzbeta en el asiento delantero del coche. Aquel ultimo modelo de Plymouth, aunque maltratado y chillonamente repintado, era confortable y muy amplio por dentro. La chica resulto ser tan pequena y delgada que podia permanecer acostada en el asiento con solo doblarle un poco las rodillas. Entonces di la vuelta al coche con mucha calma, y estaba abriendo la portezuela del lado del conductor cuando repentinamente alguien me sujeto con fuerza del hombro. Me di la vuelta. Woycekh: el mismo sombrero calado hasta los ojos, la misma boca torcida.

– ?Al caballero le gusta este coche? -Hizo una mueca-. Entonces espero que pierda un minuto en firmarme un cheque.

– Mira dentro, imbecil -dije.

Se inclino para mirar al interior del coche, y luego se alzo. En aquel segundo recorde los tres ultimos rounds del campeonato de Varsovia hacia algunos anos. Mi oponente habia sido Prohar, un estudiante de cuarto que se entrenaba con Walacek y que, como este, era agil y tenia punteria, pero cuyos punetazos eran debiles. Yo no poseia ninguna velocidad o punteria especial, y la unica cosa en que confiaba era en mi golpe de izquierda subiendo, un clasico golpe de knock out. Prohar estaba ganandome claramente a los puntos, y yo seguia tratando de colocarle mi golpe, esperando que bajase la guardia. No lo hizo; perdi, y abandone el boxeo, como el campeon ruso Shatkov despues de su derrota en Roma. En mi patria aun se hablaba casi triunfalmente de como se habia convertido en uno de los principales profesores de una universidad, habia conseguido su doctorado, y eso pese a que aun seguia colgando sus guantes en su despacho. Yo tambien colgue los mios en mi habitacion, como recuerdo, aunque pronto olvide todo lo relacionado con ellos excepto una cosa: mi golpe maestro, que no logre colocar cuando mas lo necesitaba. Lo recorde ahora como un reflejo condicionado, y cuando Woycekh se alzo, quedando totalmente abierto como un novato en su primer combate, le

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