La muchacha alzo una mano. Queria hablar, tocarlo, hacer algun gesto que, por muy inadecuado que fuera, expresara lo que sentia. Pero en el mismo instante que extendia la mano, una aureola dorada aparecio alrededor de la elevada figura del emisario. El aire empezo a relucir, y el ser desaparecio.

Durante un buen rato, Indigo permanecio inmovil, consciente solo del incesante caer de la nieve, del debil crujir de las ramas bajo la brisa nocturna. Luego avanzo con cuidado sobre la gruesa y blanca alfombra. Grimya se acerco y apoyo la cabeza contra las manos enlazadas de la muchacha. Se miraron la una a la otra: ojos violeta clavados en ojos marron dorado que compartian un acuerdo tacito. Entonces Grimya se agito ansiosa, dio la vuelta, y troto hasta el borde del claro. Alli arrugo el hocico, olfateo el aire, y luego se volvio para mirarla por encima del lomo.

«Siempre me ha gustado la nieve.»

Una ligera e involuntaria sonrisa asomo a los labios de Indigo.

«La caza sera buena», anadio Grimya, y su cola golpeo contra un joven arbol, de suerte que provoco una lluvia de nieve procedente de las ramas que colgaban sobre su lomo. Se sacudio con fuerza. «?Manana comeremos muy bien!»

Conmovida por el inocente entusiasmo de su amiga, Indigo se echo a reir. No era mas que una risita, pero ayudo a disolver el nudo que sentia en su interior. Contemplo la piedra-iman que aun sujetaba en su mano: latia sin cesar y desprendia una suave calidez. La diminuta luz brillo para ella en la oscuridad, revoloteando en un extremo del guijarro. Al norte. Lejos del Pais de los Caballos, en direccion a las extranas y desconocidas tierras del gran continente occidental. Y a pesar de su tristeza, una sensacion que podria haber estado lejanamente emparentada con la excitacion de Grimya, se agito en ella.

Con un cuidado que bordeaba la reverencia, deslizo la preciosa piedra-iman en el interior de la bolsa que colgaba de su cinturon. Luego recogio su arpa guardada en el interior de su funda, se la colgo de un hombro junto con la ballesta, y metio el cuchillo en el estuche que pendia de su cintura. No volvio la cabeza en direccion a la silenciosa arboleda; cuando Grimya se puso en camino internandose en el bosque, vacilo tan solo un momento antes de seguir a la loba y dejar el claro a la quietud de la noche y a los copos de nieve que caian suaves y constantes.

CARN CAILLE

Cuando el medico fue a verlo poco despues del amanecer con la noticia de que el anciano bardo habia fallecido en el mismo instante en que los primeros rayos del sol tocaban el cielo matutino, el rey Ryen de las Islas Meridionales asintio en silencio, y dijo que deseaba estar a solas durante una hora antes de que le presentaran al sucesor de Cushmagar.

Una vez el medico se hubo retirado, Ryen se alejo despacio y pensativo pasillo abajo hasta la pequena sala del ala oeste de Carn Caille, en la que se celebraban las audiencias y reuniones menos protocolarias. Esta era su habitacion favorita —al igual que, segun tenia entendido, lo habia sido de su predecesor—, y cuando llego a ella se acomodo en un asiento junto a una de las ventanas, desde la que podia contemplar el brillante dia invernal.

Cushmagar, muerto. Resultaba dificil de creer; el bardo habia parecido ser parte integrante de Carn Caille como las mismas piedras de sus cimientos. Resultaba imposible pensar que su vibrante voz y su magnifica musica ya no volverian a honrar ningun banquete. Y triste darse cuenta de que la cancion en honor del nacimiento del hijo o la hija de Ryen, el tan ansiado heredero de su reino, deberia ser compuesta y cantada por otro.

Ryen suspiro y se puso en pie para pasear por la habitacion iluminada por los rayos del sol. No debiera sentirse tan triste; era egoista por su parte hacer hincapie en su perdida en lugar de regocijarse por Cushmagar. El bardo era viejo y ciego, y desde el ultimo invierno apenas si podia andar. Era consciente de que habia disfrutado de aquel puesto durante un tiempo inusitadamente largo, y habia ido a reunirse con la Madre Tierra, satisfecho y aliviado de que sus deberes hubieran finalizado ya. Y aunque Imyssa pensara lo contrario, no era ningun mal presagio el hecho de que la muerte de Cushmagar hubiera coincidido exactamente con el segundo aniversario de la elevacion de Ryen al trono de las Islas Meridionales.

Sonrio al pensar en Imyssa. Estaria con Sheana ahora, como lo habia hecho durante los dos ultimos dias desde que sus poderes de adivinacion le habian anunciado que el hijo de la reina estaba a punto de nacer. Ryen esperaba —como lo hacian todos— que la llegada del nuevo heredero curaria por fin el penar de Imyssa por la anterior familia real. Si Kalig hubiera tenido un hermano o hermana, o incluso un primo que hubiera podido acceder al trono despues de su prematura muerte, la anciana nodriza hubiera podido encontrar consuelo en el pensamiento de que el querido linaje del rey no habia desaparecido por completo; pero tal y como habian sucedido las cosas, le habia resultado muy duro aceptar la presencia de un extrano elegido para ocupar su lugar. Pese a ello, poco a poco, empezaba a aceptarlo. Y cuando la criatura naciera, la cuidaria como habia cuidado a los hijos de Kalig; quizas entonces recuperaria su antigua alegria.

Y acaso tambien olvidaria su infundada y horripilante conviccion de que, en algun lugar, seguia con vida uno de sus desaparecidos seres queridos...

Unos ruidos en el patio sacaron a Ryen de su ensimismamiento, y sacudio la cabeza para aclararla, pensando que habia incurrido en una malsana morbosidad. Regreso a la ventana, y al mirar abajo vio a un grupo de jovenes jinetes que salian de la fortaleza. No los acompanaba ningun perro e iban poco armados; el rey sonrio y se relajo al comprender que sencillamente pensaban ejercitar a sus caballos, y que no se iban a cazar sin invitarlo. El lugar favorito para pasear en esta epoca del ano, cuando las colinas y los bosques resultaban casi intransitables, era la tundra situada al sur de Carn Caille, donde era aun posible aventurarse durante dos kilometros o mas antes de que la nieve y el hielo obligaran incluso al caballo de pisada mas firme a dar la vuelta. Y algunos de los nobles mas jovenes querrian sin duda ver por si mismos —al menos desde lejos— los restos de la extrana y desmoronada torre situada en las llanuras de la tundra. Ryen apenas si habia podido darle una fugaz ojeada al lugar; hasta ahora no habia tenido tiempo para dedicarse al ocio; pero cuando hubiera finalizado la crecida de los rios, en la primavera, planeaba unirse a uno de los grupos de exploracion para saciar su curiosidad. Nadie conocia el proposito de la torre, si es que tenia alguno; algunos de los habitantes de mas edad, Imyssa incluida, murmuraban que era un lugar diabolico y que lo mejor era alejarse de el, pero aparte de esto su presencia resultaba un misterio. Se habia hablado de una historia relativa a la torre que Cushmagar acostumbraba relatar hacia tiempo, pero el bardo no la habia mencionado nunca, y Ryen dudaba de que tal relato existiera, o, si asi era, que Cushmagar lo recordara.

El ruidoso grupo de jinetes habia desaparecido ya por las grandes puertas de la fortaleza, y el patio volvia a estar en silencio. Ryen se froto las manos al percatarse de que tenia frio. Debia ordenar que encendieran un fuego alli dentro; mal senor seria si recibia a su nuevo bardo —que era, despues de todo, uno de los miembros mas influyentes y respetados de su corte— en una habitacion que parecia atravesada por un glaciar. Un fuego, y aguamiel, y pasteles. No era menos de lo que Cushmagar hubiera deseado para su sucesor.

Se volvio en direccion a la puerta, con la intencion de salir en busca de su administrador; entonces se detuvo y se volvio para mirar a la chimenea de piedra y el cuadro que colgaba sobre la repisa. Kalig y su familia le devolvieron la mirada inmoviles y sin embargo con una apariencia misteriosamente viva desde el lienzo con sus colgaduras color Indigo. Deseo haberlos conocido: Kalig e Imogen. El principe Kirra y la princesa Anghara. Morir tan de repente, dejando tan solo un recuerdo y un retrato... parecia equivocado; injusto.

Ryen se estremecio de repente de forma involuntaria; como si, para utilizar una expresion propia de marineros, el mar hubiera barrido sobre su tumba. Lo que debia hacer era ordenar que las colgaduras del luto fueran retiradas tan pronto como naciera su hijo; resultaria mas apropiado con una nueva vida en Carn Caille, y no se podia estar de luto eternamente. Una ulterior tragedia era que Breym, el artista responsable de aquella pintura, hubiera estado entre las muchas victimas de las fiebres. Un retrato parecido de su propia familia hubiera quedado muy bien, tambien, en aquella sala.

Aparto la mirada del retrato, al fin, y abandono la sala despacio. Mientras la puerta se cerraba a su espalda un soplo de aire helado agito las colgaduras que pendian del cuadro, y el viento del este, que penetraba por un cristal suelto de una de las ventanas, imito por un breve instante el lejano sonido de la alegre risa de una muchacha.

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