desolacion.

Mientras las ultimas notas del arpa se desvanecian, el rostro preocupado de Grimya. aparecio sobre su cabeza, intentando ver en la semioscuridad.

—?Indigo? —llamo la loba en voz alta.

Ella no pudo responderle. Estaba doblada sobre si misma, con el instrumento entre sus brazos. Las lagrimas se derramaban sobre la madera pulida y las cuerdas relucientes, mientras lloraba por Jasker, por Chrysiva y por tantos otros cuyos nombres y rostros jamas habia llegado a conocer. Grimya la observo con angustiada piedad, pero contuvo el instinto de correr hacia ella e intentar ofrecerle algo de consuelo. Sabia que durante algunos minutos. Indigo necesitaba aliviar su dolor a solas. La loba lanzo un suave ganido, luego se retiro al interior de la cueva y se tumbo con el morro entre las patas delanteras, mirando al exterior sin ver e intentando no pensar en todo lo que habia sucedido. Por fin, la muchacha levanto la cabeza y supo que la tormenta habia pasado. Sus lagrimas se secaban, y aunque la garganta y los pulmones estaban sofocados y su corazon parecia como vacio, se sentia extranamente tranquila. Mientras se ponia en pie, tomando el arpa con mucho cuidado entre sus brazos, penso que quizas, al igual que la asolada tierra que la rodeaba, tambien ella habia sido purificada; y que despues del dolor, le llegaria la paz, en cierto modo.

Levanto los ojos en direccion a la cueva. Grimya aparecio al oir su dulce llamada mental y echo a correr montana abajo hacia ella. La loba presiono su cabeza contra el muslo de la joven, sin hablar, transmitiendo con su contacto un sentimiento que no podia expresar con palabras.

Las borrosas sombras eran cada vez mas largas; tras el dosel de nubes el sol empezaba a deslizarse hacia el oeste. Indigo se llevo una mano al pecho, percibiendo la familiar forma de la piedra-iman que colgaba en su bolsita, y recordo las palabras del emisario de la Madre Tierra. Esta pesadilla se ha acabado ya, y es hora de que se inicie otra...

Saco la bolsa y deposito el pequeno guijarro sobre la palma de la mano. Diminuto, intensamente brillante bajo la tenebrosa luz, la dorada mota relucia en el corazon de la piedra y senalaba en direccion este. Siguiendo el sendero y mas alla de la ultima colina, lejos de las montanas, de la devastacion y de las sepulturas anonimas de tantas personas, hacia el distante mar y hacia una nueva busqueda.

?Cuanto tiempo tardaria esta vez?, se pregunto. ?Cuantos anos mas deberia vagar y buscar hasta que un nuevo demonio proyectara su sombra sobre otra tierra y ella debiera enfrentarse de nuevo a las consecuencias de su estupida y temeraria accion?

Incluso la Madre Tierra, en Su sabiduria, no conocia la respuesta a tal pregunta. Indigo suspiro y se estremecio como si se deshiciera de un fantasma propio. Luego bajo la mirada hacia Grimya. Los dorados ojos de la loba se encontraron con los suyos, y el animal dijo con suavidad, mentalmente:

«No hay motivo para permanecer aqui por mas tiempo. Lo mejor sera que prosigamos nuestro camino y dejemos que este lugar cure sus heridas. »

«Si. »

Tambien Indigo se comunico en silencio, pues no queria mancillar la quietud que habia descendido sobre el lugar. Se giro para contemplar por ultima vez el arrasado paisaje que se extendia a sus pies. Todavia flotaban nubes de ceniza sobre la desolada vista, y las relucientes venas de lava —arterias que transportaban la sangre de los ahora inactivos corazones de la Vieja Maia y de sus hermanas— avanzaban despacio y aparentemente sin rumbo por el valle que antes habia temblado bajo el estruendo del trabajo humano.

?Una victoria? Quiza. Pero la corona del vencedor era una corona de amargura, y no habria gloria en sus suenos.

Indigo suspiro, tan bajo que ni siquiera Grimya la oyo:

—Adios, Jasker. Ojala encontreis la paz que se os nego mientras viviais.

Luego se colgo el arpa al hombro y, con la loba andando a su lado, volvio la espalda a aquella tierra asolada y empezo a caminar despacio, fatigada, por el sendero que se elevaba suavemente en direccion al lejano destello de las primeras estrellas que empezaban a aparecer por el este.

La ceniza que seguia cayendo del cielo, sin parar y en silencio, cubrio sus pisadas como los granos que caen implacables en el interior de los relojes de arena. Al cabo de unos minutos, no quedaba la menor senal de que algun ser vivo hubiera pasado por alli, excepto un ultimo rastro que solo el observador mas agudo no hubiera pasado por alto. Y poco a poco, la suave, oscura e implacable lluvia iba enterrando tambien aquel diminuto objeto, como si le concediera, por fin, su propia solitaria y eterna sepultura.

Se trataba de un broche de estano de tosca confeccion...

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