atrasen su segundo encuentro en el claro del bosque. El habia sabido desde el principio lo que le sucederia si regresaba al mundo de los mortales; lo habia mencionado entonces, con calma y con certeza. Sin embargo, con la definitiva marcha de los ninos para realizar por el su ultimo y triunfal acto de magia en Alegre Labor, el mundo fantasma en el que se habia cobijado durante tanto tiempo ya no tenia razon para existir. Ya no le quedaba ningun refugio; unicamente una eleccion entre el vacio y la muerte.
—No te apenes por mi, Indigo. —Su voz apenas si era un seco susurro ahora, como el polvo que revoloteaba en esa habitacion vacia—. Me alegro de que por fin haya terminado; creo que le dare la bienvenida a lo que me aguarde, el olvido o lo que sea.
Ella apenas si podia soportar mirarlo a la cara, ya que los cambios se sucedian ahora velozmente, apresurando el final, y el hombre anciano y marchito que tenia delante no guardaba mas que un leve parecido con el Benefactor que ella habia conocido.
—Se lo que piensas —dijo el—, y te doy las gracias por ello. Pero estoy mas alla del alcance o los cuidados de ningun medico. —Lanzo una risita dolorosa, e Indigo comprendio que intentaba bromear con ella—. No obstante, si quisieras concederme un ultimo favor, te pediria algo
—Cualquier cosa. —La voz se le quebro en la ultima silaba—.
El asintio. Apenas si podia mantenerse en pie ahora.
—Tengo una ultima tarea que deseo realizar, pero las fuerzas me abandonan y puede que no sea capaz de hacerlo.
Por favor, si no te importa, cogeme del brazo y ayudame a llegar a la peana.
Hizo lo que el le pedia, y con dificultad, apoyandose pesadamente en ella, el Benefactor avanzo renqueante hasta donde se encontraba la corona. Sus manos estaban deformadas y temblorosas y apenas si pudo levantar el viejo objeto, pero lo apreto con fuerza contra el pecho y se volvio hasta estar de cara al espejo.
—No. No puedo hacerlo; ya no tengo fuerzas. Tienes que hacerlo tu por mi, Indigo.
Se tambaleo, y ella lo sujeto.
—?Que debo hacer?
—Matar dos pajaros de un tiro, querida amiga. Dos pajaros de un tiro. Coge la corona y arrojala contra el espejo.
Tembloroso, empujo la corona hacia ella, que la cogio justo cuando a el se le escapaba de los dedos; el gelido contacto de su patina le produjo un escalofrio.
—Ahora —indico el Benefactor, y habia regocijo en su voz—.
La lanzo. Su punteria fue perfecta; la corona golpeo el espejo casi en el centro, y el cristal se hizo anicos al tiempo que se desmoronaba la estructura de madera que lo sostenia. Una luz cegadora inundo la habitacion por un instante; luego se apago, y todo lo que quedo del espejo fue un monton de brillantes fragmentos esparcidos por el suelo. Y la corona...
La corona yacia en medio de los escombros. Se habia partido por la mitad, y, mientras Indigo la contemplaba, las dos mitades empezaron a cambiar; se oscurecieron, se retorcieron. Escucho un debil sonido aspero, como si el oxido estuviera royendo la corona, y luego el apagado chasquido del metal viejo al ceder. Ante sus ojos, la vieja y rota corona del Benefactor y sus antepasados se convirtio en polvo y desaparecio.
Un sonido parecido al de una rama de arbol al desgajarse surgio de la garganta del Benefactor.
—Se acabo. Por fin se acabo. Mi ultimo deseo ha sido cumplido; he visto el final de esta desdichada era. —Se volvio con dificultad hacia Indigo—. Me has hecho muy feliz.
Se desplomo de improviso, y, cogida por sorpresa, Indigo apenas si tuvo tiempo para detener su caida. Lo deposito con cuidado sobre el suelo —no habia ningun otro lugar— y el se quedo alli mirandola con ojos nublados, mientras respiraba con suma dificultad. Pero, no obstante su debilidad, todavia pudo sonreir y hablar.
—Creo que ya no habra mas lamentaciones —musito—. Excepto, quiza, por una cosa. — Intento reir pero solo consiguio emitir un debil jadeo—. Me gustaria poder recordar...
—?Recordar... ? —apunto Indigo en voz baja cuando el no continuo.
—Recordar... como era, hace tanto tiempo, tantisimo tiempo... —se quedo sin voz e hizo un esfuerzo por seguir—... ser besado por una mujer que... me amara...
Indigo no dijo nada. Pero se inclino sobre el y, despacio y con suma dulzura, deposito un beso sobre los marchitos labios que temblaban en el apergaminado rostro. No sintio la menor repulsion, ni disgusto; no le parecio en absoluto grotesco. Se trataba simplemente de su propia respuesta y despedida a un amigo muy querido.
Lo vio sonreir, vio como sus ojos se cerraban definitivamente, y poniendose en pie se alejo; sabia que el tiempo aun no habia finalizado su accion destructiva incluso ahora que el estaba muerto y no queria presenciar la transformacion final. Pedazos de cristal se desmenuzaron bajo sus pies cuando cruzo la habitacion, y deseo haber podido alcanzar las altas ventanas y abrirlas de par en par para dejar entrar la luz del dia.
Entonces, a lo lejos, escucho sonidos. Voces, muchas voces que cantaban, y tras ellas el golpear y resonar de una alegre percusion improvisada: palos, bastones, cacerolas e instrumentos de labranza y de cocina en un alborozado ritmo saltarin. Y en medio del estrepito, debil pero inconfundible, el suave tintineo argentino de los cascabeles de un arnes.
«Pronto vendran aqui desde la ciudad, para abrir las puertas y bailar en el jardin. » El Benefactor no habia vivido para ver cumplida su profecia, pero Indigo esperaba —y, en el fondo de su corazon, creia— que, a donde fuera que hubiera ido su alma, escucharia aquella alegria y se regocijaria con los suyos. Y a lo mejor ese era el mas apropiado de los epitafios.
La procesion llegaria aqui en pocos minutos, y ella queria verlos llegar. Por encima de todo queria ver a
Y en cuanto a ella... ah, si. Para ella habria un nuevo amanecer, tan significativo a su manera como el amanecer que empezaba a brillar sobre Alegre Labor. Tambien ella estaba curada, y, aunque habia tocado a Fenran para volver a perderlo otra vez, en esta ocasion — al contrario que en las otras que habian terminado en desilusion y pena— no habia simplemente una esperanza, sino una promesa. Por primera vez Fenran estaba realmente a su alcance, pues sabia donde encontrarlo. No en una dimension de demonios, ni en un limbo imposible, sino en este mundo, en un lugar del que solo la separaba un viaje por mar. Que era aquel lugar ahora despues de cincuenta anos, que significaba para las gentes que en una ocasion habian sido su propia gente, Indigo no lo sabia. Pero podia darle un nombre: la Torre de los Pesares...
En su interior, en un lugar tan profundo y primitivo que no podia definirlo, se agito una presencia: su enemiga, pero que ya no era su enemiga. Nemesis tenia un nuevo nombre ahora, y ambas eran una sola.
Un destello plateado volvio a aparecer en los ojos de Indigo al pensar las palabras, al sentirlas: «Hermana. Me voy a casa. Nos vamos a casa».
Se apano de la ventana. Era dificil reunir las fuerzas necesarias para mirar en direccion a la peana, porque no sabia que encontraria alli y, al no saberlo, imaginaba lo peor. Pero no habia nada. Ni un cadaver en descomposicion, ni huesos ennegrecidos, ni ropas viejas desintegrandose en el polvo. Al final, el tiempo habia sido benevolo, y habia concedido a los restos mortales del Benefactor la dignidad —puede que la dignidad final— de la inexistencia.
Una sonrisa agridulce asomo a los labios de la muchacha, que musito:
—Adios, querido amigo.
La desnuda habitacion del piso superior de la Casa repitio sus palabras en un
Pena, alegria y triunfo llenaron el corazon de Indigo, que descendio corriendo la escalera para salir a la luz del sol.