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Andando de una punta a la otra del pequeno salon privado que habian habilitado en un rincon al lado de la sacristia de St. Paul, Philip Whitmore, vizconde de Greybourne, rezaba con todas sus fuerzas para que la novia no se presentara.
Su estomago estaba agarrotado por la tension; extrajo el reloj del bolsillo de su chaqueta y consulto la hora. Aun faltaban varios minutos para que diera comienzo la ceremonia. ?Se presentaria lady Sarah? «Que Dios me ayude si lo hace.»
Maldita sea, en que situacion completamente imposible se encontraba. ?Habria logrado que lady Sarah le comprendiera? Solo habia tenido una oportunidad para hablar con ella en privado, cuando habian estado cenando la noche antes en la casa que su padre tenia en la ciudad. Debido a una caida que habia sufrido aquella manana y al haberse sentido luego indispuesta por un dolor de cabeza, lady Sarah no habia podido estar presente en la cena. Lord Greybourne cerro los ojos. «Primero una caida y luego un dolor de cabeza.» Por todos los demonios, habia temido que pasara algo parecido.
Sin embargo, despues de la cena lady Sarah hizo su aparicion. A los pocos minutos de conversacion, el le habia pedido que le ensenara la galeria y ella le habia acompanado. Y entonces habia tenido la oportunidad de hablar con ella… de advertirla. Ella habia oido su relato aparentando prestar una educada atencion a cuanto le decia, y al final tan solo habia murmurado: «Que… interesante. Pensare en ello». A continuacion se habia retirado con la excusa de que le dolia la cabeza. Cuando habia intentado volver a hablar con ella al dia siguiente, el mayordomo le habia informado de que todavia le dolia la cabeza y no podia recibir visitas. Habia intentado hablar con su padre, pero el duque no estaba en casa. Philip habia dejado una nota a su Excelencia, pero no habia recibido respuesta, lo cual significaba que habria llegado a casa demasiado tarde para contestarle. Y el resto de su tiempo Philip lo habia pasado en el almacen, buscando entre las numerosas cajas que tenia alli la unica cosa que podria salvarle. Pero no habia tenido suerte, lo que queria decir que, de una manera u otra, aquel dia estaba a punto de dar un giro muy desagradable en su vida.
Lo mas probable era que alguien le hiciera llegar pronto una nota, o bien que pronto llegara la propia lady Sarah. O que no llegara. Se paso las manos por el pelo y se ajusto el ya apretado panuelo. De todos modos, la habia fastidiado. El honor le obligaba a casarse con lady Sarah. Pero el honor tambien le decia que no debia hacerlo. Se formo una imagen de ella en su mente. Una muchacha tan joven y encantadora. La idea de tomarla por esposa deberia producirle gran alegria. Sin embargo, era una idea que hacia que sus entranas se agarrotaran de terror.
Llamaron a la puerta y el se dirigio hasta ella a toda prisa para abrir. Su padre entro en la habitacion y Philip cerro la puerta tras el con un suave chasquido. Al darse la vuelta su mirada se cruzo con la de su padre, y espero a que este empezara a hablar. Los signos de la enfermedad de su padre se veian claramente a la luz de los rayos de sol que entraban por la ventana. Profundas grietas cruzaban su boca, y su rostro estaba palido y en los huesos, Se lo veia considerablemente mas delgado que la ultima vez que Philip salio de Inglaterra; su cara estaba completamente demacrada, con oscuras sombras de ojeras rodeando de gris sus ojos.
Pero aquellos ojos no habian cambiado en absoluto. Azules y afilados, podian cortar con una sola mirada fria, como bien sabia Philip. Mechones grises le cubrian las sienes, pero su pelo de ebano seguia siendo espeso. Parecia una version mas palida, vieja y cansada del hombre sano que habia sido una decada antes. Un hombre con el que Philip habia compartido poco mas que silencio y tension desde el dia en que murio la madre de Philip - una situacion de lo mas dolorosa, ya que el y su padre habian tenido una relacion calida y amistosa antes de la muerte de su madre. Un hombre que habia hecho un trato con Philip, un trato que le habia dado la oportunidad de perseguir su sueno, aunque solo fuera hasta que «algun dia»… se le pidiera una sola cosa a cambio.
El padre de Philip no habia reaccionado bien cuando supo que se trataba de la unica cosa que este no podia concederle.
Su padre camino lentamente hacia el, observando cada uno de los detalles del aspecto de Philip. Se detuvo cuando solo los separaban un par de pasos. Un monton de recuerdos asaltaron a Philip como un torrente de imagenes que cruzaran por su mente, y acabaron, como siempre sucedia cuando pensaba en su padre, con aquellas frias palabras de condena: «Un hombre solo vale lo que vale su palabra, Philip. Si hubieras mantenido la tuya, tu madre no habria…».
– La ceremonia esta a punto de empezar -dijo su padre con una expresion indefinible.
– Lo se.
– Desgraciadamente, la novia no ha llegado todavia.
– Ya lo veo. -«Gracias a Dios», penso.
– Has hablado con ella. -Estas palabras eran una aseveracion, mas que una pregunta.
– Si, lo he hecho.
– Habiamos quedado en que no lo harias.
– No. Me habias pedido que no le contara nada, pero yo no dije que estuviera de acuerdo -afirmo Philip dejando caer los brazos a los lados-. Tenia que contarselo. Ella tiene derecho a saberlo.
– ?Tambien se lo has contado a lord Hedington?
– Lady Sarah me pidio que no lo hiciera -respondio Philip meneando la cabeza-. Al menos no hasta que ella hubiera reflexionado sobre el asunto.
– Bueno, con cada minuto que pasa sin que se presente, se hace mas claro lo que piensa de ese asunto.
Philip solo podia esperar que su padre estuviera en lo cierto.
Meredith estaba de pie a la sombra de las columnas de marmol del vestibulo de St. Paul, haciendo esfuerzos para aparentar dignidad y tratando de contener su excitacion; rogando por no parecer un nino con la cara pegada en la ventana de una confiteria. Una procesion de elegantes carruajes se dirigia hacia la entrada este de la magnifica catedral, llevando a lo mas florido de la alta sociedad a la boda de lady Sarah Markham y el vizconde de Greybourne. Un murmullo de susurros emocionados hacia eco entre la multitud de invitados que entraba en la iglesia; sus voces se oian apagadas por la musica de organo mientras pasaban al lado de Meredith. Ella cazaba pedazos de conversacion mientras se deslizaban a su lado.
«… el valiente Greybourne estuvo a punto de morir en un altercado con una tribu de…»
«… parece que quiere montar su propio museo con un colega norteamericano…»
«Se dice que sus negocios de importaciones son de lo mas floreciente…»
«Es sorprendente que haya conseguido echar el lazo a lady Sarah, dado sus extranos intereses y el escandalo que provoco hace tres anos…»
Poco a poco fueron llegando todos los miembros de la alta sociedad, caminando a traves de la magnifica columnata de la entrada para introducirse en la iglesia, pasando bajo la esplendorosa arquitectura de la catedral, hasta que casi quinientos invitados llenaban los bancos de St. Paul. Todos excepto el unico de los invitados que Meredith estaba deseando especialmente ver alli. ?Donde estaba la novia?
Santo Dios, esperaba que lady Sarah no estuviera todavia indispuesta a causa del accidente sufrido en el vestidor. No, seguramente no. Si asi fuera, su padre habria enviado una nota. Meredith habia intentado hablar con lady Sarah ayer, para informarse de como habia ido su encuentro con lord Greybourne la noche anterior. Pero cuando trato de reunirse con ella por la tarde, lord Hedington le habia comunicado que a lady Sarah le era imposible recibir visitas a causa de un persistente dolor de cabeza. Al ver la alarma en el rostro de Meredith, lord Hedington la habia calmado enseguida, diciendole que lady Sarah acaba de tomarse una tisana reconstituyente y que, despues de unas bien merecidas horas de sueno, estaria perfectamente para la boda. Cuando le comento que lady Sarah y lord Greybourne habian pasado mas de una hora juntos paseando por la galeria la noche anterior, y que lo habian pasado «estupendamente bien», buena parte de los nervios a flor de piel de Meredith se calmaron. Ademas, lord Hedington anadio que, a pesar de su desalinado traje y su abominable panuelo -lo cual podia solucionarse empleando a un ayuda de camara apropiado-, lord Greybourne parecia una persona decente.
Gracias a Dios. Ella no habia podido ver al novio para ponerlo a punto por si misma. Habia intentado sin exito reunirse con lord Greybourne para asesorarlo, al menos con las lecciones de etiqueta de ultima hora que requeria la ceremonia, pero aquel hombre habia estado tan evasivo como la niebla. Habia contestado a las tres notas que ella le habia enviado con otras tres frias notas afirmando que estaba demasiado «ocupado».
?Ocupado? ?Que podia mantenerle tan ocupado para no dedicar un cuarto de hora de su programa a reunirse con ella? Sin duda, estaria ocupado en sus propias diversiones. Un grosero, eso es lo que era.