Jacquie D’Alessandro
Maldicion de amor
PROLOGO
1
Meredith Chilton-Grizedale fruncio los labios y se acaricio la nuca mientras daba vueltas lentamente alrededor de lady Sarah Markham, quien estaba de pie sobre la plataforma de su vestidor. Meredith observo con atencion la esbelta figura embutida en el elegante traje de novia de color azul palido, tomando nota de cada detalle, desde la desnuda linea recta de la nuca hasta los elaborados fruncidos de los volantes. Una sonrisa de satisfaccion empezo a esbozarse en sus labios, pero la retuvo con firmeza. No se podia ser demasiado efusiva cuando se estaba negociando con madame Renee, la modista mas exclusiva de Oxford Street. Por cada cumplido que recibia, se veia claramente impelida a aumentar sus ya exagerados precios.
– Esta usted muy hermosa, lady Sarah -dijo Meredith-. Lord Greybourne se quedara prendado en cuanto la vea.
Un suave aleteo de algo que se parecia sospechosamente a la envidia estremecio a Meredith, sorprendiendola e irritandola. Aparto ese sentimiento a un lado, como si fuera un insecto que la molestara, y miro a la hermosa joven que estaba de pie frente a ella. El orgullo sustituyo inmediatamente la errante punzada de envidia.
La verdad era que habia llevado a cabo los preparativos en nombre de lord Greybourne de una manera brillante. Lady Sarah era un diamante de primera calidad. Dulce, inocente, responsable, con un temperamento amable, una conversacion alegre y una voz cantarina que podia rivalizar con los angeles, y un formidable talento para el piano. Las negociaciones que Meredith habia llevado a cabo entre el padre de lady Sarah, el duque de Hedington, y lord Greybourne, el conde de Ravensly, habian sido dificiles y complicadas, incluso para una casamentera de su experiencia. A pesar del escandalo provocado por el hecho de que, tres anos atras, Lord Greybourne no hubiera regresado a Inglaterra -abandonando su vagabundeo por los agrestes parajes de paises exoticos- para hacer los honores al matrimonio dispuesto por su padre en su nombre, unido al hecho de que incomprensiblemente hubiera decidido apartarse de las comodidades de la alta sociedad para vivir en condiciones «incivilizadas» -donde abundaban las costumbres barbaras- para estudiar restos antiguos, el titulo y las relaciones familiares de lord Greybourne le habian salvado de convertirse en un solteron sin esperanzas. Aun asi, habian sido necesarias grandes cantidades de tiempo, halagos y diplomacia por parte de Meredith para convencer al duque de que lord Greybourne era la pareja perfecta para lady Sarah. Una labor que se hacia mucho mas dificil si se consideraba las hordas de jovenes pretendientes con titulo, no manchados por ningun escandalo, que revoloteaban alrededor de lady Sarah.
Pero ella consiguio convencer a lord Hedington. Una mueca de satisfaccion relajo los labios de Meredith, y tuvo que hacer esfuerzos para no dejarse llevar por sus impulsos y darse una palmadita en el hombro. Gracias a sus «inspirados» esfuerzos -se veia obligada a decirse-, la boda mas esperada de la temporada tendria lugar dentro de dos dias en la catedral de St. Paul. Iba a ser una boda tan sonada, un matrimonio tan importante y del que tanto se iba a hablar que dejaria asegurada la reputacion de Meredith como la mejor casamentera de Inglaterra.
Desde que se anunciara la boda dos meses antes, no dejaban de requerirla madres ansiosas, invitandola a tomar el te y a veladas musicales, preguntando su opinion acerca de los pretendientes que convendrian a sus hijas. E informandose de cuales de los solteros estaban dispuestos a elegir novia aquella temporada.
Como ya habia hecho en multiples ocasiones durante los ultimos meses, Meredith volvia a preguntarse por que un hombre nacido en los escalafones mas elevados de la alta sociedad, el heredero de un condado, un hombre que nunca habria debido malgastar su vida haciendo otra cosa que no fuera disfrutar de los placeres de la vida, habia pasado una decada viviendo en condiciones salvajes y buscando en excavaciones restos que habian pertenecido a personas ya «muertas». Meredith daba vueltas en su mente practica a cada uno de esos pensamientos. Estaba claro que lord Greybourne abrigaba ciertas tendencias y creencias poco usuales, y -penso estremecida- sus maneras seguramente necesitarian ser desempolvadas. Incluso el padre de lord Greybourne habia insinuado que su hijo podria necesitar un poco de «lustre».
Aun asi, ella estaba segura de que podria abrillantarlo lo suficiente para que hiciera un buen papel el dia de su boda. Despues de todo, su reputacion y su sustento dependian del exito de esa boda. Al menos esperaba que despues de la ceremonia demostrara ser un marido amable y carinoso. Ya que, en vista del gran retrato de marco dorado que colgaba en el salon de la casa de su padre, lord Greybourne no habia sido bendecido con la generosidad de la atraccion fisica.
La imagen de aquel cuadro habia quedado impresa en su mente. Pobre lord Greybourne. Mientras que su padre, el conde, era bastante atractivo, lord Greybourne no lo era en absoluto. Aquella pintura dejaba ver un semblante palido, mofletudo y sin sonrisa, rematado por unos delgados anteojos que aumentaban sus ya de por si ordinarios ojos castanos. Definitivamente, no era el mas atractivo de los hombres. Por supuesto que el retrato habia sido encargado catorce anos antes, cuando el no era mas que un muchacho de quince anos. Meredith esperaba que los anos que habia pasado fuera de casa lo hubieran mejorado de alguna manera, aunque tampoco le importaba demasiado. Ademas de ser una mujer modelica, lady Sarah no tenia, al contrario que muchas de las mujeres jovenes de su edad, irreales ideas romanticas al respecto del matrimonio. «Gracias a Dios -pensaba-, porque me temo que esta querida muchacha se va a casar mas con la rana que con el principe.»
Si, lady Sarah sabia que su obligacion era casarse, y casarse con un buen partido, siguiendo los dictados de su padre. Meredith se alegraba de que lady Sarah no fuera una mujer dificil, como lo eran gran numero de las modernas muchachas jovenes, que pretendian llegar a casarse con pretendientes que las amaran. Meredith lucho contra el impulso de reirse ante tal sinsentido. Las parejas de amantes. El amor no tenia nada que ver con el exito de un matrimonio.
Meredith se quedo mirando a lady Sarah, quien, a juzgar por su expresion, no parecia tan feliz como deberia estarlo.