de los caballos contra los adoquines. A continuacion, se deslizo fuera del hueco y se dirigio a buen paso hacia la parte menos elegante de la ciudad, mas cerca de Saint Giles, moviendose como el humo entre los callejones sucios y estrechos que tan bien conocia.

Era hora de regresar a casa.

Capitulo 3

Colin abrio la puerta de hierro forjado que llevaba a su casa. La luna se habia deslizado detras de una nube, eliminando el resplandor plateado que flotaba sobre Mayfair solo unos momentos antes. Volutas de bruma danzaban en torno a sus botas, pero el nebuloso vapor no era tan denso alli, detras de Hyde Park, como al otro lado de la ciudad, donde habia dejado a madame Larchmont una hora atras.

Subio los peldanos de ladrillo con el rostro contraido por el dolor que le palpitaba en la pierna izquierda. Cuando su bota piso el ultimo peldano, se abrio la puerta de roble y le recibio una figura alta que sostenia un candelabro muy ornamentado. Colin borro de inmediato toda expresion de su rostro, aunque no estaba seguro de que su disimulo sirviese de mucho ante Ellis, a quien nada se le escapaba.

– Buenas noches, senor -entono Ellis en la misma voz sonora que Colin conocia desde su infancia-. Poco despues de su marcha han entregado un mensaje para usted. Se lo he dejado sobre el escritorio de la biblioteca, junto con su cena habitual. ?Le apetecera una taza de chocolate?

Ellis sabia todo lo que ocurria dentro de la casa, hasta el ultimo detalle, incluyendo la predileccion infantil de Colin por deslizarse por la barandilla y robar dulces de la cocina. Con el tiempo Colin habia superado su aficion por las barandillas, pero su amor por los dulces no habia disminuido ni un apice, como bien sabia Ellis, al igual que el habito de Colin de no retirarse a sus aposentos nada mas llegar a casa.

Este sacudio la cabeza.

– Gracias, pero me temo que esta noche necesito conac.

La mirada de Ellis se lleno de inquietud y se fijo por un instante en la pierna de Colin.

– ?Le caliento una manta?

– No, gracias, Ellis. El conac bastara. Le vere por la manana.

– Buenas noches, senor.

Tras desearle al mayordomo buenas noches, Colin rechazo el candelabro y se introdujo en el oscuro corredor que llevaba a la biblioteca. Conocia muy bien aquella casa, y se alegraba de que las profundas sombras le evitasen tener que mirar los retratos de sus antepasados que, con sus marcos historiados, adornaban las paredes forradas de seda. Ya de nino no le gustaba mirarlos; siempre sentia que sus severas miradas le seguian como si supiesen que se disponia a hacer alguna travesura, salmodiando advertencias sobre la importancia del deber y las obligaciones que le imponia su titulo. Como si no le metieran en la cabeza las palabras «deber» y «obligacion» de la manana a la noche.

Despues de entrar en la biblioteca, cerro la puerta a sus espaldas y cruzo de inmediato la alfombra Axminster de color marron hacia las licoreras, ignorando el doloroso tiron que sus largas zancadas le causaban en la pierna. Colin se sirvio una generosa racion del potente licor, observando sus manos tremulas con el ceno fruncido. Le habria gustado atribuir aquel pequeno temblor al agotamiento, al hambre o a cualquier otra cosa que no fuese la verdadera causa, pero habia aprendido tiempo atras que, aunque mentir a otras personas formaba parte de la forma en que habia decidido vivir su vida, mentirse a si mismo era una inutil perdida de tiempo.

Se tomo el conac de un solo trago, cerrando los ojos para absorber y saborear el calor que bajaba por su garganta. De haber podido evocar algo parecido a la diversion, se habria reido de si mismo por sentirse tan agitado. Abrio los ojos, se sirvio otra copa y luego se acerco a la chimenea con pasos desiguales. Tras acomodarse en el mullido sofa de brocado, se inclino hacia delante y apoyo los codos en las rodillas separadas. Con la copa de cristal tallado entre sus dedos, Colin fijo la mirada en las llamas que danzaban.

La imagen de ella surgio enseguida en su mente, acompanada de la conmocion que experimento al verla en el salon de lady Malloran.

Madame Larchmont. Alexandra, como habia sabido por lady Malloran. Por fin, un nombre acompanaba al rostro que le obsesionaba desde hacia cuatro anos.

La habia reconocido al instante, sintiendo un punetazo en las visceras que lo dejo sin aliento. Observaba a los invitados de lady Malloran sin mucho interes cuando su mirada dio con la echadora de cartas de la que habia oido hablar a varias personas. Aunque la habian contratado para animar la fiesta, Colin no habia prestado demasiada atencion, pues el tarot no tenia ningun interes para el.

Entonces ella alzo la mirada. Y los ojos de Colin se fijaron en su rostro… esos rasgos inolvidables que quedaron grabados en su memoria desde el primer instante en que los vio en Vauxhall aquella remota noche de verano. El la miro incredulo, y durante varios segundos parecio que todo su ser se aplacaba, su corazon, su respiracion, su sangre. Y, como ocurrio aquella primera vez, se desvanecio todo lo demas, la multitud, el ruido y las risas, dejandolos solos a los dos. Mientras la miraba, las palabras «Gracias a Dios estas viva» resonaron en su mente.

Ya no iba vestida con harapos como en Vauxhall, y ninguna suciedad desfiguraba su tez, pero aquellos oscuros ojos resultaban inconfundibles. Aquella barbilla obstinada y cuadrada, que mostraba una profunda hendidura, como si los dioses hubiesen apoyado alli un dedo. La pequena nariz recta sobre aquellos labios tremendamente gruesos y sedosos, demasiado grandes para su rostro en forma de corazon. No poseia una belleza convencional… Sus rasgos resultaban demasiado desiguales, demasiado asimetricos. Aun asi, Colin encontro su insolito aspecto irresistible, cautivador, de una forma que le dejo estupefacto. Sin embargo, lo que mas lo desconcerto, aun mas que su intento de robarle, fue la forma en que lo miro.

No esperaba encontrarse cara a cara con una mujer, pero no era posible confundir con un muchacho a la sucia pilluela a quien sujetaba. La serie de emociones que reflejo el rostro de la muchacha mientras el la agarraba por los brazos fue rapida y fugaz, aunque inconfundible. Primero sobresalto. Aunque el la habia sorprendido quitandole el reloj de oro, solo pudo hacerlo gracias a sus propias habilidades en ese terreno. La joven era muy diestra, y resultaba claro que no estaba acostumbrada a ser sorprendida.

El sobresalto dio paso a un miedo inconfundible: la muchacha creia que el iba a hacerle dano. Ambas reacciones eran comprensibles. Pero luego parpadeo y lo miro fijamente durante unos segundos mientras sus ojos se ensanchaban con una expresion de reconocimiento. Y susurro las palabras «eres tu».

Antes de que pudiese interrogarla, ella se libero y echo a correr como alma que lleva el diablo. El la persiguio, pero la muchacha se desvanecio como el humo entre la multitud. Siguio buscandola hasta que las franjas malva del amanecer pintaron el cielo; se aventuro a buscarla incluso por los oscuros y sucios callejones y tugurios de Saint Giles, empujado por razones que no entendia, para hablar con ella.

?Que significaban sus misteriosas palabras? Sabia que el nunca la habia visto antes; se enorgullecia de no olvidar nunca una cara, y su semblante no era de los que se olvidan. Habia algo en ella que lo atraia, que tiraba de el de una forma sin precedentes que no podia comprender. Mientras la sujetaba durante aquellos pocos segundos turbadores, percibio su angustia y su desesperacion. Ambas emociones, junto con el hambre y la pobreza, se desprendian de ella en oleadas. Y luego aquel miedo. Casi pudo olerlo, y el corazon se le lleno de compasion. Ella le robaba a el, y sin embargo, de forma inexplicable, era el quien deseaba tranquilizarla, asegurarle que no queria hacerle ningun dano. Y queria ayudarla. Tras percibir su profunda angustia y su miedo, deseo haber dejado que consiguiese el maldito reloj.

Sus dedos apretaron la copa de cristal tallado. Colin aparto la mirada de las llamas crepitantes para mirar el liquido ambarino. ?Cuantas veces habia pensado en ella en los ultimos cuatro anos? Mas de las que podia contar. Aquellos ojos lo habian obsesionado, mientras su conciencia le censuraba por negarle algo que era para el una baratija facil de sustituir pero que para ella podria haber supuesto la diferencia entre la supervivencia y la muerte. Colin conocia bien los diversos y terribles destinos que aguardaban a las mujeres que, como ella, se ganaban la vida robando, y el corazon se le encogia cada vez que pensaba en ella, lo que sucedia con demasiada frecuencia.

Cuando mas pensaba en ella era por las noches, despierto en su cama, preguntandose si seguiria con vida o

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