de media docena de mujeres parlanchinas.

– Por supuesto, debes hacernos una visita en cuanto te venga bien, querida -dijo lady Digby, que se habia abierto paso a codazos hasta llegar a ella. Antes de que Elizabeth pudiera abrir la boca para contestar, lady Digby prosiguio-: De hecho, me gustaria dar una cena en tu honor. -Se volvio hacia sus hijas-. ?Verdad que seria estupendo, chicas?

– Estupendo, madre -respondieron a coro las hermanas Digby.

Con aire resuelto y posesivo, lady Digby tomo a Elizabeth por el brazo.

– Vamos, querida. Sentemonos y hagamos planes.

Una voz masculina profunda detuvo a lady Digby.

– Si no le importa, lady Digby -dijo Austin con suavidad-, necesito hablar con mi prometida.

Lady Digby renuncio de mala gana a acaparar a Elizabeth.

– Nos disponiamos a hablar de mis planes para la fiesta que quiero dar en su honor.

– ?De verdad? Tal vez deba usted hablar de los preparativos con mi madre y lady Penbroke. Ellas ayudaran a Elizabeth a organizar sus compromisos sociales para los proximos meses, hasta que se adapte a sus nuevas funciones.

– Desde luego. Vamos, chicas.

Lady Digby cruzo la habitacion a grandes zancadas, como un barco a toda vela, y su flota de hijas siguio su estela. Austin le sonrio a Elizabeth.

– Me ha parecido que necesitabas que te rescataran.

– Creo que lo necesitaba, aunque no estoy convencida de que tu madre o mi tia te lo agradezcan.

El le quito importancia al asunto con un gesto.

– A madre se le dan muy bien estas cosas. Manejara a lady Digby con una facilidad que me asustaria de no ser porque la admiro tanto. -Le escruto el rostro con la mirada-. Pareces alterada. ?Ha dicho alguien algo que te molestara?

– No, pero me temo que me siento un poco… abrumada.

El le ofrecio su brazo.

– Ven conmigo.

A ella ni se le paso por la cabeza la posibilidad de negarse. Intentando no mostrarse demasiado ansiosa, lo tomo del brazo y dejo que el la guiara hacia la puerta de la sala.

– ?Adonde vamos?

El enarco una ceja.

– ?Importa mucho?

– En absoluto -respondio ella sin dudarlo-. Me alegro de escapar de los ojos de toda esta gente.

Austin noto el estremecimiento de Elizabeth. Habia estado observandola durante toda la cena y habia comprobado lo bien que se desenvolvia frente a su reciente popularidad. Se habia mostrado impecablemente cortes con las personas que antes se reian a sus espaldas, encantadora con quienes la habian rechazado y sonriente ante todos los que le habian hecho dano.

Diablos, estaba orgulloso de ella.

Cuando llegaron a su estudio privado, abrio la puerta. El fuego crepitaba en la chimenea, proyectando un brillo suave sobre toda la habitacion. Cerro la puerta tras de si, apoyo la espalda contra ella y miro a Elizabeth. Estaba en medio del estudio, con las manos entrelazadas delante de si, mas hermosa que ninguna mujer que el hubiese visto jamas. Lo invadio una gran ternura, junto con el impulso irrefrenable (no, la necesidad) de besarla. Sin embargo, antes de que pudiera ceder a ese impulso, ella hablo.

– ?Puedo preguntarte algo?

– Por supuesto.

– Lo que me ha pasado a la hora de la cena… ?te paso a ti tambien? -pregunto con el entrecejo fruncido.

– ?Como dices?

– Cuando heredaste el titulo y te convertiste en duque, ?comenzo la gente a tratarte de manera distinta? Soy la misma que hace una semana, y sin embargo todos se comportan conmigo de otro modo.

– No te han tratado mal, espero.

– Al contrario, todo el mundo parece empenado en ser amigo mio. ?A ti te ocurrio lo mismo?

– Si, aunque antes de convertirme en duque fui marques, asi que ya estaba bastante acostumbrado.

Ella lo observo durante un buen rato y luego sacudio la cabeza con tristeza.

– Lo siento mucho. Debe de ser muy duro para ti no saber si la gente te aprecia a ti o a tu titulo.

El respiro hondo. ?Dejarian alguna vez de sorprenderlo sus palabras? Cruzo la alfombra de Axminster, que amortiguaba el sonido de sus pisadas, y se detuvo frente a Elizabeth. Ella lo miro y el corazon le brinco en el pecho. En sus ojos Incomparables brillo una ternura calida, sincera, honesta e inconfundible.

Austin tenia que tocarla. En ese mismo instante.

Tomo su rostro entre las manos y le rozo los labios con los suyos.

– Austin -jadeo ella.

?Por que lo conmovia tanto oir su nombre pronunciado por esa boca? Solo pretendia darle un beso breve. La habia conducido al estudio por una razon totalmente distinta. Pero ahora que tenia tan cerca sus formas curvilineas y tentadoras, y que la oia suspirar su nombre, olvido por completo dicha razon. La atrajo hacia si y le deslizo la punta de la lengua por el carnoso labio inferior. A ella no le hizo falta otra invitacion para abrir la boca. El pronuncio su nombre en una mezcla de susurro y jadeo, y la beso mas apasionadamente.

Ladeo la cabeza para abarcar mejor sus labios, y sus sentidos se inflamaron. El calor de aquel cuerpo, el dulce sabor a fresas de su boca, el delicado aroma a lilas, todo ello lo envolvia, encendiendolo de pies a cabeza con un deseo incontrolable. Cuando finalmente hizo el esfuerzo de levantar la cabeza, respiraba agitadamente y el corazon le latia al doble de su velocidad normal. O quizas al triple.

– Cielo santo -resollo Elizabeth, aferrandose a sus solapas-. Esto se te da bastante bien.

El se aparto ligeramente y contemplo su expresion maravillada, henchido de satisfaccion masculina.

– Y a ti tambien. -Increible, indescriptiblemente bien.

– Mi madre me dijo una vez que los besos de papa hacian que se le derritiesen los huesos. En ese entonces yo no tenia idea de a que se referia.

– ?Y ahora? -pregunto el, con una sonrisa.

El rubor tino sus mejillas de piel de melocoton.

– Ahora lo entiendo. Perfectamente. Se referia a que dejas de sentir las rodillas. Debo decir que es una experiencia de lo mas agradable.

– En efecto, lo es.

Y pronto seria aun mas agradable…, cuando estuvieran juntos en la cama, desnudos, haciendo el amor. Decenas de imagenes eroticas se agolparon en su cabeza, pero el las alejo con firmeza. Si permitia que su mente se recrease en esos pensamientos, ella no saldria del estudio con la virtud intacta.

La solto de mala gana y se dirigio a su escritorio.

– Quiero darte algo.

Aparecieron los hoyuelos a cada lado de la boca de Elizabeth.

– Creia que eso era justo lo que acababas de hacer.

– Me refiero a otra cosa. -Abrio con llave el cajon inferior, extrajo lo que queria y volvio a su lado-. Toma. Para ti -dijo, tendiendole una pequena caja cubierta de terciopelo.

Ella enarco las cejas, sorprendida.

– ?Que es?

– Abrelo y veras.

Elizabeth abrio la tapa con bisagras y solto un grito ahogado. Alli, sobre una base de terciopelo blanco como la nieve, descansaba un topacio tallado en forma ovalada y rodeado de diamantes.

– Es un anillo -jadeo ella, contemplando con los ojos desorbitados la relumbrante joya-. Cielo santo, es extraordinario.

«Como tu.» El pensamiento acudio a la mente de Austin, sobresaltandolo, pero no pudo negar que era cierto. Ella era extraordinaria, y no solo por su belleza fisica, sino por razones que lo confundian e inquietaban.

Levanto el anillo de su lecho de terciopelo y lo deslizo en el dedo anular de la mano izquierda de Elizabeth.

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