Esta epistola anadio el autor el ano de mil quinientos veintisiete, vista la destruccion de Roma y la gran pestilencia que sucedio, dando gracias a Dios que le dejo ver el castigo que meritamente Dios permitio a un tanto pueblo
?Quien jamas pudo pensar, oh Roma, oh Babilon, que tanta confusion pusiesen en ti estos tramontanos occidentales y de Aquilon, castigadores de tu error? Leyendo tus libros veras lo que mas merece tu poco temor. ?Oh que fortuna vi en ti! Y hoy habiendote visto triunfante y ahora te veo y con el dedo te cuento, dime, ?donde son los galanes, las hermosas que con una chica fosa en diez dias cubriste y encerraste dando fin a las favoridas, pues una sabana envolvio sus cuerpos pestiferos? Las que no se podia vivir con ellas ya son sepultas, yo las vi. ?Oh, Lozana!, ?que esperas? Mira la Garza Montesina, que la llevan sobre una escalerita por no hallar, ni la hay, una tabla en toda Roma. ?Donde es el favor? ?Como van sin lumbre, sin son y sin llanto? Mira los galanes que se tapan las narices cuando con ellas pasan. ?Oh, Dios!, ?pensolo nadie jamas tan alto secreto y juicio como nos vino este ano a los habitadores que ofendiamos a tu Majestad? No te ofendieron las paredes, y por eso quedaron enhiestas, y lo que no hicieron los soldados hiciste tu, Senor, pues enviaste despues del saco y de la ruina pestilencia inaudita con carbones pesimos y sevisimos, hambre a los ricos, hechos pobres mendigos. Finalmente que vi el fin de los muchos juicios que habia visto y escrito. ?Oh, cuanta pena merecio tu libertad, y el no templarte, Roma, moderando tu ingratitud a tantos beneficios recibidos! Pues eres cabeza de santidad y llave del cielo, y colegio de doctrina y camara de sacerdotes y patria comun, quien vio la cabeza hecha pies y los pies delante. ?Sabroso principio para tan amargo fin! ?Oh, vosotros, que vendreis tras los castigados, mira este retrato de Roma, y nadie o ninguno sea causa que se haga otro! Mira bien este y su fin, que es el castigo del cielo y de la tierra, pues los elementos nos han sido contrarios. Gente contra gente, terremotos, hambre, pestilencia, presura de gentes, confusion del mar, que hemos visto no solamente perseguirnos sus cursos y raptores, pero este presente diluvio de agua, que se ensoberbecio Tiber y entro por toda Roma, ano de mil quinientos veintiocho, asi que llego al mismo senal que fue puesto el ano de mil quinientos quince, donde estan escritos estos versos:
No se puede huir la Providencia divina, pues con lo sobre dicho cesan los delicuentes con los tormentos, mas no cesaran sol, luna y estrellas de pronosticar la meritoria que cada uno habra. Por cierto no fui yo el primero que dijo: Ve tibi, civitas meretrix! Por tanto, senor Capitan del felicisimo ejercito imperial, si yo recibiese tanta merced que se dilatase demandar este retrato en publico, me seria a mi disculpa y al retrato privilegio y gracia. La cual, desde ahora, la nobleza y caballeria de vuestra merced se la otorgo, pues merecio este retrato de las cosas que en Roma pasaban presentarse a vuestra clara prudencia para darle sombra y alas a volar sin temor de los vituperadores que mas atildado lo supieran componer. Mas no siendo obra sino retrato, cada dia queda facultad para borrar y tornar a perfilarlo, segun lo que cada uno mejor vera; y no pudiendo resistir sus reproches y pinceles acutisimos de los que remiraran no estar bien pintado o compuesto, sera su defension altisima y fortisima inexpugnable el planeta Marte que al presente corre, el cual planeta contribuira favor al retrato en nombre del autor. Y si alguno quisiere combatir con mi poco saber, el suyo mucho y mi ausencia me defendera. Esto digo, noble senor, porque los reprochadores conozcan mi cuna, a los cuales afectuosisimamente deseo informar de las cosas retraidas, y a vuestra merced servir y darle solacio, la cual nuestro senor prospero, sano y alegre conserve muchos y felicisimos tiempos. Ruego a quien tomare este retrato que lo enmiende antes que vaya en publico, porque yo lo escribi para enmendarlo por poder dar solacio y placer a lectores y audientes, los cuales no miren mi poco saber sino mi sana intencion y entreponer el tiempo contra mi enfermedad. Soy vuestro y a vuestro servicio; por tanto, todos me perdonareis.
Carta de excomunion contra una cruel doncella de sanidad
De mi, el vicario Cupido, de linea celestial, por el dios de amor elegido y escogido en todo lo temporal, y muy gran administrador, a todas las tres edades de cualesquier calidades donde su ley sucedio: salud y gracia. Sepais que, ante mi, aparecio un amador, que se llama «de remedio despedido», el cual se me querello de una muy graciosa dama. Dice que, con su beldad y con gracias muy extranas, le robo la libertad de dentro de sus entranas; dice que le desclavo la clavada cerradura con que su seso guardaba, y tambien que le tomo toda junta la cordura, cual fortuna le guiaba; que le mato el sosiego sin volverle ningun ruego ni saber, ni discrecion, por la cual causa esta ciego y le arden en muy vivo fuego las telas del corazon. Este dios de aficion, cuyo lugar soy teniente, manda sin dilacion que despache este acto presente. Capellanes y grandes curas de este palacio real de Amor y sus alturas haced esta denunciacion porque no aclame cautela, desde ahora apercibiendo por tres conominaciones. Y porque le sean notorios los sacros derechos y vias, por termino perentorio yo le asigno nueve dias, porque es termino cumplido, como antedicho es, ya pronunciado y sabido. Del templo luego la echeis, como miembro disipado de nuestra ley tan bendita. Todos cubiertos de luto, con los versos acostumbrados que se cantan al difunto; las campanas repicando, y el cura diga: «Muera su anima en fuerte fragua como esta lumbre de cera vereis que muere en el agua». Vengale luego a deshora la tan gran maldicion de Sodoma y Gomorra, y de Atam y Abiron vengale tal confusion, en su dicho cuerpo y, si no en su cuerpo, en conclusion, como a nadie le vino. Maldito lo que comiere: pan y vino y agua y sal; maldito quien se lo diere, nunca le fallezca mal, y la tierra que pisare, y la cama en que durmiere, y quien luego no lo dijere que la misma pena pene. Sus cabellos tan lucidos, ante quien el oro es fusco, tornen negros y encogidos que parezcan de guineo. Y sus cejas delicadas, con la resplandeciente frente, se tornen tan espantables como de un fiero serpiente. Y sus ojos matadores, con que robo mis entranas, hinchense de aradores, que le pelen las pestanas. Y su nariz delicada, con que todo el gesto airea, se torne grande y quebrada como de muy fea negra. Y su boca tan donosa, con labrios de un coral, se le torne espumosa, como de gota coral. Y sus dientes tan menudos, y encias de un carmesi, se le tornen grandes y agudos, parezcan de jabali. Su garganta y su manera, talle, color y blancura, se tornen de tan mal aire como toda su figura. Y sus pechos tan apuestos, testigos de cuanto digo, tornen secos y deshechos, con tetas hasta el ombligo. Y sus brazos delicados, codiciosos de abrazar, se le tornen consumidos, no hallen de que tomar. Y lo demas y su natura, (por mas honesto hablar), se torne de tal figura, que de ello no pueda gozar. Denle demas la cuerda, que ligue su corazon.
Dada mes y ano el dia de vuestra querella.
Epistola de la Lozana a todas las que determinaban venir a ver campo de flor en Roma
Amigas y en amor hermanas: Deseando lo mismo, pense avisaros como, habiendome detenido por vuestro amor esperandoos, sucedio en Roma que entraron y nos castigaron y atormentaron y saquearon catorce mil teutonicos barbaros, siete mil espanoles sin armas, sin zapatos, con hambre y sed, italianos mil quinientos, napolitanos reamistas dos mil, todos estos infantes; hombres de armas seiscientos, estandartes de jinetes treinta y cinco, y mas los gastadores, que casi lo fueron todos, que si del todo