Considero retirarse y afrontar la tormenta pero el vestibulo sombrio estaba caliente y seco. Por muy antipatico que fuera el leon, parecia que le ofrecia refugio. Compuso su mejor sonrisa y extendio una mano hacia aquel hombre.
– Me llamo Bree Reynaud senor…
– Simon Courtland.
Ella asintio. Quiza no se habia dado cuenta de su mano.
– Senor Courtland, lo siento muchisimo…
– No se moleste en contarme la historia -la atajo el con impaciencia-. Es obvio que se ha perdido en la tormenta. Como o por que, carece de importancia. Quedese aqui. Volvere ahora mismo.
Se marcho mientras mascullaba frases como: «Lo que me faltaba», y «?que mas podria salir mal?». Bree se quito el cabello de los ojos para mirarle. Courtland volvio a los pocos minutos y deposito en sus brazos una manta, una toalla y una bata.
Bree no podia hacerse una idea de para que le daba la bata hasta que cayo en la cuenta de que le ofrecia algo en lo que dormir. Era mas de lo que ella esperaba y le habria mostrado su gratitud pero el no le dio oportunidad.
– Esta casa ha estado cerrada mucho tiempo y apenas es habitable. Tendra que arreglarse con lo que tenga -dijo en tono irritado-. En el piso de abajo, pasando un salon y un despacho hay un gabinete. Hay un sofa cama bastante duro.
– No me importa.
– En el ala oeste, dejando atras un comedor y una cocina, hay un bano. Dese una ducha caliente antes de que coja una pulmonia. Tendra que secar la ropa en los radiadores. Hay una secadora pero esta estropeada.
– Muy bien, yo…
– Si esta preocupada por su intimidad no debe. Yo estoy trabajando en el piso de arriba. Mantengase lejos de la escalera y nos llevaremos bien. ?Que le ha ocurrido a su coche?
– ?Mi coche?
– ?Se le ha calado o ha caido en alguna zanja?
– No, el coche funciona. No pude continuar mi viaje debido a…
– La tormenta, es obvio. No dudo de que los detalles seran muy interesantes. Ya que su coche funciona supongo que no tendra problemas en desaparecer antes de que yo me levante. Deje las cosas como las ha encontrado y estaremos en paz. Si tiene alguna pregunta hagala ahora.
– Ninguna, senor -dijo Bree sin poder evitar un tono militar en su respuesta.
Parecio que a Courtland se le pasaba por alto el intento de introducir un poco de sentido del humor en su charla. Bree penso que debia ser lo unico que habia pasado por alto hasta entonces. Su mirada la habia recorrido por completo, no de la manera en que un hombre mira a una mujer sino mas bien como un cientifico examinando un microbio al microscopio. Intento recordar la ultima vez en que un hombre la habia tratado como si fuera un bicho molesto. Aunque Simon no tenia medio de saberlo, su actitud era maravillosamente reconfortante. Si sus instintos se hubieran inclinado hacia las morenas empapadas la situacion podria haber sido problematica.
– Deduzco que viaja usted sola.
– Si -contesto ella mientras pensaba que no tenia por que ser tan evidente para el.
– Digame si planea entrar despues alguna criatura, humana o bestia, que tenga escondida en el maletero.
– Tiene mi palabra,
Simon le lanzo una mirada que le hizo pensar en la posibilidad de que sonriera. Pero no. Nada podia arrancar una sonrisa de aquellos rasgos graniticos. En apariencia, cuando el senor Courtland dejaba de dar ordenes era que habia dado por terminada la conversacion. A sus espaldas se elevaba una escalera de roble dividida en dos descansillos.
– Buenas noches -dijo antes de dar media vuelta y subir las escaleras.
Bree lo contemplo hasta que lo perdio de vista. Estaba empapada pero se sentia acalorada. No habia ningun motivo para que su corazon latiera tan apresurado.
No le cabia la menor duda de que lo habia molestado. Pero la rudeza de Courtland no le habia importado. No tenia ningun motivo para dar la bienvenida a un visitante molesto e inesperado, sin embargo Bree habia visto en su rostro las severas lineas de la extenuacion. Tenia la impresion de que lo habian presionado mucho tiempo. Incluso un hombre rigido y autoritario se hubiera acordado de sonreir.
«?Quien te ha sorbido la vida,
Tenia la mala costumbre de preocuparse por los demas. Naturalmente, ni los problemas de Simon eran asunto suyo, ni habia posibilidad de que llegaran a serlo.
Se quito las zapatillas y fue en busca del bano. Estaba decorado con viejos azulejos en tonos purpura. Bree se despojo rapidamente de sus ropas mojadas y se puso bajo el chorro humeante de la ducha.
Unos cuantos minutos despues se acerco al espejo empanado de vapor. Aunque Bree media uno sesenta y cinco, le sobraba bata por todos los lados y tuvo que doblar varias veces las mangas antes de verse las manos. Al contrario de lo que habia esperado, la tela no era tan abrasiva como su dueno y resulto una caricia sobre su piel.
Bree penso que quiza se conformara con una sensualidad de guardarropa. Era un chiste para si misma. La ducha no habia conseguido relajarla, se sentia tensa por haber conducido bajo la tormenta y la casa habia despertado su curiosidad.
Encontro el gabinete donde tenia que dormir. Colgo sus ropas sobre el radiador y salio de puntillas sin arriesgarse a encender ninguna luz excepto la del salon central.
La casa era terreno abonado para fantasmas y fantasias descabelladas. Los suelos de madera crujian, el viento silbaba por las rendijas. Las telaranas ocultaban los techos y habia montanas de muebles cubiertos con sabanas. Aquella casa no podia ser de Simon.
Solo encontro un cuarto cerrado, todos los demas estaban repletos de tesoros. El suelo del cuarto de estar estaba cubierto por una alfombra oriental gruesa y preciosa que debia tener mas de cien anos. La cocina, por la que habia que pasar para acceder al bano tenia un hogar mas alto que un hombre, un horno de ladrillos y una despensa que hubiera hecho las delicias de cualquier cocinero. El comedor disponia de un elevador empotrado que lo conectaba con la cocina.
Bree estaba encantada. Cuando un enorme reloj dio la una, decidio poner fin a su exploracion. Existia el riesgo de que su anfitrion bajara a investigar aquellos ruidos extranos. Fue al gabinete y cerro la puerta.
Ya habia descubierto que la luz principal no funcionaba pero habia una lampara junto al sofa. El gabinete estaba atestado de libros y olia a polvo y a tabaco de pipa. Cuando saco la cama verifico las advertencias de Simon, el colchon era mas duro que una piedra. No importaba, habia dormido en sitios peores. Apago la lampara y se arrebujo en la manta dispuesta a dormir.
La oscuridad era absoluta. El viento gemia en la chimenea del hogar. Los relampagos iluminaban unas sombras poco familiares. La casa tenia un aire un tanto fantasmal pero ella se sentia segura. No era la casa lo que le impedia conciliar el sueno, era la soledad. Demasiadas camas extranas, demasiados lugares desconocidos. Un ano sin un perchero en el que colgar su sombrero, un ano de no ir a ninguna parte y, segun su familia, de vivir temerariamente. La familia lo era todo en el lugar de donde procedia. Bree tenia unos doscientos parientes cercanos. Todos entonaban la misma cantinela, una mujer de veintisiete anos debia vivir en un lugar fijo y estar casada a ser posible con un nino en camino o, por lo menos, una carrera.
Al principio el desafio de vagar sin rumbo le habia parecido divertido. Las Navidades en Carolina del Sur, la primavera en las Montanas Nubladas, el verano en Maine. La America de las ciudades grandes y de los pueblos apartados, gente y modos de vida diferentes. A Bree le gustaba disfrutar de cada experiencia que el camino le brindara.
Pero no podia durar siempre. Desde el principio habia sabido que era una huida. Y tambien sabia de que estaba huyendo.
Matthew no habia sido su primer error, pero habia constituido la gota de agua que habia desbordado el vaso. Estaba harta de ser tan boba. Si alguien la necesitaba, acudia sin pensarselo. Dar formaba parte de su naturaleza. Y la confianza en la gente. Penso que cuando se extiende el corazon ante los demas como si se tratara de una manta siempre aparece un hombre dispuesto a pisotearlo. Y ella se habia descubierto repitiendo los mismos