reinventar su vida, pero ?como hacerlo sin borrar la desagradable acusacion de Michael que seguia martirizandola? La hacia sentir marchita y vacia. Intento frenar su desesperacion.
Tal vez Michael fuese el responsable de sus problemas sexuales. ?Acaso Dante, el gigolo, no habia mostrado mas sensualidad en esos pocos minutos que Michael en cuatro anos? Tal vez un profesional podria conseguir lo que un aficionado no podia. Al menos, podia confiar en que un profesional tocaria los botones adecuados.
El hecho de que pensase siquiera en algo asi la sorprendio, pero los ultimos seis meses la habian atontado demasiado para escandalizarse. Como psicologa, sabia que era imposible empezar una nueva vida ignorando los problemas del pasado. Los problemas regresaban siempre.
Sabia que no podria tomar una decision acerca de algo tan importante si no estaba sobria. Por otra parte, estando sobria nunca habria barajado aquella posibilidad, y eso, de repente, le parecio el peor error que podria haber cometido. ?Que mejor uso podia darle al dinero que le quedaba que utilizarlo para desprenderse de su pasado y asi poder seguir adelante? Esa era la pieza que le faltaba al plan que habia trazado para reinventarse a si misma.
Soledad, descanso, contemplacion y curacion sexual…, cuatro pasos que llevarian al quinto: accion. Y todo, mas o menos, en conexion con las Cuatro Piedras Angulares.
El se tomo su tiempo para acabarse el vino, acariciandole la palma de la mano, deslizando el dedo bajo el brazalete de oro hasta alcanzar el pulso en su muneca. Pero de pronto empezo a aburrirle aquel juego y dejo unos billetes sobre la mesa. Se puso en pie y extendio una mano hacia ella.
Era el momento de tomar una decision. Todo lo que tenia que hacer era negar con la cabeza. Habia una docena de mujeres sentadas a escasa distancia, y el no montaria escandalo alguno.
«El sexo no puede curar tus heridas interiores -solia decir la doctora Favor en sus conferencias-. El sexo, sin un amor profundo y permanente, lo unico que consigue es que te sientas triste y pequena. Asi que cura antes tus heridas. ?Curate a ti mismo! Despues podras pensar en el sexo. Porque si utilizas el sexo para esconder tus adicciones, para herir a las personas que abusaron de ti y para paliar tus inseguridades, solo conseguiras que tus heridas interiores duelan mas…»
Pero la doctora Favor estaba ahora en bancarrota, y el rubio del cafe florentino no habia tenido que escucharla. Isabel se puso en pie y le tendio la mano.
Las rodillas le flaquearon debido al vino mientras el la sacaba de la
El senalo el escudo de armas de los Medicis en el lado de un edificio, e hizo un gesto hacia un parterre cubierto de flores blancas alrededor de una fuente. Guia turistico y gigolo en un mismo paquete. La vida siempre proveia. Y esa noche le habia proporcionado el eslabon perdido de su plan para poner en marcha una nueva vida.
No le gustaba que los hombres fuesen mas altos que ella, y el era una cabeza mas alto que ella, aunque pronto estaria tumbado, por lo que no supondria un problema. Podia estar casado, pero apenas parecia domesticado. Tambien podia ser un asesino en serie, pero aparte de la mafia, los italianos solian preferir el robo al asesinato.
Olia a persona pudiente -un perfume a limpio, exotico y tentador-, pero esa esencia parecia proceder de su cuerpo. Tuvo una vision de el empujandola contra uno de aquellos antiguos edificios de piedra, bajandole la ropa y penetrandola, aunque tendrian que acabar muy rapido, y acabar no era precisamente la cuestion. La cuestion se centraba en acallar la voz de Michael para poder seguir adelante con su vida.
El vino ingerido entorpecia sus movimientos, y tropezo. Oh, era una buscona, de acuerdo. El la detuvo y despues senalo la puerta de un pequeno y lujoso hotel.
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No entendio sus palabras, pero la invitacion era evidente.
«?Quiero pasion!», le habia dicho Michael.
Entraron en el pequeno vestibulo. Su exquisito mobiliario era tranquilizador: cortinas de terciopelo, sillas doradas, suelo de terrazo. Al menos llevarian a cabo aquel sordido encuentro sobre sabanas limpias. Y ese no era el tipo de lugar que escogeria un lunatico para asesinar a una turista ingenua y ligera de cascos.
El encargado de recepcion le dio a Dante una llave, lo que significaba que estaba registrado en aquel hotel. Un gigolo de clase alta. Sus hombros se rozaron en el minusculo ascensor, y ella supo que el calor en su estomago era fruto de algo que iba mas alla del vino y la infelicidad.
Salieron a un pasillo iluminado a media luz. Isabel le miro, y a su mente acudio una extrana imagen de un hombre vestido de negro disparando un arma de asalto. ?De donde habia salido esa imagen? A pesar de que no se sentia ciento por ciento segura con el, tampoco sentia que estuviese en peligro fisicamente. Si tenia pensado matarla, deberia haberlo hecho en uno de los callejones por los que habian pasado, no con un arma de asalto en un hotelito elegante.
El la llevo hasta el final del pasillo y apoyo en su brazo una mano firme, quizas una senal de que era el momento de pagar.
Oh, Dios… ?Que estaba haciendo?
«El buen sexo, el mejor sexo, tiene que tener lugar tanto en la mente como en el cuerpo.»
La doctora Isabel Favor estaba en lo cierto. Pero esto no tenia que ver con el buen sexo. Tenia que ver con el sexo prohibido y peligroso en una ciudad extranjera con un desconocido. Sexo para librar su mente del miedo. Sexo para asegurarse de que seguia siendo una mujer. Sexo para remendar las roturas y poder seguir adelante.
Abrio la puerta y encendio la luz. Era un gigolo caro. No era una simple habitacion de hotel sino una elegante suite, aunque pequena, con la ropa brotando de la maleta abierta y los zapatos esparcidos por el suelo.
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Isabel reconocio la palabra «vino» y quiso asentir, pero se sintio confusa y nego con la cabeza. El gesto fue demasiado rapido, y a punto estuvo de perder el equilibrio.
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O quizas era ella la hechizada por no marcharse de alli. Le siguio hasta la puerta y le vio acercarse a la ventana e inclinarse para abrir las contraventanas. La brisa hizo ondear su largo y sedoso pelo, en tanto la luz de la luna le saco destellos plateados. El hizo un gesto hacia el exterior.
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Ella sintio como si tuviese los pies hundidos en barro mientras cruzaba el dormitorio. Bajo la vista y vio una docena de mesas en un jardin atestado de flores, con las sombrillas cerradas durante la noche. Mas alla de los muros podia oirse el trafico, y ella creyo apreciar incluso un atisbo del aroma del Arno.
El le paso la mano por el pelo. Habia realizado su primer movimiento.
Isabel todavia podia marcharse. Podia hacerle comprender que habia sido un gran error, la madre de todos los errores. ?Cuanto tienes que pagarle a un gigolo que no ha finalizado su trabajo? ?Hay que dejarle propina? Si se iba…
Pero el la estaba acercando hacia si. La abrazaba, y eso no era malo. Hacia mucho tiempo que nadie la abrazaba. Era muy diferente a cuando Michael lo hacia. Su altura resultaba un tanto desagradable, sin duda, pero no su musculatura.
El inclino la cabeza y ella se aparto un poco, pues no estaba preparada para empezar con un beso. Entonces se recordo que se trataba de una especie de cura.
Sus labios tocaron los de Isabel justo en el angulo adecuado. El deslizamiento de su lengua fue perfecto, ni