Pero habia sido doloroso para el pronunciar en voz alta el nombre de su amigo; en el rostro de Lyubov habia una tristeza amarga cada vez que Selver se volvia a el dentro de su mente. Se aparto un poco de los yumenos y les observo. Dongh y Gosse y otros de Eshsen se habian reunido alli junto con los cinco de la nave. Los nuevos estaban limpios y pulidos como hierro nuevo. A los viejos les habian crecido pelos en las caras, y ahora parecian unos athshianos gigantescos, de pelambrera negra.

Todavia llevaban ropas, pero estaban viejas y poco limpias. No habian adelgazado, excepto el Viejo, que seguia enfermo desde la Noche de Eshsen; pero todos daban la impresion de ser hombres extraviados o locos.

Este encuentro ocurrio en el limite del bosque, en la zona donde, por un acuerdo tacito, ni la gente del bosque ni los yumenos habian levantado viviendas ni acampado en los ultimos anos. Selver y sus acompanantes se instalaron a la sombra de un gran fresno que crecia un poco apartado de la orilla del bosque. Las bayas del fresno eran aun pequenos nudos verdes contra las ramas, las hojas largas y suaves, labiadas, de color verde estio.

Debajo del arbol la luz era debil, mezclada con sombras.

Los yumenos se consultaban e iban y venian, y por ultimo uno de ellos fue hasta el fresno. Era el hombre duro de la nave, el comandante. Se sento en cuclillas cerca de Selver, sin pedir permiso, pero sin ninguna visible intencion de rudeza. Dijo: —?Podemos conversar un poco?

—Naturalmente.

—Ya sabe que nos llevaremos de aqui a todos los terraqueos. Hemos traido con nosotros una segunda nave para poder transportarlos. Este mundo nunca mas sera una colonia.

—Ese fue el mensaje que escuche en Brotor hace tres dias, cuando ustedes llegaron.

—Queria estar seguro de que usted lo entendia. La decision es terminante. No volveremos. Este mundo ha sido declarado proscrito por la Liga. Eso significa para ustedes lo siguiente: puedo prometerles que nadie vendra aqui a cortar los arboles o a ocupar las tierras, mientras subsista la Liga.

—Ninguno de ustedes volvera jamas —dijo Selver, afirmacion o pregunta.

—No por cinco generaciones. Nadie. Luego quiza algunos pocos hombres, diez o veinte, no mas de veinte, podrian venir a dialogar con ustedes, a estudiar este mundo, como lo hicieron aqui algunos de los hombres.

—Los cientificos, los especialistas —dijo Selver. Medito un momento —. Ustedes deciden las cosas todos a la vez —dijo, nuevamente entre afirmacion y pregunta.

—?Que quiere decir?

El comandante parecia receloso.

—Bueno, usted dice que ninguno de ustedes cortara los arboles de Athshe: y todos dejan de hacerlo. Y sin embargo ustedes viven en muchos sitios. Aqui, si una matriarca diera una orden en Karach, ni aun los habitantes de la aldea mas proxima la obedecerian en seguida, y nunca todos los habitantes del mundo al mismo tiempo…

—No, porque ustedes no tienen gobierno central. Pero nosotros lo tenemos, ahora, y le aseguro que las ordenes son obedecidas. Por todos nosotros al mismo tiempo. Aunque en verdad, tengo entendido, por lo que me han contado los colonos, que cuando usted, Selver, dio una orden, fue obedecida por todo el mundo en todas las islas a la vez.

?Como lo consiguio?

—En aquel entonces yo en un dios —dijo Selver, inexpresivo.

El comandante se retiro y el hombre alto y blanco se fue acercando poco a poco y le pregunto si podia sentarse a la sombra del arbol. Tenia tacto, este, y era sumamente inteligente. Selver se sentia intranquilo con el. Como Lyubov, este hombre era afable; comprendia, pero era tambien absolutamente incomprensible. Pues hasta el mas bondadoso de ellos era tan inaccesible corno el mas cruel. Por eso mismo la presencia de Lyubov en su mente seguia siendo dolorosa, y en cambio los suenos en los que veia y tocaba a su mujer muerta, Thele, eran hermosos y serenos.

—Cuando estuve aqui antes —dijo Lepennon —conoci a ese hombre, Raj Lyubov. Tuve muy pocas oportunidades de hablar con el pero recuerdo lo que dijo; y he tenido tiempo de leer algunos de sus estudios sobre el pueblo de usted. La obra de Lyubov, como usted dice. A esa obra se debe principalmente que Athshe ya no sea Colonia Terraquea. Esa libertad se habia convertido en la meta de la vida de Lyubov, creo yo. Usted, como amigo de el, vera que la muerte no le impidio alcanzar esa meta, finalizar el viaje.

Selver estaba inmovil. La inquietud se le transformaba en miedo. Este hombre hablaba como un Gran Sonador.

Pio respondio.

—Querra usted decirme una cosa, Selver. Si la pregunta no lo ofende. No habra mas preguntas despues… Hubo varias matanzas: en Campamento Smith, luego en este sitio, Eshsen, y por ultimo la de Campamento Nueva Java donde Davidson encabezo al grupo rebelde. Eso fue todo. Ninguna mas desde entonces… ?Es esa la verdad? ?No ha habido mas matanzas?

—Yo no mate a Davidson.

—Eso no importa —dijo Lepennon, interpretando mal las palabras de Selver.

Selver queria decir que Davidson no estaba muerto; pero Lepennon entendio que era otro quien habia matado a Davidson. Aliviado al comprobar que los yumenos podian equivocarse, Selver no le corrigio.

—?No ha habido mas matanzas, entonces?

—Ninguna. Ellos podran confirmarselo —dijo Selver, senalando con un gesto al coronel y a Gosse.

—Entre su propia gente, quiero decir. Athshianos que hayan matado a athshianos.

Selver guardo silencio.

Alzo los ojos a Lepennon, un rostro extrano, blanco como la mascara del Espiritu del Fresno, que cambio de algun modo mientras Selver lo miraba.

—A veces llega un dios —dijo Selver —. Trae una nueva forma de hacer una cosa, o una cosa nueva para hacer. Una nueva clase de canto, o una nueva clase de muerte. Lo trae a traves del puente entre el tiempo-sueno y el tiempo-mundo. Y una vez que lo ha hecho, hecho esta.

Uno no puede tomar cosas del mundo y tratar de llevarlas al sueno, encerrarlas en el sueno con muros y enganos. Eso es demencia. Lo que es, en No pretendere, ahora, que nosotros no sabemos como matarnos unos a otros.

Lepennon apoyo la larga mano en la mano de Selver, tan rapidamente, tan delicadamente que Selver acepto el contacto como si el otro no fuera un extrano. Las sombras verdes y doradas de las hojas del fresno revolotearon sobre ellos.

—Pero no digan que tienen razones para matarse unos a otros. No hay ninguna razon para el asesinato — dijo Lepennon, el rostro tan ansioso y triste como el de Lyubov —. Nosotros partiremos. Dentro de dos dias nos habremos marchado. Todos. Para siempre.

Y entonces los bosques de Athshe volveran a ser lo que eran antes.

Lyubov salio de las sombras de la mente de Selver y dijo: —Yo estare aqui.

—Lyubov estara aqui —dijo Selver —. Y Davidson estara aqui. Los dos. Despues que yo muera, tal vez la gente vuelva a ser como antes de que yo naciese, y antes de que viniesen ustedes. Pero yo no lo creo.

FIN
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