arbustos. Avanzando a cuatro patas, trato de esconderse. Las ramas humedas, desnudas, le rozaban y aranaban la cara. Se arrastro un poco mas lejos. Tenia el cerebro totalmente ocupado por los complejos olores a podredumbre y vegetacion, a hojas muertas, a descomposicion, a renuevos y frondas y flores, los olores de la noche y de la primavera y de la lluvia. La luz lo ilumino de pleno.

Vio a los creechis.

Recordo lo que ellos hacian cuando alguien los acorralaba, y el comentario de Lyubov.

Se dio la vuelta poniendose boca arriba y echo la cabeza hacia atras, cerrando los ojos. El corazon galopaba en su pecho.

No ocurrio nada.

Era dificil abrir los ojos, pero al cabo de un rato lo consiguio. Seguian alli, y eran muchos: unos diez o veinte. Llevaban esas lanzas que utilizaban para cazar, esas armas pequenas que parecian de juguete, pero las hojas de hierro afiladas podian perforarle a uno las tripas. Cerro los ojos y permanecio tendido en la misma posicion.

Y no pasaba nada.

Su corazon se habia calmado, y le parecio que ahora podia pensar mejor. Algo se agito dentro de el, algo que era casi una risa. Por Dios, ?los creechis no podian con el! Si sus propios hombres le habian traicionado, y si ya la inteligencia humana no podia hacer nada por el, entonces recurria a la artimana que ellos mismos utilizaban, se hacia el muerto asi, y despertaba en ellos ese reflejo instintivo que les impedia matar a nadie que estuviera en esa postura. Y alli seguian, a su alrededor cuchicheando entre ellos. No podian hacerle dano. Era como si fuese un dios.

—Davidson.

Tuvo que abrir nuevamente los ojos. La antorcha de resina que llevaba uno de los creechis ardia aun, pero parecia mas palida, y el bosque era mas gris ahora, ya no renegrido. ?Que habia pasado? Habian transcurrido apenas cinco o diez minutos. La visibilidad era todavia escasa, pero ya no era de noche. Distinguia las hojas y las ramas, el bosque. Reconocio la cara que le miraba desde arriba. En la penumbra sin matices del amanecer, era un rostro incoloro. Las facciones marcadas por cicatrices parecian las de un hombre. Los ojos eran agujeros sombrios.

—Dejame levantar —dijo repentinamente Davidson con voz ronca, estridente.

Tendido alli, en el suelo humedo, tiritaba de frio. No podia seguir acostado mientras Selver le mirada desde arriba.

Selver tenia las manos vacias, pero muchos de los pequenos demonios que le rodeaban no solo llevaban lanzas sino tambien revolveres. Robados de la armeria del campamento, sin duda. Se incorporo con dificultad. Las ropas le colgaban, heladas, de los hombros y del dorso de las piernas, y no podia dejar de temblar.

—Hazlo de una vez —dijo —. ?Rapido-volando!

Selver lo miro. Ahora, por fin, tenia que levantar la vista, muy arriba, para encontrar los ojos de Davidson.

—?Quiere que lo mate ahora? —pregunto.

Por supuesto, habia aprendido a hablar de esta manera gracias a Lyubov; hasta por la voz, podia haber sido Lyubov el que hablaba. Era macabro.

—Puedo elegir, ?no?

—Bueno, usted ha estado tendido toda la noche como pidiendo que le dejasemos vivir.

?Quiere morir ahora?

El dolor en la cabeza y en el estomago, Ni el odio que senda por ese horrible monstruo diminuto que hablaba como Lyubov y que le tenia a su merced, esa combinacion de dolor y de odio le revolvieron el estomago, sintio nauseas y estuvo a punto de vomitar.

Temblaba de frio. Trato de juntar valor. De pronto dio un paso adelante y le escupio a Selver en la cara.

Hubo una pequena pausa, y entonces Selver, con una especie de paso de danza, le escupio a Davidson. Y rompio a reir. Y no hizo ningun movimiento para matar a Davidson.

Davidson se limpio de los labios el frio escupitajo.

—Mire, capitan Davidson —dijo el creechi con esa vocecita tranquila, que a Davidson le producia vertigo y repugnancia—, los dos somos dioses, usted y yo. Usted es un dios demente, y yo no se si estoy cuerdo o no. Pero somos dioses. Nunca habra en el bosque un encuentro semejante; como es costumbre entre dioses, nos hemos traido regalos.

Usted me trajo un don, la posibilidad de matar a seres de mi misma especie, el homicidio.

Ahora, hasta donde me es posible, yo le ofrezco a usted el don de mi pueblo, que es el de no matar. Creo que a cada uno de nosotros le pesara cargar con el regalo del otro. Sin embargo, usted tendra que cargarlo solo. La gente en Eslisen me dice que si le llevo alli, le juzgaran y le mataran, pues al lo exige la ley. Por eso, porque deseo darle vida, no puedo llevarle a Eslisen con los otros prisioneros; y no puedo dejarle en el bosque; es usted demasiado danino. De manera que sera tratado como uno de los nuestros cuando se vuelve loco. Sera llevado a Rendlep, donde ya no habita nadie y alli se quedara.

Davidson miraba al creechi, no podia sacarle los ojos de encima. Era como si ejerciese sobre el un poder hipnotico. Y eso no lo podia soportar. Nadie tenia sobre el ningun poder. Nadie podia hacerle dano.

—Tenia que haberte roto el pescuezo, directamente, el dia que intentaste atacarme dijo, la voz todavia espesa y ronca.

—Tal vez hubiera sido lo mejor —respondio Selver —. Pero Lyubov se lo impidio. Como ahora me impide que le mate. La matanza ha terminado. Y el talado de los arboles. No quedan arboles para talar en Rendlep. Es el lugar que ustedes llaman Isla Dump. Ustedes no dejaron alli un solo arbol, de modo que no podra construirse un bote y escapar. Ya no crece alli casi nada, y tendremos que mandarle viveres y lena para calentarse. No hay nada que se pueda matar en Rendlep. Ni arboles, ni gente. Habia arboles 31 habia gente, pero ahora solo quedan alli los suenos de todos ellos. Me parece un lugar apropiado para que usted viva en el, ya que debe vivir. Alli tal vez aprenda a sonar, pero es mas probable que siga con su locura hasta sus ultimas consecuencias.

—Matame ahora y acaba de una vez con este ensanamiento.

—?Que le mate? —dijo Selver y los ojos alzados hada Davidson parecieron relampaguear, clarisimos y terribles, en la media luz del bosque —. Yo no puedo matarle, Davidson. Usted es un dios. Tendra que hacerlo usted mismo.

Dio media vuelta y echo a andar, ligero y veloz, y a los pocos pasos desaparecio entre los arboles grises.

Un lazo corredizo se deslizo por encima de la cabeza de Davidson y se le cerro alrededor del cuello. Unas lanzas pequenas se le acercaron por los flancos y la espalda.

No trataban de hacerle dano. Podia echar a correr, huir, y ellos no le matarian. Las hojas de las lanzas eran pulidas, afiladas, como navajas. El lazo corredizo tironeaba apretandole el cuello. Los siguio adonde lo conducian.

Selver no habia visto a Lyubov durante mucho tiempo. El sueno lo habia acompanado hasta Rieshwel. Habia evado con Lyubov cuando le hablo a Davidson por ultima vez, y lego Lyubov habia desaparecido, quiza durmiera ahora en la tumba de Eshsen, porque nunca se le aparecio en el pueblo de Brotor donde Selver vivia ahora.

Pero cuando la nave grande regreso, y Selver fue a Eshsen, Lyubov se reunio alli con el. Una figura silenciosa y tenue, muy triste, que otra vez desperto en Selver aquella pena devoradora.

Lyubov lo acompanaba, una sombra en la mente, hasta cuando se reunia con los yumenos de la nave. Estos eran poderosos, muy diferentes de todos los yumenos que Selver habia conocido, excepto Lyubov, pero mucho mas fuertes que el.

Ya no dominaba el yumeno como antes, y al principio dejo que hablaran ellos. Cuando supo con certeza que clase de personas eran, empujo la pesada caja que habia traido desde Brotor.

—Aqui adentro esta la obra de Lyubov —dijo, buscando a tientas las palabras —. El sabia mas de nosotros que todos los demas. El aprendio mi lengua y la Lengua de los Hombres; lo anotamos todo. El comprendia algo de como vivimos y como sonamos. Los otros no.

Les dare a ustedes la obra, si la llevan al lugar que Lyubov deseaba.

El alto, el de la tez muy blanca, Lepennon, parecia feliz, y le dio las gracias a Selver, diciendole que los trabajos serian llevados adonde Selver deseaba, y serian altamente apreciados. Esto complacio a Selver.

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