esperar la llegada del Shackleton y mantener unida la Colonia. Usted esta empenado en una carrera suicida y soy responsable por los hombres que estan ahi con usted.

—No, usted no es responsable, senor. Yo lo soy. Usted quedese tranquilo. Pero cuando vean la selva en llamas, corran y busquen algun Desmonte. No queremos asarlos vivos junto con los creechis.

—Escuche ahora, Davidson, le ordeno entregar inmediatamente el mando al teniente Temba y presentarse aqui —dijo la voz distante y llorosa, y Davidson, asqueado, apago la radio de golpe.

Estaban todos locos de remate, todavia jugando a los soldados, fuera de todo contacto con la realidad. Eran en verdad muy pocos los hombres capaces de enfrentar la realidad cuando las cosas se ponian dificiles.

Tal como esperaba, los creechis no reaccionaron a los ataques a las madrigueras. El unico modo de tenerlos a raya, como el lo habia sabido desde el principio, era aterrorizarlos y no darles cuartel. De esa manera, ellos sabian quien mandaba, y se mostraban sumisos. Al parecer, y en un radio de treinta kilometros, los creechis abandonaban las aldeas antes de que el llegara, pero continuaba enviando hombres a incendiarlas cada tres o cuatro dias.

Los muchachos empezaban a impacientarse. Hasta entonces, los habia mantenido atareados en los desmontes, ya que cuarenta y ocho de los cincuenta y cinco sobrevivientes leales eran lenadores. Pero todos sabian que las naves automaticas no bajarian a cargar la madera, seguirian llegando una tras otra y se pondrian en orbita, esperando la senal que nunca recibiran. No tenia sentido seguir cortando arboles inutilmente. Era un trabajo demasiado duro. Mejor quemarlos. Ejercitaba a sus hombres en equipos, desarrollando tecnicas incendiarias. El tiempo era aun demasiado lluvioso, pero les mantenia el cerebro ocupado. Si al menos tuviese los otros tres helicopteros, entonces si que podria dar el gran golpe. Estudiaba la posibilidad de una incursion en Central para liberar los helicopteros, pero no habia mencionado aun esta idea ni siquiera a Aabi y Temba, sus mejores hombres. A algunos de los muchachos podria amedrentarlos la idea de una invasion armada a su propio cuartel general. Seguian hablando de “cuando volvamos a reunirnos con los otros”. No sabian que aquellos otros les habian abandonado, les habian traicionado, se habian vendido a los creechis. Y el no podia decirles semejante cosa, no la soportarian.

Un buen dia, el, Aabi, Temba y otro hombre con la cabeza bien puesta y de confianza llegarian en helicoptero; luego tres de ellos bajarian con metralletas, montarian cada uno en un helicoptero, y de vuelta a casa, ta-ta-ta. Con cuatro buenas batidoras para batir los huevos. No se puede hacer una tortilla In batir los huevos. Davidson se rio a carcajadas en la oscuridad de la cabana. Mantuvo este plan en secreto un tiempo mas porque le divertia mucho pensar en el.

Al cabo de otras dos semanas habian destruido todas las madrigueras creechis de los alrededores, y el bosque estaba ahora limpio y reluciente. No mas humaredas por encima de los arboles. Ya nadie saltaba desde atras de un arbusto y se despatarraba en el suelo con los ojos cerrados, esperando que uno le pisara la cabeza. No mas monstruitos verdes. Solo un revoltijo de arboles y algunos parajes quemados. Los muchachos empezaban a mostrarse inquietos y aburridos; era hora de hacer la incursion de rescate de los helicopteros. Una noche les confio el plan a Aabi, Temba y Post.

Ninguno de ellos dijo nada durante un minuto; luego Aabi pregunto: —?Y el combustible, capitan?

—Tenemos combustible suficiente.

—No para cuatro helicopteros; no duraria ni una semana.

—?Quieres decir que para ese nos queda combustible solo para un mes?

Aabi asintio.

—Y bien, en ese caso, sacamos tambien un poco de combustible, me parece.

—?Como?

—Pensad un poco.

Los tres seguian mudos e inmoviles, con caras de estupidos. Eso le enfurecia.

Dependian de el para todo. El era un jefe nato, pero le gustaban los hombres que tenian ideas propias.

—Piensa algun medio, es tu especialidad, Aabi —dijo.

Y salio a quemar un poco de hierba, asqueado por la forma en que todos se comportaban, como si estuviesen acobardados. No eran capaces de enfrentar la cruda realidad.

Andaban escasos de marihuana y Davidson no fumaba desde hacia un par de dias. No le sirvio de nada. La noche negra e impenetrable, humeda, calurosa, olia a primavera.

Paso Ngenene caminando como un patinador sobre el hielo, o casi como un robot sobre ruedas; giro sobre si mismo con un lento movimiento felino y contemplo largamente a Davidson, que estaba en el porche de la cabana a la luz mortecina de la entrada. Era un hombre inmenso que manejaba una sierra electrica en el aserradero.

—La fuente de mi energia esta conectada con el Gran Generador y no me puedo desenchufar —dijo con voz monotona, sin dejar de mirar a Davidson.

—?Vuelvete a tu barraca a dormir la mona! —dijo Davidson con esa voz restallante que nadie desobedecia jamas.

Al cabo de un momento Ngenene se alejo deslizandose con paso cauteloso, ligero y gracil. Era excesivo el numero de hombres que abusaban cada vez mas de los alucinogenos. Habia alucinogenos en abundancia, pero estaban destinados a aliviar las tensiones de los lenadores durante los domingos, no a los soldados de una guarnicion minuscula abandonada en un mundo hostil. No podian darse el lujo de volar, de sonar.

Tendria que guardarlos bajo llave. Ademas, a algunos de los muchachos podian reventarlos. Y bueno, que reventaran. No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Tal vez pudiera mandarlos a Central a cambio de un poco de combustible.

Ustedes me dan dos, tres tanques de gas y yo les dare dos, tres cuerpos calientes, soldados leales, buenos lenadores, justo lo que ustedes necesitan, un poco perdidos en el pais de los suenos…

Sonrio, y se disponia a entrar para exponerles esta nueva idea a Temba y los oros, cuando oyo un grito del guardia apostado en la chimenea del aserradero.

—?Aqui vienen! —chillo con voz aflautada, como un crio que juega a negros y rhodesianos.

Alguien mas se puso a gritar tambien desde el oeste, del otro lado de la empalizada.

Sono un disparo.

Y venian, Cristo, venian. Era increible. Miles y miles. Ningun rumor ningun sonido, haba ese grito del guardia; y en seguida ese unico disparo; luego una explosion —una de las minas terrestres que volaba y luego otra, y otra, y centenares y centenares de antorchas que se encendian y volaban en el aire humedo como cohetes, y los muros de la empalizada eran ahora un hervidero de creechis, una lluvia de creechis, un diluvio, movedizos, pululantes, millares de creechis. Le recordaron un ejercito de ratas que habia visto una vez cuando era chico, durante la ultima Hambruna, en las calles de Cleveland, Ohio, donde se habia criado. Algo habia impulsado a las ratas a abandonar sus agujeros y habian salido a plena luz del dia, una legion de ratas que trepaba por las paredes, un manto palpitante de piel y ojos y manos y dientes diminutos, y el habia gritado llamando a mama y corriendo como loco, ?o era solo un sueno que habia tenido entonces? No podia perder la cabeza. El helicoptero se encontraba en el corral de los creechis, todavia a oscuras y llego alli rapidamente. La puerta estaba cerrada con llave, siempre la tenia cerrada por si a alguna de las hermanitas pusilanimes se le meta en la cabeza la idea de volar a los brazos de Papa Ding Dong en una noche oscura. Le parecio una eternidad el tiempo que tardo en sacar la llave e introducirla en la cerradura y hacerla girar, pero solo era cuestion de no perder la cabeza, y luego tardo otra eternidad en correr hasta el helicoptero y abrir la portezuela, tambien cerrada con llave. Post y Aabi estaban con el ahora. Por fin oyo el estruendo trepidante de los rotores, batiendo huevos, tapando todos los otros ruidos sobrenaturales, las voces aflautadas que gritaban, chillaban y cantaban.

Subieron, y el infierno desaparecio debajo: un corral repleto de ratas, ardiendo.

—Se necesita sangre fria para dominar rapidamente una situacion de emergencia —dijo Davidson —. Ustedes, muchachos, pensaron y actuaron rapidamente. Buen trabajo.

?Donde esta Temba?

—Con una lanza clavada en el estomago —dijo Post.

Le parecio que Aabi, el piloto, queria dirigir la maquina, trepo a uno de los asientos traseros y se tendio relajando los musculos. Alla abajo el bosque era un mar de sombras, negro sobre negro.

—?Que rumbo estas tomando, Aabi?

—Central.

—No. No queremos ir a Central.

Вы читаете El nombre del mundo es Bosque
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×