Lepra o leishmaniosis era lo mismo.

El hombre se cubrio la cara con el rotoso sombrero de paja, preso de terrible turbacion.

Mi madre le pregunto si conocia o si tenia noticias de un tal Lucas Rojas, empleado del ingenio.

– ?Maria!… -sollozo el hombre sin atrever a acercarse con su rostro de ecce homo.

– ?Lucas!… -clamo mi madre rompiendo en llanto y abrazandose a el.

No hubo mas que esas dos palabras, esos dos nombres, como salidos de ultratumba.

El cuello de encaje de mi madre y el de mi ajuar de criatura quedaron maculados de sangre y de pus.

15

Mucho tiempo despues, en su lecho de muerte, a los noventa anos, padre recordo por ultima vez, con la ultima lagrima, aquel reencuentro. Se culpaba aun por no haberle escrito para evitarle la humillacion de que el, su esposo, el caballero del mundo elegante de Asuncion, no era mas que un triste peon de cuadrilla del ingenio que se estaba levantando en la jungla.

«?Maria… amor mio!…» Fueron sus ultimas palabras.

Ese fue el requiem que el entono a la esposa, muerta en Manora en la plenitud de su belleza y de su juventud. Las mismas palabras de hacia cincuenta anos, que el seguramente repitio sin cesar en su corazon hasta el ultimo suspiro.

Ay madre de dolor y de ausencia… Vengo a buscar el ultimo suspiro que dejaste enterrado en la huerta, cuando caiste junto al porton.

Ya no se abrio para ti, aferrada a tu pequeno racimo de legumbres para el almuerzo de padre.

Estabas caida de bruces, pequenita sobre el gran sueno.

Mi padre se hinco sobre las alverjillas y las flores de eneldo desparramadas por el suelo. Recogio tu cuerpo y te llevo en sus brazos hacia la casa, hacia la noche, en el mismo momento en que yo oia tu voz llamandome muy suavemente en un rincon de la celda.

Decimosexta parte

1

Sentia el olor de la melaza fermentada, cada vez mas cercano.

Avanzaba trastabillando en el terraplen, trasteado por los ramalazos de las ortigas, de las canas, de mi mortal ansiedad.

Avanzaba sin cesar hacia ese origen que quedaria siempre fuera de mi alcance.

«Es inutil continuar…», dije entre mi.

En ese momento reconoci el lugar. Ya no existia la casa. Solo un pequeno baldio cubierto de maleza. El porton estaba ahi, ladeado, casi en ruinas. Me acerque, empece a tocar su madera contra la cual el tiempo y la intemperie se habian ensanado.

No pudimos hablar. El porton ya no podia girar ni chirriar sobre sus goznes herrumbrados. Habia perdido el habla. Yo tenia un nudo en la garganta.

Le di un largo abrazo hasta hacer crujir sus tablas carcomidas. Crei que me quedaba pegado alli para siempre.

– Voy a ir a ver al maestro Cristaldo… -le dije sabiendo que ese adios era definitivo.

2

El vaho de la madrugada estaba subiendo. Desande el camino rodeado por islas flotantes de niebla.

Cai de bruces varias veces sobre las huellas hondas de los carros. Los pies descalzos tocaban, miraban desde el suelo y me guiaban.

El aire, los olores del boscaje iban dandome la cercania de los antiguos lugares. Llegue por fin a las vias en las que el palido brillo de una luna en cuarto menguante rielaba tenuemente.

Empece a caminar sobre los durmientes rumbo a la laguna muerta de Piky. Las astillas de esa madera de un siglo se me clavaban en las plantas de los pies, me avisaban que iba despierto. A medida que me aproximaba a la laguna me sofocaba su hedor.

Senti que el viento habia dejado de soplar. El viento siempre deja de soplar un momento antes de que se sepa lo que va a suceder…

3

Al comenzar la curva el fugitivo vio delante de si un resplandor. Parecia girar sobre si mismo, a la altura del pecho de un hombre.

El hombre se fue acercando y vio que el resplandor provenia del tronco de un arbol que se estaba quemando por dentro.

Una lumbre viva como de mil gusanillos en llamas que se retorcian en la entrana del arbol.

Nunca habia visto una luz semejante. Toda luz es siempre nueva, recordo que el maestro Gaspar solia decir. Pero ese resplandor alli se le antojo que venia del fondo de los tiempos.

La deflagracion silenciosa alumbraba en redondo parte del campo.

4

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