Los labios del secretario dejaron escapar un chillido animal que parecia el aullido fantasmagorico de un demonio torturado. Parecio prepararse para dar un salto…, y de repente su cuerpo se relajo y el secretario cayo al suelo.
Un hilillo de saliva chorreaba de su labio inferior.
—No le he hecho nada —murmuro Schwartz—. Regrese antes de las seis —anadio mientras contemplaba con expresion pensativa a la figura caida en el suelo—, pero comprendi que tendria que esperar a que hubiese vencido el plazo. Mas tarde o mas temprano Balkis necesitaria alardear de lo que habia hecho. Lo habia leido en su mente, y la unica forma de probar su culpabilidad que tenia a mi alcance era permitir que el mismo la confesara. Y ahora Balkis ha caido al fin…
22. LO MEJOR AUN NO HA LLEGADO
Habian transcurrido treinta dias desde que Joseph Schwartz despego de la pista de un aerodromo en una noche dedicada a la destruccion galactica, alejandose velozmente del suelo mientras las sirenas de alarma aullaban enloquecidas detras de el y el eter era atravesado por mensajes ordenandole que se detuviera.
No habia regresado…, por lo menos hasta despues de haber destruido el Templo de Senloo.
Y ahora su heroismo por fin habia merecido la recompensa oficial. Schwartz tenia en un bolsillo la Orden de la Nave y el Sol de Primera Clase. Solo otros dos seres humanos en toda la Galaxia habian sido honrados con ella antes de morir.
Eso era mas que suficiente para un sastre jubilado.
Salvo los funcionarios mas destacados del Imperio nadie sabia con exactitud que habia hecho Schwartz, naturalmente, pero eso no importaba. Algun dia los libros de historia hablarian de lo ocurrido incorporandolo a una cronica maravillosa que jamas seria olvidada.
Schwartz se dirigia hacia la casa del doctor Shekt envuelto en el silencio de la noche. La ciudad estaba tan tranquila y callada como el cielo lleno de estrellas que la cubria. Las bandas armadas de celotes aun causaban disturbios en algunos lugares aislados de la Tierra, pero todos sus dirigentes habian muerto o estaban en prision, y los terrestres moderados podrian encargarse del resto sin ayuda exterior.
Los primeros convoyes de naves gigantescas que transportaban suelo normal ya estaban en camino. Ennius habia repetido su propuesta original de trasladar a otro planeta toda la poblacion de la Tierra, pero naturalmente no podia ser aceptada. Lo que se pedia no era caridad. Los terrestres querian reconstruir su propio planeta. Querian reconstruir la patria de sus antepasados, el mundo donde habia nacido la raza humana. Querian trabajar con sus manos arrancando el suelo contaminado y reemplazandolo por suelo puro, viendo como la vegetacion crecia alli donde todo habia estado muerto y haciendo florecer de nuevo la belleza en el erial.
Era una tarea titanica que muy bien podia durar un siglo entero, ;pero que importaba eso? Que la Galaxia prestase la maquinaria, que enviara provisiones, que proporcionase el suelo… Con ello solo consumiria una minima parte de sus inmensos recursos, y la Tierra pagaria las deudas que contrajese.
Y algun dia los terrestres volverian a ser un pueblo mas entre los pueblos de la Galaxia y habitarian un planeta que no tendria nada que envidiar a los otros planetas, y podrian mirar de frente a toda la humanidad con dignidad y en pie de igualdad.
Schwartz penso en todo aquello, y su corazon acelero su pulso mientras subia por la escalinata que llevaba hasta la puerta principal. La semana proxima partiria con Arvardan hacia los grandes mundos centrales de la Galaxia. ?Que otro hombre de su generacion habia podido salir jamas de la Tierra?
Y por un momento penso en la Vieja Tierra, su Tierra, muerta hacia tanto, tanto tiempo…
Y sin embargo apenas habian transcurrido tres meses y medio.
Se detuvo con la mano levantada para llamar a la puerta, y las palabras que se estaban pronunciando dentro de la casa resonaron en su mente. Schwartz podia oir con toda claridad la musica tintineante de los pensamientos.
Se trataba de Arvardan, naturalmente, en cuya mente habia mucho mas de lo que podia expresar con palabras.
—He esperado y he pensado, Pola, y no estoy dispuesto a seguir asi por mas tiempo. Vendras conmigo.
—No podria, Bel —respondio Pola, cuya mente estaba tan agitada como la de Arvardan y, en su caso, a causa de palabras que no queria pronunciar en voz alta—. Mis modales y mis costumbres son tan primitivas… Me sentiria muy fuera de lugar en esos grandes mundos del espacio, y ademas solo soy una te…
—No lo digas. Eres mi esposa. Si te preguntan que y quien eres responderas que eres nativa de la Tierra y ciudadana del Imperio. Si te piden mas detalles, bastara con decir que eres mi esposa.
—Bueno, ?y que haremos despues de que hayas pronunciado ese discurso ante la Sociedad Arqueologica de Trantor?
—?Despues? Bien, para empezar nos tomaremos un ano de descanso y visitaremos los mundos mas importantes de la Galaxia. No pasaremos por alto ni uno solo aunque tengamos que ir y venir a bordo de naves correo. Conoceras toda la Galaxia, Pola, y tendras la mejor luna de miel que se puede pagar con el dinero del gobierno imperial.
—Y despues…
—Y despues volveremos a la Tierra y nos ofreceremos como voluntarios para los batallones de trabajo, y pasaremos los cuarenta anos proximos transportando suelo fertil a paletadas para reemplazar las zonas radiactivas.
—?Y por que ibas a hacer tu algo semejante?
—?Por que? —El contacto mental de Arvardan se tino en aquel instante con el equivalente en pensamientos a un profundo suspiro—. Porque te amo y porque eso es lo que tu deseas, y porque soy un terrestre lleno de patriotismo…, y puedo demostrarlo con mi documento de nacionalizacion honoraria.
—Bien, entonces…
Y la conversacion se interrumpio en ese punto.
Pero los contactos mentales no, y Schwartz se alejo sintiendose muy satisfecho y un poco turbado. Podia esperar. Ya habria tiempo mas que suficiente para molestar a la pareja cuando todo estuviese mas tranquilo.
Schwartz espero en la calle, con las frias estrellas brillando sobre su cabeza. Habia toda una constelacion de ellas, tanto visibles como invisibles. Y repitio en voz baja una vez mas aquel antiguo poema que ahora solo el sabia entre tantos miles de millones de seres humanos, y lo recito para el, y para la nueva Tierra, y para todos esos millones de planetas lejanos.
Titulo original:
Traduccion de Eduardo Goligorsky.
© 1950, Isaac Asimov
© 1992, Ediciones Martinez Roca, S. A. Biblioteca Asimov n? 8.
ISBN 84-270-1646-8
Edicion digital de Umbriel. Mayo de 2002.