brazos de Arren subio aquellos extranos escalones. Los dos se sentaron a horcajadas en el aspero y acorazado hueco de la nuca del dragon, Arren atras, listo para sostener a Ged en caso necesario. Los dos sintieron que un calor entraba en ellos, un calor benefico como el del sol. La vida ardia como fuego bajo aquella armadura de hierro.
Arren advirtio que la vara de tejo del mago habia quedado enterrada a medias en la arena; el mar trepaba hacia ella y se la llevaria. Intento apearse para ir a buscarla, pero Ged lo retuvo. —Dejala. He consumido en ese seco manantial toda mi magia, Lebannen. Ya no soy mago ahora.
Kalessin volvio la cabeza y los miro de soslayo. La antigua risa persistia en la mirada del dragon. Si era macho o hembra, nadie podia decirlo; lo que Kalessin pensaba, nadie podia saberlo. Lentamente desplego las alas. No eran doradas como las de Orm Embar, sino rojas, oscuras, como la herrumbre o la sangre o como la seda purpura de Lorbaneria. El dragon alzo las alas, con cuidado, para no golpear a los minusculos jinetes, y tomo impulso irguiendose sobre las grandes ancas, y salto al aire como un gato, y las alas se abatieron y los transportaron por encima de la niebla que flotaba sobre Selidor.
Batiendo con esas alas purpureas el aire del anochecer, Kalessin giro por encima de la Mar Abierta, y se volvio hacia el este, y volo.
Cierto dia de verano, sobre la isla de Ully, se vio volar a poca altura un enorme dragon, y mas tarde en Usidero, y en el norte de Ontuego. Aunque los dragones son temidos en el Confin de Poniente, pues los pobladores los conocen demasiado bien, despues que este hubo pasado, y cuando los aldeanos salieron de sus escondites, quienes lo habian visto decian: —No han muerto, como creiamos, todos los dragones. Tal vez tampoco los hechiceros. En ese vuelo habia por cierto un gran esplendor, quiza fuera el Patriarca.
Donde Kalessin se posaba cuando bajaba a tierra, nadie lo sabia. En las islas lejanas hay junglas, hay colinas agrestes que pocos hombres han visitado alguna vez, y en las que hasta el descenso de un dragon puede pasar inadvertido.
Pero en las Noventa Islas hubo griteria y alboroto. Los hombres cruzaban en sus barcas los canales entre las pequenas islas, hacia el oeste, gritando: —?Escondeos! ?Escondeos! ?El Dragon de Pendor ha roto el juramento! ?El Archimago ha perecido y el Dragon viene a devorarnos!
Sin posarse, sin mirar hacia abajo, la enorme culebra color de hierro volo sobre las pequenas islas, las aldeas y las alquerias, sin molestarse siquiera en echar un eructo de fuego por tan poca cosa. Asi paso sobre Geath y sobre Serd, y cruzo los estrechos del Mar Interior, y llego a la vista de Roke.
Jamas en la memoria humana, y casi nunca en la memoria de la leyenda, habia desafiado un dragon los muros visibles e invisibles de esa bien defendida isla. Este, sin embargo, no vacilo, y con un batir de alas lento, acompasado, sobrevolo la costa occidental de Roke y las aldeas y los prados, hasta la colina verde que se alza en el centro del burgo de Zuil. Alli descendio al fin, lentamente, y alzo las alas rojas y las replego, y se poso en la cima del Collado de Roke.
Los muchachos salieron corriendo de la Casa Grande. Nada hubiera podido retenerlos. Pero fueron menos rapidos que sus Maestros, y no los primeros en alcanzar el Collado. Cuando llegaron, ya estaba alli el Maestro de Formas, que habia venido del Boscaje, los rubios cabellos brillantes al sol. Con el estaba el Transformador, que habia regresado dos noches antes bajo el aspecto de una gaviota, con un ala caida y exhausto; largo tiempo sus propios encantamientos lo habian tenido aprisionado en la forma de esa ave marina, y no pudo recobrar la suya hasta que entro en el Boscaje, la noche en que se restablecio el Equilibrio y lo que estaba roto volvio a unirse. El Invocador, fragil y demacrado, que habia abandonado el lecho el dia anterior, tambien estaba alli, junto con el Portero. Y los otros Maestros de la Isla de los Sabios.
Vieron desmontar a los jinetes, uno ayudando al otro. Vieron como miraban alrededor con una extrana expresion de contento, de desazon y asombro. El dragon agachado permanecio como una piedra mientras ellos bajaban del lomo y se detenian a un lado. Volvio un poco la cabeza cuando el Archimago le hablo, y le respondio brevemente. Los que asistian a la escena vieron la mirada oblicua del ojo amarillo, fria y risuena. Los que comprendian le oyeron decir: —He traido al joven rey a su reino, y al anciano a su tierra.
—Todavia falta un poco, Kalessin —replico entonces Ged—. Yo no he llegado aun adonde tengo que ir.
Miro un momento, alla abajo, los tejados y las torres de la Casa Grande a la luz del sol, y parecio que una sonrisa le asomaba a los labios. Luego se volvio hacia Arren, que estaba de pie, alto y esbelto, las ropas gastadas y no del todo seguro sobre sus piernas, fatigado tras la larga cabalgata y desconcertado por todo lo que habia ocurrido. A la vista de todos, Ged se arrodillo ante el, las dos rodillas en tierra, e inclino la encanecida cabeza.
Luego se levanto y beso al joven en la mejilla diciendo: —Cuando llegues a tu trono en Havnor, mi senor y amado companero, gobierna por muchos anos, y bien.
Miro de nuevo a los Maestros y a los jovenes hechiceros y a los muchachos y a la gente de la villa congregada en las laderas y al pie del Collado. Tenia una expresion serena y en sus ojos brillaba algo semejante a la risa de los ojos de Kalessin. Dando media vuelta, monto otra vez por la pata y la escapula del dragon, y se sento en el arzon sin riendas, entre las grandes crestas de las alas, sobre la nuca del dragon. Las alas rojas se alzaron con un tamborileo, y Kalessin, el Patriarca, salto hacia el aire. Un fuego le broto de las fauces, y batio las alas con un ruido de trueno y viento huracanado. Volo otra vez alrededor de la colina, y se alejo volando, hacia el norte y el este, hacia la region de Terramar donde se alza la isla montanosa de Gont.
El Portero, sonriendo, dijo: —Ha concluido su tarea. Vuelve a casa.
Y todos siguieron con la mirada el vuelo del dragon entre la luz del sol y el mar hasta que se perdio de vista.
Cuenta la
Pero en la Isla de Gont narran la historia de otra manera, diciendo que el mismo Rey Lebannen fue en busca de Ged para llevarlo a la coronacion. Mas no lo encontro en Gont ni tampoco en Re Albi. Nadie supo decirle donde podia estar, solo que habia partido a pie hacia los bosques de la montana. Lo hacia con frecuencia, dijeron, y no volvia en muchos meses, y ningun hombre conocia los caminos de su soledad. Algunos ofrecieron ir a buscarlo, pero el Rey lo prohibio, diciendo: «El gobierna en un reino mas grande que el mio». Y se fue de la montana, y embarco en una nave, y regreso a Havnor para ser coronado.