Jeff Lindsay
Dexter por decision propia
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Pero
Y Rita, por supuesto. Rita esta por todas partes, manoseando su libro de frases, y doblando y desdoblando docenas de planos, guias y folletos, todos los cuales prometen la felicidad perfecta y, como por milagro, la reparten… a ella. Solo a ella. Porque su dicha parisina de recien casada la embarga solo a ella, y su marido recien adquirido, ex sumo sacerdote de la levedad lunar, Dexter el Postergado, solo puede maravillarse de la luna, aferrarse como una lapa al impaciente Oscuro Pasajero y confiar en que toda esta feliz demencia terminara pronto y nos enviara de vuelta a la ordenada vida normal de dar caza y trinchar a otros monstruos.
Porque Dexter esta acostumbrado a trinchar a su aire, con una mano pulcra y feliz que ahora se limita a asir la de Rita, mientras se maravilla de la luna y saborea la ironia de estar de luna de miel, en que todo lo dulce y lunar esta prohibido.
Pues eso, Paris. Dexter trota docil tras la estela de Rita del Buen Barco, mira y asiente cuando ha de hacerlo, y de vez en cuando lanza algun comentario agudo e ingenioso, tal que «Caramba» y «Aja», en tanto Rita se sumerge mas y mas en la lujuria desatada por Paris que ha nacido en ella desde hace tantos anos, y que ahora, por fin, ha logrado consumarse.
Pero ni siquiera Dexter es inmune a los legendarios encantos de la Ciudad de la Luz, ?verdad? Incluso el ha de contemplar la gloria y sentir una leve agitacion sintetica en respuesta, en el pozo oscuro y vacio donde deberia morar un alma, ?no es cierto? ?Es posible que Dexter vaya a Paris y no sienta nada de nada?
Por supuesto que no. Dexter siente cantidad de cosas: Dexter se siente cansado y aburrido. Y Dexter se siente algo ansioso por encontrar a alguien con quien jugar en algun momento dado. Cuanto antes mejor, para ser sinceros, puesto que por algun motivo Estar Casado parece exacerbar el apetito.
Pero todo esto forma parte del trato, de lo que Dexter debe hacer para hacer lo que Dexter hace. En Paris, al igual que en casa, Dexter ha de
De momento, ay,
Una pena, la verdad, porque las calles de Paris estan hechas para merodear con siniestras intenciones. Son estrechas, oscuras y no poseen un orden logico que una persona razonable sea capaz de detectar. Es demasiado facil imaginar a Dexter, envuelto en una capa y provisto de un cuchillo reluciente, atravesar estas callejuelas sombrias camino de una cita urgente en alguno de estos mismos edificios antiguos, que dan la impresion de inclinarse sobre ti y exigir que cometas alguna tropelia.
Y las calles son perfectas para la mutilacion, pues estan hechas de grandes bloques de piedra que, en Miami, ya habrian sido arrancados para arrojarlos a traves del parabrisas de los coches que pasaran por alli, o vendidos a un contratista para hacer nuevas carreteras.
Pero, ay, esto no es Miami. Esto es Paris. De modo que me tomo mi tiempo, mientras consolido esta nueva fase vital del disfraz de Dexter, con la esperanza de sobrevivir una vez mas a la luna de miel sonada de Rita. Bebo cafe frances (flojo segun los patrones de Miami) y el
Ay, Paris.
Nos pasamos los dias recorriendo las calles y parando en referencias del plano terriblemente importantes. Pasamos las noches en restaurantes pequenos y pintorescos, muchos de los cuales con la ventaja anadida de musica francesa en directo. Incluso asistimos a una representacion de
Dos noches despues, parece que el espectaculo del Moulin Rouge le gusta igual. De hecho, parece que casi todo en Paris la cautiva, incluso ir de un lado a otro del rio en barco. Me abstengo de senalarle que paseos en barco mucho mas agradables se hallan a nuestra disposicion en Miami, paseos en barco por los que jamas ha demostrado el menor interes, pero empiezo a preguntarme en que estaria pensando ella.
Ataca todos los puntos destacados de la ciudad, con Dexter como guardia de asalto poco convencido, y nada puede arredrarla. La Tour Eiffel, el Arc de Triomphe, el Sacre-Coeur, la catedral de Notre Dame, todos se rinden ante su feroz concentracion rubia y su guia salvaje.
Empieza a parecer un precio demasiado elevado a cambio del
Sin embargo, lleva a cabo un pequeno esfuerzo por mantener el interes. Durante el paseo en el bus turistico de Paris, mientras el programa grabado recita los nombres de diferentes emplazamientos fascinantes, de gigantesco interes historico, en ocho idiomas, una idea se abre paso en el cerebro de Dexter que, poco a poco, se va asfixiando. Le parece justo que en la Ciudad de la Musica de Acordeon Eterna exista un pequeno lugar de peregrinaje cultural para un monstruo doliente, y yo se cual es. En la siguiente parada, me detengo ante la puerta del autobus y le hago al conductor una pregunta sencilla e inocente.
—Perdone —digo—, ?pasamos cerca de la rue Morgue?
El conductor esta escuchando un iPod. Se quita un auricular con un gesto de irritacion, me mira de arriba abajo y enarca una ceja.