– Quiza no tarde mucho -dijo, en un vano intento de bromear-. ?Te parece que se puede tomar cafe con este calor?

– ?Por que no?

2

Detras de la barra del bar de Ponte dei Greci, estaba Bambola, el ayudante senegales contratado por Sergio el ano anterior. Brunetti y Vianello estaban acostumbrados a ver alli a Sergio, robusto y bronco, el hombre que, en el transcurso de los anos, sin duda habia oido -y callado- suficientes secretos de la policia como para mantener en activo a un chantajista durante decadas. El personal de la questura estaba tan habituado a Sergio que este habia alcanzado un estado cercano a la invisibilidad.

No podia decirse lo mismo de Bambola, con su chilaba color beige y su turbante blanco. Alto y delgado, muy erguido detras del mostrador, con la cara resplandeciente de salud, y la luz de las ventanas que daban al canal, reflejada en su turbante, hacia pensar en un faro. Bambola se negaba a ponerse delantal y, ello no obstante, su chilaba estaba siempre inmaculada.

Cuando los dos policias entraron en el bar, a Brunetti le llamo la atencion la luminosidad del local, y levanto la mirada para ver si Bambola habia encendido las luces, lo que no era necesario en un dia tan radiante.

Pero eran las ventanas: no solo estaban mas limpias de lo que el las habia visto nunca sino tambien libres de las pegatinas y carteles publicitarios de helados, refrescos y cervezas, que habian sido despegados y raspados, innovacion que permitia el paso del doble de luz. Ademas, el alfeizar habia sido despejado de las revistas y diarios atrasados y de los menus moteados por las moscas que llevaban anos ocupandolo y estaba cubierto de extremo a extremo por un pano blanco, con un jarron azul oscuro que contenia unas flores secas color de rosa.

Brunetti observo que el deteriorado expositor de metacrilato que, desde tiempo inmemorial, contenia los pasteles y los brioches, habia sido sustituido por una vitrina de cristal de tres cuerpos. Lo tranquilizo observar que el contenido no habia variado: Sergio podia no ser muy aseado, pero entendia de pastas y entendia de tramezzini.

– ?Se han hecho reformas? -pregunto a Bambola a modo de saludo.

La respuesta fue el destello de una dentadura, resplandor secundario que fulguro de pronto bajo los haces de luz de su turbante.

– Si, comisario -dijo Bambola-. Sergio tiene gripe de verano y me ha pedido que yo me encargue mientras esta enfermo. -Paso por el mostrador un pano tan blanco que parecia una prolongacion del turbante y pregunto que deseaban tomar.

– Dos cafes, por favor -dijo Brunetti.

El senegales se volvio hacia la cafetera. Inconscientemente, Brunetti se dispuso a oir los familiares cencerreos y golpes que acompanaban la tecnica de Sergio cuando hacia girar la empunadura del recipiente que contenia los posos del cafe, lo vaciaba y accionaba la palanca del dosificador para llenarlo de nuevo. Los ruidos llegaron, pero amortiguados, y al mirar a la maquina el comisario vio que la madera que Sergio golpeaba con la cazoleta metalica desde hacia decadas estaba cubierta con una rejilla de goma que reducia el ruido. La marca de la cafetera, Gaggia, estaba libre de la mugre y las manchas de cafe que la oscurecian desde el primer dia en que Brunetti entro en el bar.

– ?Sergio reconocera su cafe cuando vuelva? -pregunto Vianello al barman.

– Yo lo espero, ispettore. Espero que le guste.

– ?Y esa vitrina? -pregunto Vianello senalando con la barbilla la vitrina de las pastas.

– La encontro un amigo -explico Bambola, dando al cristal un afectuoso toque con el pano-. Hasta los mantiene calientes.

Brunetti y Vianello no se miraron, pero el largo silencio con el que recibieron la explicacion del senegales surtio el mismo efecto.

– La compro, ispettore -dijo Bambola en un tono de voz mas grave, recalcando la segunda palabra-. Tengo factura.

– Pues te hizo un gran favor -dijo Vianello con una sonrisa-. Esta mucho mejor que la caja de plexiglas con la raja en un costado.

– Sergio pensaba que la gente no veia la raja -dijo Bambola, recuperando su voz habitual.

– ?Ja! -dijo Vianello-. Pues esta te convida a comer. -Uniendo la accion a la palabra, el inspector abrio la vitrina y extrajo del estante superior un brioche relleno de crema, no sin antes proveerse de una servilleta de papel. Al morder, se espolvoreo de azucar glas el menton y la pechera de la camisa-. Los bollos no los cambies, Bambola -dijo, relamiendose el bigote de azucar.

El barman puso los dos cafes en el mostrador, colocando un platillo de ceramica junto al de Vianello.

– Nada de platos de carton -observo el inspector-. Asi me gusta. -Dejo el medio brioche en el platillo.

– No tiene sentido, ispettore -dijo Bambola-. No es ecologico gastar tanto papel para un plato que se usa una vez y se tira.

– Y se recicla -apunto Brunetti.

Bambola desestimo la sugerencia encogiendose de hombros, respuesta a la que Brunetti ya se habia acostumbrado. Al igual que el resto de ciudadanos, el ignoraba que se hacia con los residuos que tan meticulosamente separaban. Solo cabia esperar que fueran bien aprovechados.

– ?Eso te interesa? -pregunto Vianello. Y, para evitar cualquier confusion, puntualizo-: ?El reciclaje?

– Si -respondio Bambola.

– ?Por que? -pregunto Vianello.

Pero, antes de que el barman pudiera responder, entraron dos hombres que se quedaron en el extremo opuesto de la barra y pidieron cafe y agua mineral.

Cuando los recien llegados estuvieron servidos y Bambola volvio para retirar las tazas y platos de los policias, Vianello insistio en la pregunta.

– ?Te interesa porque, al no usar platos de papel, Sergio ahorra dinero?

Bambola puso los servicios en el fregadero. Los aclaro rapidamente y los introdujo en el lavaplatos.

– Yo soy ingeniero, ispettore -dijo finalmente-. Es interes profesional. El estudio de ciclos de consumo y produccion.

Vianello asintio.

– Ya me figuraba que tenias estudios, pero no sabia como preguntar. -Espero un momento, para ver como Bambola se tomaba estas palabras y pregunto-: ?Que especialidad?

– Hidraulica. Plantas de purificacion de agua. Esas cosas.

– Ya -dijo Vianello. Saco unas monedas del bolsillo y puso el importe exacto en el mostrador.

– Si hablas con Sergio -dijo Brunetti yendo hacia la puerta-, dale recuerdos y que se mejore.

– Lo hare, comisario -dijo Bambola, y fue hacia los otros dos clientes.

Brunetti esperaba que Vianello volviera a hablar de su tia; pero, al parecer, el impulso se habia quedado en la questura y, como Brunetti tampoco deseaba proseguir la conversacion, el tema quedo aparcado.

En la puerta del bar los dos hombres se detuvieron involuntariamente al recibir el trallazo del sol. Brunetti sabia que la questura estaba a menos de dos minutos, pero con aquel calor, que parecia haber aumentado mientras ellos estaban en el bar, era como si se hallara a media ciudad de distancia. El sol calcinaba la ribera del canal. Habia turistas sentados bajo los parasoles de la trattoria del otro lado del puente. Brunetti los observo un momento, acechando movimiento. ?Podria ser que el calor los hubiera secado y estuvieran huecos, como caparazones de langosta? Pero en aquel momento un camarero llevo un vaso alto de un liquido oscuro a una de las mesas, y el cliente volvio la cabeza lentamente, para verlo llegar.

Los dos hombres empezaron a andar. Las masas de agua, eso lo sabia Brunetti, debian refrescar el ambiente, pero la lisa superficie verde oscuro del canal parecia redoblar el calor al reflejar la luz. En vez de frescor solo exhalaba humedad.

– No tenia ni idea de que fuera ingeniero -dijo Vianello.

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