– ?Te refieres a una de esas reuniones religiosas?
– Si -respondio Brunetti. En vista de que Vianello no decia nada le azuzo-: Bien, ?que te parece?
Vianello, mirando a su superior a los ojos, dijo:
– Si vamos, vale mas que llevemos a las senoras. -Sin dar a Brunetti tiempo de hacer objeciones, el inspector anadio-: Los hombres siempre parecemos mas inofensivos cuando vamos acompanados de mujeres.
Brunetti volvio la cara para que Vianello no le viera sonreir. Ya fuera del bar, pregunto:
– ?Te parece que podras convencer a Nadia?
– Se lo preguntare, pero antes escondere el cuchillo del pan.
CAPITULO 8
Ahora bien, obtener informacion acerca de las reuniones del grupo dirigido por Leonardo Mutti resulto mas complicado de lo previsto por Brunetti. No queria que Antonin supiera lo que se proponia hacer, el grupo no aparecia en la guia telefonica y sus dotes informaticas no le permitieron descubrir si los Hijos de Jesucristo tenian pagina web. Pregunto a los agentes de uniforme, y lo mas que pudo averiguar es que Piantoni tenia una prima que era miembro de otro grupo.
Ello no dejaba a Brunetti otra alternativa que la de ir a
Ahora la droga habia desaparecido, o asi lo creia la policia. Con ella se habian ido de la zona muchos de sus antiguos residentes, sustituidos por otros que no solo no eran pobres sino tampoco venecianos. Estuvo demorando la visita dos dias y al fin se decidio, entre divertido y avergonzado de su insistencia en considerar la expedicion una empresa importante.
En
Al cabo de un rato salio de la iglesia. El sol le cayo sobre los hombros como una bendicion. En
Bajo por Ponte del Forner, pasando por delante del unico sitio de la ciudad en el que alguien todavia se molestaba en reparar las planchas electricas y salio a
En la misma puerta, a mano derecha, encontro una estructura de madera que parecia una cabina de votacion en un libro infantil. Dentro estaba una joven de cabello oscuro, inclinada sobre un libro. Una lista de lo que parecian ser precios estaba pegada a la derecha de la ventanilla y un cordon de terciopelo rojo separaba la entrada del resto de la iglesia.
– Dos cincuenta, por favor -dijo la muchacha levantando la cabeza.
– ?Residentes tambien? -pregunto Brunetti, sin conseguir que la voz no le vibrara de indignacion. Al fin y al cabo, esto era una iglesia.
– Residentes gratis. ?Puedo ver su
Sin tratar de disimular su creciente irritacion, Brunetti saco la cartera, la abrio y busco el documento. Entonces recordo que lo habia dejado en el despacho, para que le hiciera la fotocopia que debia adjuntar a la solicitud de renovacion del permiso para portar armas.
Saco la credencial y la paso por debajo del cristal.
– ?Que es eso? -pregunto la muchacha. Tenia una voz atona y una cara agradable, incluso bonita.
– Mi credencial de policia. Comisario.
– Lo siento -dijo ella con lo que sin duda queria ser una sonrisa-. Pero necesita la
Anos de permanecer de pie delante de la mesa de Patta le habian permitido adquirir la habilidad de leer cabeza abajo, y descubrio que la muchacha leia
– ?Lo lee para la escuela?
Ella, desconcertada, miro la credencial, luego el libro, comprendio y dijo:
– Si. Un Curso sobre la Novela Norteamericana.
– Ah -dijo Brunetti, deduciendo que debia de ser alumna de Paola. Recogio la credencial y la metio en la cartera, que luego guardo en el bolsillo de atras. Una alumna de la clase de Paola.
Saco un punado de monedas, que revolvio hasta encontrar las adecuadas y las puso en la taquilla. La muchacha las recogio, arranco un boleto y lo paso por debajo del cristal.
–
–
Salio al cabo de veinte minutos y, dando la vuelta a la iglesia, se dirigio al restaurante. Siguiendo las indicaciones de Antonin, entro en la calle de la izquierda, se detuvo frente a la primera puerta de mano izquierda y leyo los nombres que figuraban al lado de los timbres. Alli estaba: Sambo, el segundo desde abajo.
Brunetti titubeo un momento, miro el reloj y pulso el timbre. Al cabo de un momento, contesto una voz de mujer:
– ?Si?
Brunetti hablo en veneciano:
– ?Puede decirme,
Era audible la ansiedad del tono, pero las causas podian ser multiples.
– Si, es aqui. ?Desea usted unirse a nosotros?
– Vivamente,
– Nos reunimos los martes -dijo ella, y agrego rapidamente-: Disculpe que no le invite a subir, pero es la hora de la comida de los ninos.
– Yo soy el que debe pedir disculpas,
– A las siete y media. Asi la gente puede estar en su casa a la hora de cenar.
– Comprendo. Esta bien -respondio Brunetti-. Ahora vaya a dar de comer a sus hijos,
– ?Su nombre,
Brunetti emitio un sonido indescifrable terminado en «etti». No queria mentir, todavia. Tiempo habria para eso