– ?Te refieres a una de esas reuniones religiosas?

– Si -respondio Brunetti. En vista de que Vianello no decia nada le azuzo-: Bien, ?que te parece?

Vianello, mirando a su superior a los ojos, dijo:

– Si vamos, vale mas que llevemos a las senoras. -Sin dar a Brunetti tiempo de hacer objeciones, el inspector anadio-: Los hombres siempre parecemos mas inofensivos cuando vamos acompanados de mujeres.

Brunetti volvio la cara para que Vianello no le viera sonreir. Ya fuera del bar, pregunto:

– ?Te parece que podras convencer a Nadia?

– Se lo preguntare, pero antes escondere el cuchillo del pan.

CAPITULO 8

Ahora bien, obtener informacion acerca de las reuniones del grupo dirigido por Leonardo Mutti resulto mas complicado de lo previsto por Brunetti. No queria que Antonin supiera lo que se proponia hacer, el grupo no aparecia en la guia telefonica y sus dotes informaticas no le permitieron descubrir si los Hijos de Jesucristo tenian pagina web. Pregunto a los agentes de uniforme, y lo mas que pudo averiguar es que Piantoni tenia una prima que era miembro de otro grupo.

Ello no dejaba a Brunetti otra alternativa que la de ir a campo San Giacomo dell'Orio, a la casa en la que se reunia el grupo, perspectiva que, curiosamente, le desagradaba, como si el campo estuviera en otra ciudad y no a diez minutos de su casa. Era curioso que ciertos sitios de la ciudad le parecieran remotos, y otros, mucho mas distantes, le dieran la impresion de estar a cuatro pasos. La sola idea de ir a la Giudecca fatigaba a Brunetti, mientras que San Pietro di Castello, casi a media hora de su casa, o mas, segun los barcos, le parecia que estaba a la vuelta de la esquina. Quiza era cuestion de costumbre, de si eran lugares que frecuentara de nino, de donde vivieran sus amigos. Por lo que a San Giacomo se referia, el Brunetti policia tenia que reconocer que su desagrado podia deberse a que en otro tiempo el campo estaba considerado un lugar en el que era facil conseguir droga, o a que sus moradores eran, ademas de pobres, menos respetuosos con la ley que los de otros barrios.

Ahora la droga habia desaparecido, o asi lo creia la policia. Con ella se habian ido de la zona muchos de sus antiguos residentes, sustituidos por otros que no solo no eran pobres sino tampoco venecianos. Estuvo demorando la visita dos dias y al fin se decidio, entre divertido y avergonzado de su insistencia en considerar la expedicion una empresa importante.

En campo San Cassiano, como no sentia la necesidad de apresurarse, decidio entrar a ver la Crucifixion del Tintoretto. A Brunetti siempre le habia llamado la atencion la cara de aburrimiento que tenia ese Cristo, clavado simetricamente en la cruz, delante de una reja de lanzas perpendiculares que dividen el cuadro por la mitad. Cristo te daba la impresion de haber acabado por reconocer la verdad de las advertencias de que esa historia de hacerse hombre no podia acabar bien, y parecia deseoso de volver a sus quehaceres de Dios. Brunetti paseo la mirada por las estaciones del Via Crucis de la pared del fondo, donde el Cristo de la sepultura tenia todo el aspecto de ser un hombre dormido que, de un momento a otro, fuera a levantarse de un salto gritando: «?Sorpresa!» Que pocos de aquellos pintores debian de haber estudiado atentamente a los muertos y observado su terrible vulnerabilidad. A Brunetti siempre le habia impresionado el desamparo de los muertos, la rigidez de sus miembros, incapaces de defenderse y hasta de cubrir su desnudez.

Al cabo de un rato salio de la iglesia. El sol le cayo sobre los hombros como una bendicion. En campo Santa Maria Mater Domini, miro al interior de una escalera que se veia por una ventana, y recordo el apartamento que Paola y el, recien casados, visitaron en aquella casa, y como los asusto tanto espacio y tanto precio. Dejandose guiar por el instinto, siguio adelante.

Bajo por Ponte del Forner, pasando por delante del unico sitio de la ciudad en el que alguien todavia se molestaba en reparar las planchas electricas y salio a campo San Giacomo dell'Orio. Miro el reloj y vio que aun tenia tiempo de entrar en la iglesia, en la que no habia estado desde hacia anos.

En la misma puerta, a mano derecha, encontro una estructura de madera que parecia una cabina de votacion en un libro infantil. Dentro estaba una joven de cabello oscuro, inclinada sobre un libro. Una lista de lo que parecian ser precios estaba pegada a la derecha de la ventanilla y un cordon de terciopelo rojo separaba la entrada del resto de la iglesia.

– Dos cincuenta, por favor -dijo la muchacha levantando la cabeza.

– ?Residentes tambien? -pregunto Brunetti, sin conseguir que la voz no le vibrara de indignacion. Al fin y al cabo, esto era una iglesia.

– Residentes gratis. ?Puedo ver su carta d'identita?

Sin tratar de disimular su creciente irritacion, Brunetti saco la cartera, la abrio y busco el documento. Entonces recordo que lo habia dejado en el despacho, para que le hiciera la fotocopia que debia adjuntar a la solicitud de renovacion del permiso para portar armas.

Saco la credencial y la paso por debajo del cristal.

– ?Que es eso? -pregunto la muchacha. Tenia una voz atona y una cara agradable, incluso bonita.

– Mi credencial de policia. Comisario.

– Lo siento -dijo ella con lo que sin duda queria ser una sonrisa-. Pero necesita la carta d'identita. -Deslizo el documento hacia el, volvio a mirarlo y anadio-: Que sea valida.

Anos de permanecer de pie delante de la mesa de Patta le habian permitido adquirir la habilidad de leer cabeza abajo, y descubrio que la muchacha leia Washington Square.

– ?Lo lee para la escuela?

Ella, desconcertada, miro la credencial, luego el libro, comprendio y dijo:

– Si. Un Curso sobre la Novela Norteamericana.

– Ah -dijo Brunetti, deduciendo que debia de ser alumna de Paola. Recogio la credencial y la metio en la cartera, que luego guardo en el bolsillo de atras. Una alumna de la clase de Paola.

Saco un punado de monedas, que revolvio hasta encontrar las adecuadas y las puso en la taquilla. La muchacha las recogio, arranco un boleto y lo paso por debajo del cristal.

– Grazie -dijo volviendo a la lectura.

– Prego -respondio el, entrando en la iglesia por la abertura del cordon.

Salio al cabo de veinte minutos y, dando la vuelta a la iglesia, se dirigio al restaurante. Siguiendo las indicaciones de Antonin, entro en la calle de la izquierda, se detuvo frente a la primera puerta de mano izquierda y leyo los nombres que figuraban al lado de los timbres. Alli estaba: Sambo, el segundo desde abajo.

Brunetti titubeo un momento, miro el reloj y pulso el timbre. Al cabo de un momento, contesto una voz de mujer:

– ?Si?

Brunetti hablo en veneciano:

– ?Puede decirme, signora, si es la casa en la que se reunen los amigos del hermano Leonardo?

Era audible la ansiedad del tono, pero las causas podian ser multiples.

– Si, es aqui. ?Desea usted unirse a nosotros?

– Vivamente, signora.

– Nos reunimos los martes -dijo ella, y agrego rapidamente-: Disculpe que no le invite a subir, pero es la hora de la comida de los ninos.

– Yo soy el que debe pedir disculpas, signora. Se lo que es eso, y no la molesto mas. ?Puede decirme a que hora empieza la reunion?

– A las siete y media. Asi la gente puede estar en su casa a la hora de cenar.

– Comprendo. Esta bien -respondio Brunetti-. Ahora vaya a dar de comer a sus hijos, signora. Por favor. Hasta el martes -dijo Brunetti en el tono mas amable de que era capaz, y dio media vuelta. A su espalda, sono una voz metalica que preguntaba:

– ?Su nombre, signore?

Brunetti emitio un sonido indescifrable terminado en «etti». No queria mentir, todavia. Tiempo habria para eso

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