disimulando dijo que preferia ir ella misma, para probarselos y asegurarse de que le estaban a la medida.
Ella se quedo mirando la taza, como si no se hubiera dado cuenta de su fallo de memoria. Para mitigar la tension, Brunetti pregunto a bocajarro:
–
Ella alzo los ojos hacia la cara de su hijo menor y el vio el iris enturbiado.
– ?Del cielo? -pregunto.
– Si. Y de Dios -respondio Brunetti-. Todo eso.
Ella bebio un sorbo de te, se inclino hacia adelante para dejar la taza en el platillo e irguio el tronco; siempre, hasta el final, se habia mantenido erguida. Entonces sonrio, con aquella sonrisa que tenia cuando Guido hacia una de sus preguntas, siempre tan dificiles de contestar.
– Seria bonito, ?verdad? -respondio, y le pidio que le sirviera otra taza de te.
Brunetti noto que Paola se paraba, y se detuvo a su vez, volviendo de sus recuerdos, atento al lugar y al acto. En un rincon, en direccion a Murano, habia un arbol florido. Color de rosa. ?Un cerezo? ?Un melocotonero? No estaba seguro, el no sabia mucho de arboles, pero se alegraba de que fuera rosa, un color que a su madre siempre le habia gustado, a pesar de que no le sentaba bien. El vestido que llevaba dentro de la caja era gris, de fina alpaca. Hacia anos que lo tenia pero se lo ponia poco y bromeando decia que queria que la enterraran con el. Bien.
Una rafaga de viento levanto la estola morada del cura, que se habia parado al lado de la tumba. El cortejo se congrego alrededor, formando un ovalo irregular. No era el parroco que habia dicho la misa, sino un antiguo condiscipulo de Sergio que habia sido intimo de la familia y ahora era capellan del Ospedale Civile. A su lado, un hombre casi tan viejo como la madre de Brunetti, sostenia un vaso de bronce del que el cura saco el hisopo. Rezando en una voz que solo los que estaban mas cerca podian oir, dio la vuelta al ataud, rociandolo de agua bendita. Tenia que moverse con precaucion por entre las coronas apoyadas en bastidores a uno y otro lado de la tumba, con cintas en las que se leian carinosas dedicatorias en letras doradas.
Brunetti miraba mas alla del sacerdote, hacia el arbol. Entro por encima de la tapia otra rafaga de viento que removio las flores y de las ramas se desprendio una nube de petalos que danzaron en el aire y cayeron al suelo, posandose lentamente en torno al tronco, como una aureola rosa. En la florida copa del arbol empezo a cantar un pajaro.
Brunetti retiro el brazo en el que se apoyaba Paola y se enjugo los ojos con el puno de la chaqueta. Cuando los abrio otra nube de petalos se elevaba del arbol; las lagrimas lo emborronaron y el horizonte se tino de rosa.
Paola le oprimio la mano, dejando en ella un panuelo azul celeste. Brunetti se sono, se seco los ojos, hizo una bola con el panuelo en la mano derecha y lo metio en el bolsillo de la chaqueta. Chiara se situo a su otro lado, le asio la mano y se la sostuvo mientras se recitaban las oraciones al viento y los enterradores se acercaban por ambos lados de la tumba, asian las cuerdas y bajaban el feretro a la tierra. Brunetti, en un momento de total desorientacion, busco con la mirada al tio abuelo de Dolo, pero eran los enterradores y no el anciano los que arrojaban tierra sobre la caja. Al principio sonaba a hueco, pero cuando estuvo cubierta por una fina capa, el sonido cambio. La primavera habia sido humeda y los pesados terrones caian con un golpe sordo. Y otro, y otro mas.
Entonces, alguien que estaba al otro lado -el hijo de Sergio, quiza- echo un ramo de margaritas en la tumba y dio media vuelta. Los enterradores interrumpieron el trabajo y descansaron, apoyados en las palas, y los que estaban alrededor de la tumba empezaron a alejarse por la hierba reverdecida, en direccion a la verja y la parada del
Llego el 42 y embarcaron todos. Brunetti y Paola optaron por quedarse fuera. De pronto, parecia que hacia frio, a la sombra del toldo. Lo que dentro de la tapia del cementerio era brisa aqui soplaba con fuerza de viento, y Brunetti cerro los ojos e inclino la cabeza, hurtando el cuerpo al frio. Paola se apoyo en el y, sin abrir los ojos, el le rodeo los hombros con el brazo.
El motor cambio de tono, y Brunetti noto como el barco aminoraba la marcha al acercarse a Fondamenta Nuove. El
– Ya queda poco -oyo decir a Paola-. Ahora, a casa de Sergio. Despues, el almuerzo. Y luego podremos ir a dar un paseo.
El asintio. Volvian a casa de su hermano, para dar las gracias a los amigos mas intimos por su asistencia y, despues, la familia saldria a almorzar. Terminado el almuerzo, ellos dos -o ellos cuatro, si los chicos querian acompanarlos- podrian ir a dar un paseo, quiza al Zattere o a los Giardini, para tomar el sol. El queria que el paseo fuera largo, para ver los sitios que le recordaran a su madre, comprar algo en las tiendas que a ella le gustaban, quizas entrar en los Frari y poner una vela a la
El barco ya estaba muy cerca.
– No hay nada… -empezo el, y se interrumpio, sin saber lo que queria decir.
– No hay nada por lo que recordarla que no sea bueno -termino Paola por el.
Si; era eso, exactamente.
CAPITULO 2
Amigos y parientes los rodeaban mientras el barco se acercaba al
El reloj de la pared de Fundamenta Nuove marcaba poco mas de las once. A su madre le gustaba la manana: probablemente, de ella habia heredado Brunetti su buen humor matutino que sulfuraba a Paola. Desembarcaron unos y embarcaron otros, y luego el barco los llevo rapidamente a
En el canal, torcieron a la izquierda, cruzaron el puente, y ya estaban en la puerta de la casa. Sergio abrio y, en silencio, todos subieron la escalera y entraron en el apartamento. Paola fue a la cocina, por si Gloria necesitaba ayuda, y Brunetti se acerco a las ventanas y se quedo contemplando la iglesia. El saliente de una esquina solo le permitia ver el lado izquierdo de la fachada y seis apostoles. La boveda de ladrillo del campanario siempre le habia parecido un
Brunetti notaba movimiento a su espalda y oia voces, y se alegro de que no se atenuaran en forzada reverencia funebre. Se mantuvo de espaldas a la sala, mirando la fachada del templo. El estaba fuera de la ciudad el dia en que, hacia mas de diez anos, alguien entro en la iglesia, bajo tranquilamente la
El murmullo de voces cambio de tono, y Brunetti se volvio, para ver a que se debia. Gloria, Paola y Chiara