salian de la cocina, las dos primeras con bandejas de tazas y platos, y Chiara, con otra bandeja en la que habia tres fuentes de distintas pastas hechas en casa. Brunetti sabia que esto era una ceremonia para los amigos, que tomarian el cafe y luego se irian, pero no pudo menos que pensar que este era un pobre y triste final para una vida tan plena de comida y bebida y del calor que generaban.

Tambien Sergio salio de la cocina, con tres botellas de prosecco.

– Creo que, antes del cafe, deberiamos decirle adios.

Despues de dejar las bandejas en la mesita de centro, delante del sofa, Gloria, Paola y Chiara volvieron a la cocina y, a los pocos minutos, salieron cada una con tres copas de prosecco en cada mano.

Sergio destapo la primera botella y, con el taponazo, el ambiente cambio como por arte de magia. El fue echando el vino en las copas, haciendo la ronda a medida que bajaba la espuma. Abrio otra botella y luego la ultima, llenando hasta las copas sobrantes. Todos se acercaron a la mesa, tomaron cada uno su copa y esperaron.

Sergio miro a su hermano, pero Brunetti levanto la copa y movio la cabeza en direccion a el, indicando que el brindis le correspondia a el, por ser ahora el mayor de la familia.

Sergio levanto la copa y se hizo el silencio. La alzo aun mas, miro a los presentes y dijo:

– Por Amelia Davanzo Brunetti y por todos los que aun la queremos. -Bebio media copa. Dos o tres personas repitieron el brindis en voz baja y todos bebieron. Cuando bajaron las copas, se relajo el ambiente y las voces recuperaron el timbre natural. Los topicos de la vida entraron de nuevo en la conversacion y los verbos volvieron a conjugarse en futuro.

Los presentes fueron dejando las copas, algunos tomaban cafe y picaban pastas y, poco a poco, todos se encaminaron hacia la puerta, no sin antes pararse a decir unas palabras y besar a los dos hermanos.

Al cabo de veinte minutos, no quedaba en la sala nadie mas que Sergio y Guido, sus esposas y sus hijos. Sergio miro el reloj y dijo:

– He reservado mesa para todos, de modo que propongo dejar esto como esta e irnos a almorzar.

Brunetti vacio la copa y la puso al lado de las llenas que habian quedado abandonadas en la mesa, formando un circulo. Queria dar las gracias a Sergio por haber dicho las palabras justas, sin dramatismo, pero no sabia como. Fue hacia la puerta, retrocedio y abrazo a su hermano. Luego salio, bajo la escalera en silencio y, en la calle, se paro al sol, a esperar al resto de los Brunetti.

CAPITULO 3

El funeral se celebro en sabado, por lo que nadie tuvo que faltar al trabajo ni a la escuela. El lunes por la manana, la vida habia recuperado su ritmo normal, y todos salieron de casa a la hora de costumbre, menos Paola: el lunes era uno de los dias en que no tenia que acudir a la universidad, y su lugar de trabajo era su escritorio. Brunetti la dejo durmiendo. Al salir a la calle, encontro un dia tibio y soleado, un poco humedo todavia. Se encamino hacia Rialto, donde compraria un periodico.

Le producia alivio comprobar que la pena que sentia era leve. Pensar que su madre habia escapado por fin de una situacion que la propia Amelia habria encontrado intolerable, de haber sido consciente de ella, le deparaba consuelo y una sensacion parecida a la paz.

Los tenderetes de bufandas, camisetas y chorradas turisticas ya estaban abiertos cuando paso por delante, pero hoy sus pensamientos lo cegaban a sus colores chillones. Saludo con un movimiento de la cabeza a uno o dos conocidos, pero sin aflojar el paso, para disuadirlos de cualquier intencion de pararlo. Miro el reloj de la pared, como hacia cada vez que pasaba por delante y giro hacia el puente. La tienda de Piero, a su derecha, era la unica que aun vendia comida: las demas se habian pasado a chucherias de una u otra indole. Lo asalto de pronto un olor a sustancias quimicas y tintes, como si hubiera sido transportado a Marghera o el conglomerado industrial hubiera venido hasta el. Era un olor acido y penetrante que mordia la membrana pituitaria y hacia llorar. La tienda de jabon ya llevaba algun tiempo alli, pero hasta ahora los colores artificiales de la mercancia solo eran una ofensa para la vista, mientras que hoy las emanaciones atacaban el olfato. ?Pretendian que la gente se lavara con eso?

Camino de campo San Giacomo vio paquetes de pasta, botellas de aceto balsamico y frutos secos, en puestos que antes solo vendian fruta fresca. Su llamativo colorido era como un dolor, el equivalente visual de los olores que le habian hecho apretar el paso. Hacia anos que Gianni y Laura cerraron su puesto de fruta y se fueron, lo mismo que el tipo del pelo largo y su esposa, pero estos lo habian traspasado a unos indios o cingaleses. ?Cuanto tardaria el mercado de fruta en desaparecer del todo, y los venecianos, en verse obligados a comprar la fruta en los supermercados, como todo el mundo?

Interrumpio su letania de calamidades el recuerdo de la voz de Paola diciendo que, si un dia queria oir a las viejas suspirar por los tiempos pasados y preguntarse adonde iriamos a parar, preferia sentarse una hora en la sala de espera de un medico, pero no estaba dispuesta a aguantarselo a el, en su propia casa.

Brunetti sonrio al recordarlo y, al llegar a lo alto del puente, antes de empezar el descenso, se quito la bufanda. Corto hacia la izquierda por el Ufficio Postale, subio y bajo el puente y entro en Ballarin a tomar un cafe y un brioche. De pie en la barra, entre la gente, descubrio que el recuerdo de la queja de Paola -lamentandose de sus lamentaciones- lo habia animado. Al verse reflejado en el espejo de detras de la barra, sonrio a su imagen.

Pago y reanudo el camino al trabajo, gozando del aire mas templado. Al atravesar el campo Santa Maria Formosa se desabrocho el abrigo. Cerca de la questura, vio a Foa, el piloto, apoyado en el costado de la lancha, mirando canal arriba, hacia el campanario de la iglesia griega.

– ?Que ocurre, Foa? -pregunto parandose al lado de la embarcacion.

Foa se volvio y, al ver quien era el que preguntaba, sonrio.

– Es uno de esos tuffetti chalados, comisario. Esta ahi, pescando, desde que he llegado.

Brunetti miro al canal, hacia el campanario, sin ver nada mas que la quieta superficie del agua.

– ?Donde esta? -pregunto caminando junto a la lancha hasta situarse un paso por delante de la proa.

– Se ha sumergido por ahi -dijo Foa senalando aguas arriba-, cerca de ese arbol de la orilla de enfrente.

Lo unico que Brunetti veia era el agua y, al fondo, el puente y el campanario inclinado.

– ?Cuanto hace que se ha sumergido?

– Parece una eternidad, pero no hara mas de un minuto -dijo el piloto volviendose hacia Brunetti.

Los dos hombres callaron, registrando con la mirada la superficie del agua mientras esperaban que apareciera el tuffetto.

Y alli estaba ya, emergiendo como un pato de plastico en una banera. Ni rastro de el y, al momento, se deslizaba silenciosa y suavemente levantando pequenas olas.

– ?No le hara dano ese pescado? -pregunto Foa.

Brunetti miro el agua de al lado de la lancha: gris, quieta, opaca.

– No mas del que nos hace a nosotros, supongo -respondio.

Cuando Brunetti volvio a mirar, el pequeno pajaro negro habia vuelto a sumergirse. Dejo a Foa observando, entro en el edificio y subio a su despacho.

Aquella manana, al salir de casa, una de las preocupaciones de Brunetti era el inminente regreso del vicequestore Giuseppe Patta. Su superior inmediato llevaba ausente dos semanas, en una conferencia sobre cooperacion internacional de la policia contra la Mafia, que se celebraba en Berlin. A pesar de que la invitacion puntualizaba que los asistentes debian detentar el grado de comisario o equivalente, Patta decidio que era necesario que fuera el. En su ausencia, su secretaria, la signorina Elettra Zorzi, le llamaba a Berlin por lo menos dos veces al dia, para pedirle instrucciones sobre los casos en curso, lo que sin duda habia amenizado su estancia en Berlin. Como Patta nunca llamaba a la questura durante sus viajes, no se entero de que la signorina Elettra establecia el contacto telefonico desde un balneario de Abano Terme, donde seguia un tratamiento de dos

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