– Ah, venta particular. Sin papeles. De amigo. Coche aun del amigo. Dificil encontrar, me parece -dijo con otra sonrisa.

– ?Como se llama el amigo? -pregunto Brunetti.

El hombre se encogio de hombros con elocuencia.

– El no dice. Solo amigo. Pero coche muy grande. Muy caro.

– ?De donde ha sacado el dinero para comprarlo?

– Ah, otro amigo le da dinero.

– ?Un gi…? -empezo Brunetti, pero rectifico-: ?Un amigo romani?

– Puede decir gitano, senor Policia -dijo el hombre sin molestarse ya en filtrar el veneno de su voz.

– ?Un amigo gitano, pues? -pregunto Brunetti.

– No; un gadje. El busca al hombre en Venecia y le pide dinero. El hombre muy generoso; le da mucho dinero. Compra coche -concluyo. Levanto una mano y la agito con elegancia diciendo-: Bye, bye.

– ?Que hombre? -pregunto Brunetti.

– Hombre que dice su hijo.

– ?Y ese hombre le dio el dinero para el coche?

Senal afirmativa. Sonrisa.

– Y mas.

– ?Sabe cuanto mas?

– El no dice. Quiza tiene miedo de decir a gitano porque gitano roba, ?eh? -La sonrisa volvia a ser malevola.

Brunetti dio media vuelta bruscamente y choco con Vianello, que dio un paso atras.

– Vamonos -dijo Brunetti yendo hacia el coche.

El hombre les dejo llegar al coche antes de gritarles:

– El me dio algo para usted, senor Policia. -Ahora hablaba con soltura, como si ya se hubiera cansado de hacer el papel de gitano balbuciente.

Con una mano en la empunadura de la puerta, Brunetti se volvio. El gitano metio la mano abierta en el bolsillo de la chaqueta, la saco cerrada y la tendio en direccion a Brunetti.

– Yo gitano, pero no roba esto -dijo, agitando el puno de un lado a otro. El y Brunetti se miraban, a tres metros de distancia. El hombre levanto el puno-. ?Lo quiere? -pregunto.

Brunetti fue hacia el, peleando con una repentina atrofia de las rodillas. Se paro cerca del hombre y extendio la mano, con el brazo rigido. Temio que el hombre fuera a pedirle que dijera «por favor», y no sabia si podria decirlo.

Brunetti abrio la mano, con la palma hacia arriba.

El hombre puso el puno encima de la mano y extendio el indice, luego el mayor y el anular. Brunetti sintio que le caia algo en la palma. Antes de que pudiera mirar lo que era, el hombre dijo, senalando la mano de Brunetti:

– Hombre que da dinero queria esto. Demuestra que chico estaba alli, que ve lo que pasa. Pero Rocich me dice que lo de a usted, senor Policia. -Dejo caer el brazo, dio media vuelta y volvio a su roulotte. Cuando el hombre subia la escalera, Brunetti ladeo la mano para ver lo que el gitano le habia dado por encargo de Rocich.

Un gemelo de lapislazuli montado en plata, la pareja del otro.

Un golpe seco sobresalto a Brunetti, pero era solo el portazo que habia dado el gitano al entrar en su roulotte.

CAPITULO 31

La abulia en que cayo Brunetti a su regreso del campamento gitano duro tres dias, hasta que Paola le pregunto por el caso. Estaban sentados en la terraza, despues de una cena que Brunetti apenas habia probado. El iba ya por la segunda copa de grappa y la botella estaba en la mesa, por si queria una tercera, que parecia lo mas probable.

Poco a poco, mientras oscurecia e iba entrando el frio de la noche, el conto a Paola lo ocurrido, sin atenerse a la cronologia ni a la secuencia de los hechos. Si algun orden seguia en el relato era, quiza, el de la emotividad, dejando para el final los ingredientes mas fuertes: el lacerante lamento de la madre y la ferocidad de la cara del nino al hablar del hombre tigre.

Ni siquiera su ultima visita a los Fornari le habia causado tan honda impresion.

– No querian dejarme entrar -dijo Brunetti-. Pero les dije que volveria con una orden judicial. -En respuesta a la subita presion de la mano de ella en su brazo (ya estaba muy oscuro para distinguir sus facciones y hasta para verla mover la cabeza), el dijo-: Fue una tonteria, desde luego: nadie me la habria dado. Por lo que a nosotros respecta, y a toda la magistratura, el caso esta cerrado: la nina murio accidentalmente de una caida, despues de robar en el apartamento de los Fornari, y punto.

– ?Pero al fin te dejaron entrar? -pregunto ella.

– Si. Ya sabes lo bien que miento.

– La verdad, no muy bien -dijo ella, observacion que el tomo como un cumplido-. ?Que paso?

– Ella estaba nerviosa, y el tambien. Al principio, no crei que tuvieran valor de negarlo. -Y entonces comprendio que lo decia como un cumplido.

– ?Que les dijiste?

– Que habia hablado con uno de los gitanos del campamento, que me habia dicho que Rocich habia venido a verlos a la ciudad. -Recordo su propia actitud durante la conversacion: el frio burocrata que trata de confirmar una informacion, nada mas.

Brunetti estuvo un rato en silencio. Tomo un sorbo de grappa, la Tignanello que Paola le habia regalado en su cumpleanos. Era excelente, pero hoy le desagradaba el sabor, y puso la copa en la mesa.

– No dio resultado -admitio-. Dijeron que no sabian quien era el tal Rocich ni por que iba a querer hablar con ellos alguien con ese nombre. -Brunetti recordaba que la mujer era la que protestaba con mas energia, mientras Fornari se limitaba a mover la cabeza negativamente, hablando solo cuando Brunetti le hacia una pregunta directa.

Brunetti descruzo las piernas y las estiro, levanto los pies y los apoyo en el travesano inferior de la barandilla. Entonces recordo que, cuando los ninos eran pequenos, siempre tenian cerrada la puerta de la terraza y solo los dejaban salir cuando ellos los vigilaban. Incluso ahora, cuando llevaba decadas en el apartamento, Brunetti aun evitaba asomarse a mirar a la calle, cuatro pisos mas abajo.

Paola dejo pasar un rato antes de preguntar:

– ?Tu que crees que paso?

Brunetti apenas habia pensado en otra cosa durante los ultimos dias, montando y desmontando la pelicula de los hechos, imaginandola de una manera y de otra, siempre con el recuerdo de la cara de la nina en primer termino.

– La hija estaba en casa -dijo al fin-. Con el novio, probablemente, en el dormitorio. Oyeron ruido. -Cerro los ojos, tratando de visualizar la escena-. Drogado o no, el chico debio de sentirse en la obligacion de ir a ver que ocurria.

– ?Y las rayas? -pregunto Paola de pronto-. ?Como las vio el nino?

El se volvio hacia la silueta de la cabeza que tenia a su lado, recortandose en el cielo casi oscurecido.

– No estarian en el dormitorio haciendo los deberes de calculo, Paola. Recuerda que los padres no estaban en casa.

Le dio tiempo de imaginar la escena: el chico desnudo, recien levantado, con rayas en brazos y piernas, gritando a los ninos gitanos.

– Hombre tigre -dijo Paola.

– El dormitorio de los padres tiene un balcon que da a la terraza -dijo Brunetti-. Debieron de entrar por ahi y

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