—Es tradicion. ?No has oido decir que «una leyenda, una mentira y una probabilidad hacen una tradicion»?

—Me parece que seria bastante facil salir. Podria abrirse paso por la ventana o por la pared misma de noche, o bien cavar un pasadizo. Es claro que si cabia esperar esto (y no hay razon para lo contrario si esto es corriente y si realmente el espiaba para Vodalus) podia haberse procurado herramientas y algo de comer y beber.

Jonas nego con la cabeza.

—Antes de tapiar las aberturas recorren la casa y se llevan alimentos, herramientas, luces y cuanto encuentran de valor.

Una voz resonante dijo: —Lo hacemos porque tenemos sentido comun, y eso nos enorgullece. —Era el alcalde, que se nos habia acercado por detras sin que nos hubieramos percatado de su presencia entre la multitud. Le dimos los buenos dias y el nos correspondio. Era de constitucion solida y cuadrada, y lo abierto de su cara lo estropeaba un no se que de demasiado astuto en sus ojos.— Crei haberle reconocido, maestro Severian, con o sin ropas brillantes. Parecen nuevas, ?no? Si no esta satisfecho, digamelo. Tratamos de que los comerciantes que acuden a nuestras ferias sean honestos. Las cosas, bien hechas. Si quienquiera que sea no se las hace correctamente, lo echaremos al rio, puede estar seguro. Una o dos zambullidas al ano curan a los demas de una confianza excesiva.

Hizo una pausa para retirarse un poco y examinarme mas atentamente, haciendo gestos de asentimiento como si estuviera muy impresionado.

—Le sientan bien. He de admitir que tiene buen porte. Y tambien un rostro agraciado, salvo quizas una palidez un poco excesiva que nuestro clima norteno pronto arreglara. En todo caso, le sientan bien y parecen adecuadas. Si le preguntan donde las consiguio, diga que en la Feria de Saltus. Eso no le perjudicara.

Le prometi hacerlo, aunque me preocupaba mas la seguridad de Terminus Est, que habia dejado escondida en nuestra habitacion de la posada, que mi propio aspecto o lo duradero del atuendo profano que habia adquirido a un ropavejero.

—Supongo que usted y su ayudante han venido a vernos sacar a ese bribon, ?no? Empezaremos en cuanto Mesmin y Sebald vengan con el poste. Un ariete es el nombre que le dimos cuando hicimos saber lo que se pretendia, pero me temo que se va a quedar en un tronco de arbol, y no precisamente grande, pues si no la villa tendria que pagar demasiados hombres para manejarlo. Pero servira. No creo que haya oido hablar del caso que se nos presento hace dieciocho anos, ?verdad?

Jonas y yo negamos con la cabeza.

El alcalde saco pecho, como hacen los politicos cuando encuentran la oportunidad de poder decir mas de dos frases.

—Me acuerdo bastante bien, aunque solo era una moza. He olvidado su nombre, pero la llamabamos Madre Pirexia. Le pusieron piedras, igual que ve usted aqui, pues casi siempre son los mismos quienes lo hacen, y lo hicieron del mismo modo. Pero fue el final del verano anterior, para la recoleccion de la manzana, y de eso me acuerdo muy bien porque la gente bebia sidra recien hecha y yo miraba con una manzana fresca en la mano.

»Cuando al ano siguiente crecio el trigo, alguien quiso comprar la casa. Los inmuebles pasan a ser propiedad del municipio, ?sabe? De ese modo financiamos los trabajos, y quienes los llevan a cabo se reparten lo que encuentran y el municipio se apropia de la casa y del terreno.

»En pocas palabras, hicimos un ariete y rompimos adecuadamente la puerta, pensando en barrer los huesos de la vieja y entregar la casa al nuevo propietario. —El alcalde hizo una pausa y rio, echando hacia atras la cabeza. En esa risa habia algo de fantasmal, tal vez solo porque al mezclarse con el ruido de la muchedumbre parecia silenciosa.

Pregunte: —?No estaba muerta?

—Depende de lo que quiera decir con eso. Pero una mujer que permanece tapiada en la oscuridad el tiempo suficiente puede convertirse en algo muy extrano, igual que las cosas extranas que se ven en la madera podrida alla entre los grandes arboles. Aqui en Saltos la mayoria somos mineros y, aunque acostumbrados a encontrar cosas bajo tierra, entonces salimos corriendo y volvimos con antorchas. A aquello no le gustaba la luz, ni tampoco el fuego.

Jonas me toco en el hombro y me indico un remolino en la multitud. Un grupo de hombres decididos se abria paso calle abajo. Ninguno tenia casco ni armadura; algunos llevaban piletes de cabeza estrecha y el resto blandia estacas forradas de laton. Me recordaron vivamente a los guardias voluntarios que hace tanto tiempo nos permitieron entrar en la necropolis a mi y a Drotte, Roche y Eata. Tras estos hombres armados habia otros cuatro que llevaban el tronco de arbol del que habia hablado el alcalde, un tosco leno de unos dos palmos de diametro y seis codos de largo.

La multitud los acogio con el aliento contenido, y luego siguieron conversaciones en voz alta y algunos gritos de animo. El alcalde nos dejo para hacerse cargo de la situacion, ordenando a los de las estacas que despejaran un espacio en torno a la puerta de la casa tapiada. Jonas y yo empujamos para poder ver mejor y que la muchedumbre nos abriera paso.

Supuse que cuando los rompedores estuvieran colocados procederian sin ceremonias, pero no habia contado con el alcalde. En el ultimo momento este subio al umbral de la casa tapiada, movio el sombrero al aire para pedir silencio y se dirigio a la multitud.

—?Bienvenidos, visitantes y conciudadanos! En lo que lleva respirar tres veces nos vereis desmoronar esta barrera y sacar de ahi al bandido Barnoch. Y eso tanto si esta muerto como vivo, y tenemos buenas razones para creer esto ultimo, pues no lleva tanto tiempo ahi dentro. Ya sabeis lo que ha hecho. Ha colaborado con los cultellarii del traidor Vodalus pasandoles informacion de las llegadas y salidas de quienes podrian convertirse en sus victimas. Todos estais pensando ahora, ?y con razon!, que ese vil delito no merece clemencia. ?Si, digo yo! ?Si, decimos todos! Por culpa de este Barnoch cientos, tal vez miles de personas, yacen en tumbas anonimas, y cientos, tal vez miles de personas, han tenido una suerte mucho peor.

»Sin embargo, antes de que caigan estas piedras, os pido que reflexioneis un momento. Vodalus ha perdido un espia y estara buscando un reemplazante. En la quietud de cualquier noche, creo que no muy lejana, un extranjero se acercara a alguno de vosotros. Seguro que sera habil con la palabra…

—?Igual que tu! —grito alguien, provocando una risa generalizada.

—Mas que yo. No soy mas que un rudo minero, como muchos sabeis. Debi decir que su palabra sera suave y persuasiva, y tendra quizas algun dinero. Antes de que cedais a el, quiero que recordeis la casa de Barnoch tal como esta ahora, con esos sillares tapiando la puerta. Pensad en vuestras casas sin puertas ni ventanas y con vosotros dentro.

»Y despues pensad en lo que vais a ver hacer con Barnoch cuando lo saquemos. ?Porque os digo, sobre todo a vosotros, los forasteros, que lo que vais a ver aqui no es mas que el comienzo de lo que vereis en nuestra feria de Saltus! ?Para los acontecimientos de los proximos dias hemos recurrido a uno de los mejores profesionales de Nessus! Asistireis a la ejecucion, por el procedimiento oficial, de por lo menos dos personas: se les cortara la cabeza de un solo tajo. Una de ellas es una mujer, asi que utilizaremos la silla. Eso es algo que muchos que alardean de maneras refinadas y de educacion cosmopolita no han visto nunca. ?Y tambien vereis como este hombre —y, haciendo una pausa, el alcalde golpeo con la palma de la mano las piedras de la puerta que el sol iluminaba—, este Barnoch, es llevado a la Muerte de manos de un experto! Puede que el ya haya practicado algun tipo de pequeno agujero en la pared. Es frecuente que lo hagan, y si es asi podra oirme.

Levanto la voz para gritar.

—?Si puedes, Barnoch, cortate ahora el pescuezo. Porque si no lo haces, vas a desear haber muerto de hambre hace tiempo!

Por un momento nadie dijo nada. Me angustiaba pensar que pronto tendria que practicar el Arte con un seguidor de Vodalus. El alcalde levanto el brazo por encima de la cabeza y despues lo bajo poniendo enfasis en el gesto.

—?Muy bien, muchachos, todos a una!

Los cuatro que habian traido el ariete contaron uno, dos y tres en voz baja como si lo hubieran acordado previamente y corrieron hacia la puerta tapiada, perdiendo algo de impetu cuando los dos de delante subieron al umbral. El ariete golpeo las piedras con un fuerte ruido sordo, pero sin mas resultado.

—Muy bien, muchachos —repitio el alcalde—. Probemos de nuevo. Que vean que clase de hombres viven en

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