Saltus.
Los cuatro volvieron por segunda vez a la carga. En esta ocasion los de delante salvaron mas habilmente el umbral; las piedras que taponaban la puerta parecieron estremecerse con el impacto, y de la argamasa se desprendio un polvo fino. De la multitud surgio un voluntario, un tipo corpulento de negra barba, que se unio a los cuatro, y los cinco volvieron a cargar; el golpe del ariete no hizo mucho mas ruido, pero lo acompano un crujido como de huesos que se rompen.
—Una vez mas —dijo el alcalde.
Tenia razon. El siguiente impacto mando al interior de la casa la piedra golpeada y abrio un agujero como la cabeza de un hombre. Despues ya no hubo que molestarse en tomar impulso; los hombres del ariete lo manejaron en vaiven para derribar las demas piedras hasta que la apertura basto para que un hombre pudiera entrar.
Alguien en quien antes no habia reparado habia traido antorchas, y un muchacho corrio a una casa proxima a encenderlas en el fuego de la cocina. Los hombres de los piletes y las estacas las cogieron de manos de el. Con mas arrojo del que yo hubiera atribuido a esos ojos astutos, el alcalde saco de su camisa una pequena porra y fue el primero en entrar. Los espectadores nos agolpamos detras de los hombres armados, y como nos encontrabamos en primera fila, Jonas y yo alcanzamos la apertura casi en seguida.
El ambiente era pestilente, mucho peor de lo que yo habia previsto. Habia muebles rotos por doquier, como si Barnoch hubiera cerrado con llave sus armarios y cofres cuando llegaron los encargados de cegar la casa y estos los hubieran destrozado para llevarse lo que habia dentro. Sobre una mesa desvencijada vi cera en forma de gotas, restos de una vela que habia ardido hasta la madera. Detras de mi, la gente empujaba para avanzar y yo, sorprendentemente, me encontre empujando hacia atras.
Al fondo de la casa hubo una conmocion: pasos apresurados y confusos, un grito y, por fin, un lamento penetrante e inhumano.
—?Ya lo tienen! —grito alguien detras de mi, y oi como la noticia pasaba a quienes estaban en el exterior.
Un hombre entrado en carnes, tal vez un pequeno propietario, vino corriendo de la oscuridad con una antorcha en una mano y un palo en la otra.
—?Apartaos! ?Atras, todos! ?Ya lo traen!
No se que habia esperado ver… Tal vez una sucia criatura con el pelo enmaranado. En vez de eso salio un fantasma. Barnoch habia sido alto; todavia lo era, pero ya encorvado y muy delgado, y con la piel tan palida que parecia relucirle como madera podrida. No tenia pelo, cabello ni barba. Esa tarde sus guardianes me contaron que habia adquirido el habito de arrancarse los pelos. Lo peor eran sus ojos: protuberantes, ciegos en apariencia y oscuros como el negro absceso de su boca. Me aparte de el mientras hablaba, pero supe que la voz le pertenecia.
—Sere libre —decia la voz—. ?Vodalus! ?Vodalus acudira!
Cuanto desee entonces que jamas se me hubiera hecho prisionero, pues su voz trajo de nuevo hasta mi todos aquellos dias sin aire mientras yo esperaba en la mazmorra bajo nuestra Torre Matachina. Tambien yo habia sonado con ser rescatado por Vodalus y con una revolucion que barriera el hedor y degeneracion bestiales de la era presente y restaurara la elevada y brillante cultura que antano poseyo Urth.
Pero yo no fui salvado ni por Vodalus ni por su fantasmagorico ejercito, sino merced a la intervencion del maestro Palaemon (y sin duda de Drotte y de Roche y de otros cuantos amigos), que habia convencido a los hermanos de que seria demasiado arriesgado matarme y demasiado desafortunado hacerme comparecer ante un tribunal.
Barnoch no seria salvado. Yo, que debia ser su companero, habria de quemarlo, de descoyuntarlo en la rueda, y por ultimo, cortarle la cabeza. Trate de decirme que quizas habia actuado movido por el dinero; pero entonces un objeto metalico, sin duda el cabo de acero de un pilete, golpeo una piedra y me parecio oir el tintineo de la moneda que Vodalus me habia dado, el tintineo que produjo cuando la deje caer en el hueco bajo la piedra, en el suelo del mausoleo en ruinas.
Algunas veces, cuando concentramos de esta manera toda nuestra atencion en el recuerdo, nuestros ojos, sin que nada los guie, pueden distinguir un unico objeto en una masa de detalles, exponiendolo con una claridad que jamas se consigue mediante la concentracion. Asi sucedio conmigo. En la marea de rostros que se debatian mas alla del marco de la puerta vi uno, levantado, que el sol iluminaba. Era el de Agia.
III — La tienda del vidente
Ese instante permanecio congelado como si nosotros dos, y todos aquellos que nos rodeaban, fuesemos parte de un cuadro. En medio de la nube de rusticos con sus atuendos de colores chillones y sus bultos, Agia permanecio con la cabeza levantada y yo con los ojos muy abiertos. Despues me movi, pero ella ya se habia ido. Si hubiera podido, habria corrido hacia ella; pero no pude mas que abrirme paso a empujones entre los que miraban, y tal vez tarde cien latidos de corazon en alcanzar el punto donde ella habia estado.
Para entonces ella habia desaparecido completamente, y la muchedumbre se arremolinaba y alternaba como el agua bajo la proa de un barco. Se habian llevado a Barnoch, que se quejaba del sol. Cogi a un minero del hombro y le pregunte algo a gritos, pero el no se habian percatado de la joven que habia estado junto a el y no tenia ni idea de a donde podia haber ido. Segui a la turba que iba detras del prisionero hasta que estuve seguro de que ella no se encontraba alli; despues, como no se me ocurria nada mejor, comence a buscar por la feria, mirando en el interior de tiendas y casetas y preguntando a las campesinas que habian venido a vender un fragante pan de cardamomo y a los vendedores de carne caliente.
Mientras esto escribo, rizando pacientemente el hilo de tinta bermellon de la Casa Absoluta, todo parece tranquilo y metodico. Nada mas alejado de la verdad. En aquel momento yo jadeaba y sudaba, preguntaba a gritos y apenas me detenia a obtener una respuesta. Como si lo hubiera visto en suenos, el rostro de Agia flotaba en mi imaginacion; rostro ancho, de mejillas planas y barbilla delicadamente redondeada, piel morena y pecosa y ojos alargados, risuenos y burlones. No podia imaginar por que habia venido. Solo sabia que lo habia hecho, y que al verla un instante se habia avivado la angustia con que yo recordaba su lamento.
—?Has visto una mujer alta, de pelo castano? —Esta pregunta la repeti una y otra vez, como aquel contendiente que se harto de repetir «Cadroe de las Diecisiete Piedras» hasta que la frase quedo tan vacia de significado como un canto de cigarra.
—Si. Todas las campesinas que venimos aqui.
—?Sabes como la llaman?
—?Una mujer? ?Claro que puedo conseguirte una mujer!
—?Donde la perdiste? No te preocupes, pronto volveras a encontrarla. La feria no es bastante grande como para que alguien se pierda por mucho tiempo. ?No concertasteis un lugar para encontraron. Toma un poco de te, pareces muy cansado.
Busque una moneda en el bolsillo.
—No tienes por que pagar, yo ya vendo bastante. Bueno, si insistes. No es mas que un aes. Aqui.
La vieja revolvio en el bolsillo de su delantal y saco un monton de moneditas. De la tetera vertio el liquido hirviendo en una taza de barro y me ofrecio una paja de metal tenuemente plateado que yo rechace.
—Esta limpia. La lavo cada vez que la utilizan.
—No estoy acostumbrado.
—Entonces ten cuidado al sorber. Estara muy caliente. ?Has mirado en el lugar del juicio? Alli habra mucha gente.
—?Donde esta el ganado? Si. —El te era de mate, especiado y un poco amargo.
—?Sabe ella que la buscas?
—No lo creo, y aunque me hubiera visto, no me habria reconocido. No… no voy vestido como acostumbro.
La vieja resoplo y volvio a meterse bajo el panuelo de la cabeza un extraviado mechon de cabello canoso.
—?En la feria de Saltus? Por supuesto que no. En una feria todo el mundo se pone lo mejor, y cualquier