David Grann

La ciudad perdida de Z

Para mi intrepida Kyra

A veces me basta un retazo que se abre justo en medio de un paisaje incongruente, unas luces que afloran en la niebla, el dialogo de dos transeuntes que se encuentran en pleno trajin, para pensar que a partir de ahi juntare pedazo a pedazo la ciudad perfecta […]. Si te digo que la ciudad a la cual tiende mi viaje es discontinua en el espacio y en el tiempo, a veces rala, a veces densa, no creas que hay que dejar de buscarla.

Italo Calvino,

Las ciudades invisibles

Prefacio

Saque el mapa del bolsillo trasero. Estaba mojado y arrugado; las lineas que habia trazado para destacar mi ruta se habian desdibujado. Examine detenidamente las marcas que habia hecho con la esperanza de que me sacaran del Amazonas en lugar de internarme aun mas en el.

La letra «Z» seguia apreciandose en el centro del mapa. Aun asi, no parecia tanto una senal indicadora como una mofa, un testimonio mas de mi locura.

Siempre me habia considerado un reportero con una vision objetiva de los hechos que no se implicaba de forma personal en las historias que narraba. Mientras que otros a menudo parecen sucumbir a sus suenos y obsesiones descabellados, yo intentaba ser un testigo imparcial. Y me habia convencido de que esa era la razon por la que habia recorrido mas de dieciseis mil kilometros, desde Nueva York, pasando por Londres, hasta el rio Xingu, uno de los afluentes mas largos del Amazonas, por la que habia dedicado meses a estudiar centenares de paginas de diarios y cartas de la epoca victoriana, y por la que habia dejado a mi esposa y a mi hijo de un ano y habia contratado un seguro de vida adicional.

Me dije que tan solo habia ido a documentarme sobre como generaciones de cientificos y aventureros se obsesionaron hasta morir en el intento con resolver lo que con frecuencia se ha llamado «el mayor misterio de la exploracion del siglo xx»: el paradero de la ciudad perdida de Z. Se creia que esta ciudad ancestral, con su red de caminos, puentes y templos, estaba oculta en el Amazonas, la selva mas grande del mundo. En una era de aviones y satelites, la region sigue siendo uno de los ultimos espacios sin cartografiar del planeta. A lo largo de centenares de anos ha obsesionado a geografos, arqueologos, fundadores de imperios, cazadores de tesoros y filosofos. Cuando los europeos llegaron por primera vez a Sudamerica, en los albores del siglo xvi, tenian la certeza de que la selva albergaba el fastuoso reino de El Dorado. Miles de personas murieron durante la busqueda. En tiempos mas recientes, muchos cientificos han decidido que una civilizacion tan compleja no pudo haber surgido en un entorno tan hostil, donde la tierra es demasiado pobre para cultivos, los mosquitos son portadores de enfermedades letales y los depredadores acechan bajo la espesura de los arboles.

Por lo general, la region se ha considerado una selva primigenia, un lugar en el que, como dijo Thomas Hobbes al describir el estado de la naturaleza, «no hay Artes, no hay Letras, no hay Sociedad, y, lo peor de todo, existe un temor constante y el peligro de sufrir una muerte violenta».1 Las condiciones despiadadas del Amazonas han alimentado una de las teorias mas extendidas sobre el desarrollo humano: el determinismo ambiental. Segun esta teoria, aunque algunos de los primeros seres humanos hubieran conseguido subsistir en las condiciones ambientales mas duras del planeta, dificilmente habrian evolucionado, salvo unas pocas tribus primitivas. La sociedad, en otras palabras, es prisionera de la geografia. De modo que si Z fuera hallada en un entorno en apariencia tan inhabitable, probablemente supondria mucho mas que el hallazgo de un tesoro dorado, mucho mas que una curiosidad intelectual: tal como declaro un periodico en 1925, supondria «escribir un nuevo capitulo de la historia de la humanidad». 2

Durante casi un siglo, numerosos exploradores han sacrificado incluso su vida para encontrar la Ciudad de Z. La busqueda de esta civilizacion, y de los incontables hombres que desaparecieron en el intento, ha eclipsado las novelas epicas de Arthur Conan Doyle y H. Rider Haggard, quienes tambien se sintieron atraidos por la busqueda de Z en la vida real. En ocasiones tuve que recordarme que todo lo relacionado con esta historia era veridico: una estrella de cine habia sido realmente secuestrada por los indigenas; se habian hallado tribus canibales, restos de civilizaciones antiguas, mapas secretos y espias; exploradores que habian muerto de hambre, o debido a enfermedades, a ataques de animales salvajes o a heridas producidas por flechas envenenadas. El concepto que se habia tenido de las Americas antes de que Cristobal Colon desembarcara en el Nuevo Mundo se encontraba a medio camino entre la aventura y la muerte.

En aquel momento, mientras examinaba mi maltrecho mapa, nada de eso importaba. Alce la mirada hacia la marana de arboles, lianas y enredaderas que me rodeaban y hacia las moscas y los mosquitos que me dejaban regueros de sangre en la piel. Habia perdido la guia. No me quedaba comida ni agua. Guarde el mapa en mi bolsillo y segui caminando hacia delante, intentando encontrar la salida mientras las ramas me azotaban la cara. Entonces vi que algo se movia entre los arboles.

– ?Quien anda ahi? -grite.

No hubo respuesta. Una silueta revoloteo entre las ramas, y despues otra. Se acercaban, y por primera vez me pregunte: «?Que demonios hago aqui?».

1 . Volveremos

Un dia frio de enero de 1925, un caballero alto y distinguido cruzaba a toda prisa el puerto de Hoboken, New Jersey, en direccion al Vauban, un transatlantico de ciento cincuenta y seis metros de eslora que estaba a punto de zarpar rumbo a Rio de Janeiro. Tenia cincuenta y siete anos, media un metro ochenta y sus brazos eran largos y fibrados. Aunque su cabello empezaba a clarear y su bigote mostraba algunas briznas blancas, su forma fisica era tan buena que podia caminar durante dias sin apenas descansar ni comer. Tenia nariz de boxeador y habia algo de feroz en su aspecto, sobre todo en la mirada. Los ojos, muy juntos, asomaban bajo unos espesos mechones de pelo. Nadie, ni siquiera su familia, parecia estar de acuerdo sobre su color: algunos creian que eran azules; otros, grises. No obstante, practicamente todo aquel que se cruzaba con el quedaba impactado por su intensidad; de hecho, incluso habia quien los llamaba «los ojos de un visionario». El hombre habia sido fotografiado a menudo con botas de montar, un sombrero Stetson y un rifle colgado del hombro, pero incluso con traje y corbata y sin su habitual barba desalinada, la gente del embarcadero lo

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