Alicia Gimenez Bartlett

El silencio de los claustros

Petra Delicado 08

© Alicia Gimenez Bartlett, 2009

A dos puntales de amistad:

Para Alvaro Pombo.

Un maestro, un amigo capaz de reir.

Para Begona Martinez Santos que,

como Petra Delicado, es una mujer

dulce y fuerte a la vez.

1

La encontre en el sofa. El cabello, suelto y despeinado, le ocultaba la cara por completo. Su cabeza se hallaba quebrada sobre los almohadones formando un angulo anti natural. Las piernas, rigidas, apuntaban hacia arriba, desnudas y blanquecinas. La falda se le habia arremolinado en torno a la cintura. Me quede boquiabierta y exclame:

– ?Marina!, ?que demonio haces asi?

Entonces Marina, la hija de seis anos de mi tercer marido y, por lo tanto mi hijastra legal, recompuso su descoyuntada figura, recupero la habitual posicion erguida y, con el rostro congestionado por haber estado boca abajo, respondio:

– Lo veia todo al reves.

– Me ha causado muy mala impresion encontrarte en esa postura.

– Porque has pensado en gente asesinada.

Aquella nina de seis anos tenia la facultad de adivinar lo que sucedia en mi mente con una facilidad aterradora. Callada, discreta, inteligente, clavaba sus ojos azules en los mios y automaticamente sabia lo que estaba pensando. Semejante aptitud no me complacia lo mas minimo, puesto que me obligaba a permanecer siempre en estado de disimulo y, de vez en cuando, me obligaba a mentir con descaro, como cuando le respondi.

– ?Gente asesinada?, ?vaya ocurrencia mas lugubre! De ninguna manera he pensado en gente asesinada.

– Entonces ?por que te he causado mala impresion?

Improvise a toda prisa.

– Parecias… ?un pollo colgado en una carniceria!

Se quedo pensativa, buscando algun aliciente en aquello de ser un pollo, y sin duda lo encontro, porque con gran agilidad volvio a colocarse patas arriba sin anadir ni una sola palabra mas.

Suspire. Nunca habia tenido contacto con ninos hasta mi tercer matrimonio; y lo cierto era que su forma de actuar me tenia fascinada. Me parecian extranos, incomprensibles, observadores como autenticos psicologos, sinceros como solo los locos pueden serlo. En cualquier caso, si temia ser examinada por ellos y fingia frente a sus adivinaciones se debia a mi proverbial facilidad para complicarme la vida. Marcos, mi marido, jamas me habia pedido que fuera cautelosa frente a sus hijos con respecto a mi actividad policial. Naturalmente se daba por descontado que no iba a comentar con detalle una autopsia durante el desayuno, pero yo era la unica responsable de haber juzgado poco conveniente que los chicos supieran demasiado sobre lo que me ocupaba en comisaria. Un error por mi parte, ya que con tanta prevencion solo conseguia excitar su curiosidad y hacer que sus fantasias volaran como cometas en el cielo de la especulacion. Hugo y Teo, los gemelos, eran los mas inclinados a formular hipotesis imaginativas acerca de mi trabajo. Cuando veian un dossier sobre la mesa, les faltaba tiempo para preguntar si se trataba de algun caso «chulo» que me hubieran encomendado. Tarde un poco en comprender que «chulo» significaba para ellos un crimen con abundancia de sangre, mutilaciones espantosas e incluso evisceraciones sumarisimas. Aunque en lo que tenian puestas mas esperanzas era en la posibilidad de que un buen dia apareciera en mi vida un cruel asesino en serie. Inutilmente les repetia que los asesinos en serie no son muy corrientes en ninguna latitud y aun menos en Espana; ellos, inmunes a mis palabras, siempre conservaban la ilusion.

De todos modos, aquellas cosas constituian problemas menores para mi. Los hijos de Marcos solo pasaban con nosotros algunos fines de semana y he de decir que, en el fondo, me divertia bastante desmoronar con negativas sus cruentos castillos en el aire. Por lo demas, me habia habituado sin problemas a las circunstancias de mi nuevo matrimonio. Durante los primeros meses todas mis alarmas estaban conectadas. Sentia miedo infundado a que afloraran mis manias de loba esteparia e hicieran anicos la armonia conyugal. Ademas, muchas de mis amigas narraban episodios banales de sus matrimonios con sana escalofriante. Se trataba normalmente de pequenos detalles sin importancia, pero que me ponian en guardia sobre la dificultad de la convivencia. Por ejemplo, alguna contaba como el simple hecho de encontrar cada manana el tubo de pasta dentifrica abierto, le hacia concebir deseos asesinos contra su esposo. Nada de eso me sucedia a mi, ya que me habia propuesto dejar en el tintero pequenos egoismos y lograr que mi tercer intento matrimonial fuera definitivo. No eramos principiantes en la institucion, sino seneros veteranos, y en algo tenia que notarse. Ibamos a cumplir un ano de casados y todo funcionaba razonablemente bien.

Aquella tarde en la que a Marina le dio por hacer el pino sobre el sofa, se encontraba con nosotros de modo excepcional. Un taxista contratado por su madre la habia traido a la salida del colegio. Yo tenia la tarde libre y el plan era que se quedara conmigo hasta que llegara su padre, que debia acompanarla al dentista. La deje en posicion supina y fui a darme una ducha. Habia estado trabajando y necesitaba despejarme.

Cuando hube acabado regrese al salon y encontre a Marina aun en aquel equilibrio tan incomodo.

– Deja de hacer eso, Marina, no debe ser nada bueno para la salud.

Me hizo caso y se sento. Me observo con expresion distante, luego dijo:

– La superiora de mi colegio quiere hablar contigo.

?Como?, exclame mentalmente. Aquello iba mas alla de mis atribuciones como madrastra. Pero no queria ser brusca con la nina.

– ?Tu le has hablado de mi?

– Si, algunas veces. Le he dicho que eres policia y todo eso.

– Pero ella ya sabe que los responsables de tu educacion son tus padres, ?verdad?

– Supongo.

– ?Tienes alguna idea de lo que quiere?

– No, pero me ha dicho que es muy urgente, que la llames enseguida. El numero que me ha dado esta encima de la mesa.

– Pero ?que quieres decir, que acaba de llamar?

– Si, mientras estabas en la ducha.

– ?Por que no me lo has dicho antes?

– Como me hacias preguntas…

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