Es la primera vez en cuatro anos que se ha arreglado antes de salir, la unica que recuerda haberse demorado en elegir la ropa que viste. Un fugitivo repudia esas vanidades, que pueden traicionar su estratagema de camuflaje, resquebrajar su coraza o conducir hasta la guarida donde quiere pasar inadvertido. Un fugitivo huele como huele el lugar ultimo donde ha dormido. Un fugitivo viste mono de peon o exclusivo traje de etiqueta sin otro motivo que el desconcierto de sus perseguidores. Un fugitivo solo se afeita cuidadosamente cuando el acto implica un significativo cambio de apariencia del rostro barbudo. Pero hoy no. Hoy el, tras la larga noche insomne y a la vez serena junto al cuerpo placidamente dormido de Pepa, se ha acicalado con mimo y detalle. Tiene una cita con la verdad desnuda, y eso merece sentirse limpio y bien perfumado, lucir una camisa impecable aunque la verdad, con sus ojos de mujer ciega, no vaya a poder apreciarlo. Tampoco en todo ese tiempo habia programado el despertador a las cuatro y media de la madrugada, pero es la hora que le han recomendado sus pesquisas de los dias anteriores apostarse alrededor de Curvatura dieciseis. Varias veces en los ultimos dias, siempre a distintas horas, recorrio el barrio para definir las costumbres del movimiento que lo animaba, estableciendo que la actividad languidecia sobre las once de la noche, como naturalmente puede corresponder a un barrio de trabajadores, y se reanudaba sobre las cinco y media o seis menos cuarto de la madrugada, con la aparicion de los repartidores de pan. En ningun momento de su espionaje, que acabo por cubrir todas las horas de la esfera del reloj, volvio a cruzarse con la mujer ciega, y por supuesto ha sido mejor asi. La formula elegida para abordarla, que ensaya a cada momento como un fragil actor primerizo ante su primer estreno teatral, es muy precisa, y haberse vuelto a topar accidentalmente con ella podria haberle arrebatado la entereza y la concentracion, y por tanto tambien el rigor. Puntual a las cuatro y media, el timbre del despertador lo ha sacudido sin miramientos, con la mano impaciente y vigorosa de la vida nueva que viene hacia el. Se ha deslizado fuera de la comodidad del lecho caliente, desvalido como el amante que en mitad de la noche abandona una cama desconocida. Camino del bano, las losetas del pasillo le han evocado la infancia, aquel frio hostil en los pies, premonitorio del desapacible mundo exterior, que le desasosegaba mientras se vestia para ir al colegio. Con el castigo de la ducha a toda presion, premeditadamente muy caliente, ha querido imaginar que el agua le arrancaba de la piel los recuerdos del pasado y los arrastraba por el desague, pero no lo ha conseguido. Sin embargo, al secarse frente al espejo le ha asaltado una inesperada conviccion, euforizante o aterradora, ?por que no ambas cosas?
Cuando se ha detenido frente al portal, abrigado con guantes, bufanda precintando alrededor del cuello el grueso anorak y gorro con orejeras, como un explorador urbano de los hielos, ha sentido que la espera habra de parecerle necesariamente corta tras tantos anos de vigilia.
Da igual cual sea la respuesta, con tal de que sea cierta. Solo eso importa, y lo sabe. Esta ahi plantado, valiente y humilde, ante el portal donde antes o despues surgira la mujer ciega. Y con ella vendra al fin, libre y desbocada como un torrente subterraneo obligado durante anos a permanecer enclaustrado e inmovil, la impredecible verdad desnuda.
Fernando Marias