llenado de energia. En su mano, esplendidamente trenzada de unos musculos suaves e inflexibles, el revolver parecia ahora un instrumento airoso, casi sin peso-. Por ultima vez, antes de que te tape la boca y empiece a hacerte dano: ?Donde esta?
– No se de que estas hablando -y antes de que acabase la ultima palabra, la mano bella e inmensa, sin soltar el revolver, se estampo contra su rostro y la sumio en una bruma erizada de alfileres que traspasaron ardiendo cada uno de los huesos de su craneo.
Sin prisa, el hombre saco de su bolsillo un panuelo grande como media sabana. Cogio con brusquedad la cabeza de Claudia, que ahora reposaba en el colchon, y manejandola con el mismo esfuerzo que le requeriria a un hombre normal cambiarse de mano una bola de billar, le anudo el panuelo a la boca, muy fuerte, apretandole las comisuras. De otro bolsillo saco un par de juegos de esposas y encadeno las munecas de Claudia a la cama. El cabecero de esta era un panel liso, de modo que hubo de trabarla abajo, al filo del somier, dejandola con los brazos violentamente doblados hacia atras. Ella continuaba medio aturdida, pero comenzo a seguir sus movimientos con recelo. El hombre dejo entonces el revolver sobre la mesilla de noche y extrajo de su chaqueta una navaja automatica. La hizo saltar inmediatamente y, manteniendola en alto, se inclino sobre Claudia.
– Ahora voy a darte tiempo, mucho tiempo para pensar todo lo que tienes que decirme y la mejor manera de decirmelo para que yo lo comprenda bien y rapido. Puedo ser un poco bruto, puedo no ser ingenioso, pero con la navaja, por ejemplo, soy un artista. Tengo muchas habilidades artisticas, como veras. Te las ensenare despacio, con carino, y cuando te desamordace, tu me lo contaras todo. Ya sabes: bien y rapido. Si no, te pondre otra vez el panuelo en la boca, y es posible que te lo ate mas fuerte, y empezaremos otra vez, pero olvidandonos del arte.
Entonces comenzo a cortarle la blusa, abriendole las mangas por las costuras con la misma limpieza con que habria abierto un platano. Por la amarga mirada de Claudia paso una nube oscura; el miedo de no haber entendido bien aquel instante o la decepcion de que, de todas las posibles formulas, de todos los posibles significados, aquellas manos acabaran eligiendo el que sordidamente habia previsto desde el mismo momento en que el habia irrumpido en la habitacion. Mientras los botones saltaban uno tras otro sobre su pecho y despues sobre su vientre, mientras la hoja que habia rozado la piel de sus brazos blancos y ya desnudos le metia el escalofrio en las entranas, recordo efimeramente las caricias de los hombres que habia deseado y tambien las que habia tolerado por caridad o desvio. A continuacion la navaja destramo el hilo que unia las piezas de tela sobre sus hombros; tras dos pequenos cortes mas y un par de delicadas maniobras, se vio tendida sobre un lienzo ya ajeno a su suerte, como la piel de un animal desollado. Sin pausa, la navaja inicio la destruccion de la falda. Impudica, se infiltro por la cintura y la humillo discurriendo en linea recta por encima de su intimidad. El hombre corto hasta abajo, y despues extendio la tela sobre el colchon igual que lo habia hecho con la blusa.
– Eres un bombon -dijo, mientras la contemplaba con la desverguenza y la minuciosidad de un agrimensor-. Vamos a dejar que te de del todo la luz.
Pero antes de que la punta de la navaja pudiera llegar a la cadera de Claudia, su pierna se disparo como una ballesta y le coloco un punterazo en la boca al hombre. Este retrocedio un par de pasos, meneando la cabeza, y barboto:
– Maldita sea, ya me estas jodiendo.
Le dio dos golpes secos con el canto de sus manazas, uno en cada muslo, muy cerca del vientre. Claudia gimio y se quedo inmovil, como si le hubiera partido las piernas.
– Como ves, no me importa machacar los bombones, si me hinchan las pelotas. Mas te valdra seguir quietecita.
Solo quedaban dos pequenas prendas. Un corte de navaja abajo y tal vez tres arriba. No mas de medio minuto. Algun otro comentario, mas sucio, o quiza no. Luego se bajaria los pantalones o simplemente se tumbaria sobre ella abriendose a la vez la bragueta. Tambien podia demorarse sadicamente en acariciarla con la lengua o con la punta del estilete. En cualquier caso quiza no me afectaba demasiado que pudiera violarla. Incluso puede que lo deseara, torcidamente, porque en otro tiempo aquella mujer, sin esforzarse, me habia hecho mas dano del que era capaz de olvidar. Tambien es posible que, en aquel momento en el que todo habria debido estar decidido, y me refiero a todo lo que en aquella tarde yo mismo esperaba de mi, no acabara de vislumbrar en que consistia, alli y entonces, mi lealtad a la memoria de Pablo. Si en defender a su viuda, si en dejar que ella pagara por el desorbitado sufrimiento en que habia hundido, antes y despues de mi, a mi amigo difunto.
Sea como fuere, no me gustaba el hombre de las hermosas manos, y por lo poco que sabia de el no calculaba que mereciese el placer que iba a darse. Aunque Claudia ya no fuese mas que un residuo de todo lo que yo la habia visto ser, a aquel tipo le sobraba para volverse loco. Ya lo imaginaba, con todos los detalles, y no estaba seguro de conservar la impiedad necesaria para salir indemne de semejante degradacion. Todavia vacilante, pero ya con esa inercia de lo que acabara por ocurrir, busque el contacto de mi Astra, que en realidad no era legitimamente mia. La habia comprado mi abuelo en 1920, la habia heredado mi padre y yo, que no habia sido militar como ellos ni poseia permiso para tenerla, la guardaba tras la muerte de ambos. No era un arma como el revolver de aquel sujeto. No tenia diez tiros, sino seis; no era un 38, sino un 9 corto; no la habian fabricado ayer, sino hacia ochenta anos. Tambien se diferenciaba del revolver en que solia encasquillarse, como tarde, al tercer disparo, y en que en 1921 le habia metido un balazo en la frente a una mora que estaba mutilando a un soldado moribundo, bajo una chumbera en algun punto a medio camino entre Melilla y Monte Arruit. Era pequena y redonda, y ya no se fundia acero como aquel. La empune fuerte, la monte rapido y abri de una patada el armario en que comenzaba a asfixiarme, rodeado por las ropas ligeramente perfumadas de Claudia.
Extendi el brazo hacia aquellos ojos incredulos y situe la mira justo en el centro de ambos. No me temblaba el pulso, pero si me corria el corazon.
– Tira el acero, chico.
Dejo caer la navaja, abriendo mucho aquella mano de musico. No le salio ninguna excusa, aunque abrio y cerro la boca un par de veces. Despues de eso, parecio que intentaba rehacerse y me dirigio una precaria mirada de desafio. Pero no dijo que disparase si tenia cojones.
– No parece que la dama estime mucho tus fantasias -observe, acordandome de alguna pelicula-. Se un poco mas dulce. Olvidate un poco de ti mismo y dejala inventar.
No comprendio, como cabia prever.
– Que la sueltes, imbecil.
Obedecio, mordiendose ostensiblemente los labios. Claudia se incorporo, tanteo el estado de sus munecas y se retiro con rapidez de la cama. Solo cuando estuvo lejos de el se quito el panuelo de la boca.
– ?A que esperas? -me urgio, y lamente haber ordenado que la desatara.
El hombre estaba ahora solo y desvalido. Daba lastima, tan alto, inmovil, senalado por mi pistola y por el rencor de ella. Yo en su lugar habria tratado de hacer algo. Si mi primer disparo fallaba, habria podido triturarme sin despeinarse. Entonces crei que era poco ambicioso. Ahora que lo recuerdo no se que creer. Yo jamas habia matado a un hombre a sangre fria, aunque habia odiado lo bastante como para desearlo. A aquel infeliz, en cambio, no le odiaba en absoluto. Borrosamente me asistian otras razones. Prestarles oido fue en parte un error y en parte, si no debe atenderse solo a lo que al final resulta de las cosas que uno da en hacer, un acto radicalmente justo. Le di en la cabeza, y el ruido de la detonacion reverbero en el pequeno cuarto durante cuatro o cinco segundos, mientras el terminaba de encontrar la quietud de la muerte sobre el suelo de losas oscuras. Una alegria ausente y brutal lleno el semblante blanquisimo de Claudia.
No habia prisa. Estabamos en una casa de montana, a un par de kilometros de cualquier ser viviente. Un capricho de Pablo, habia dicho ella al describirla, para escaparse de la mierda cuando empezaba a llegarle al cuello. Claudia se habia vuelto dura, desagradable, dando rienda suelta a aquello que siempre habia atesorado en secreto su alma, detras de las maneras leves con que nos habia hechizado a los dos y a tantos otros. Lo habia demostrado trayendo a aquel desdichado hasta la trampa, aguantando el tipo mientras yo meditaba en el armario.
– Te lo has pensado, ?eh? -me reprocho-. ?Creiste haberte equivocado de bando o solo querias verme desnuda, como cuando me espiabas en la ducha?
– Nunca te espie en la ducha.
– No seas timido. Si quieres, terminare yo lo que el ha dejado a medias -y se llevo la mano a un tirante del sosten-. Sin compromiso. Consideralo tus honorarios.
– Esto no es mi profesion.
– Llamalo recompensa, entonces.