necesario, incluso he sostenido durante decadas que de nada servia difundir la verdad. Pero ahora que la vida se me acaba soy mas debil y mas sentimental. No querria que cuando encuentren el cuadro que hay en la habitacion mas secreta de mi casa, en la que solo alumbra de vez en cuando la luz artificial que enciendo para contemplarlo, imaginen una historia diferente de la que lo hizo llegar alli. Puedo soportar que no entiendan lo que me ha unido a esa palida mujer de oscuros cabellos, pero no que lo confundan con lo que nunca fue. De pronto siento la necesidad de que se sepa que de sus evanescentes rasgos y de su mirada diafana he alimentado, tarde tras tarde, el preciso recuerdo de aquella efimera Ines que murio por designio imprudente de Pablo. Que mirando su cabellera densa he sabido que Ines era otra, pero no por ello he dejado de reconocer en la pintura el signo de los dioses que me reconcilia con mi hermano por encima de su crimen.
Tambien necesito que Lucrecia y Claudia sean recordadas. Porque en ellas nos equivocamos, porque en una naufrago nuestra juventud y en otra nuestra madurez y al final, pese al error y al dolor, en ambas nos reunimos. Porque eran inadecuadas pero hermosas, cada una a su manera, y de este mundo en el que nada es propicio no puede amarse mas que la belleza o el imposible.
He escrito para contar lo que paso, pero no para acusar o arrepentirme. Nadie puede decir que lo que hice o hicieron otros estuvo mal hecho. Los actos se suceden y llaman los unos a los otros insondablemente, y someterlos a juicio, como a menudo los someti mientras los presenciaba o ejecutaba o despues de presenciarlos o ejecutarlos, es una grave inconsistencia. Cuanto he juzgado en estas paginas no es mi juicio presente, sino la memoria de lo que juzgue. Ahora me siento tan incapaz de condenar los actos daninos de otros como autorizado a absolver los mios. No hay nada malo en hacer porque no hay otro modo de vivir. Quiza lo malo sea vivir, pero eso es irremediable.
Sin embargo, merece la pena escribir y contarlo todo para que conste que entendimos donde hemos estado y donde, por el contrario, habriamos debido estar. Durante estos anos he recordado con frecuencia una tarde o el residuo de varias tardes de otono, cuando Pablo y yo paseabamos juntos sobre las hojas caidas, antes de conocer a Claudia y todo cuanto habria de exiliarnos de nosotros mismos. En mi recuerdo hace viento y el cielo esta tenido de un gris claro y uniforme, como corresponde a noviembre en Madrid. Llevamos abrigos oscuros y zapatos gruesos. Pablo fuma y yo, que no fumo todavia, masco sin deseo un chicle al que ya se le ha pasado el sabor. El aire revuelve nuestros cabellos aun abundantes.
Ninguno de los dos habla. Pablo se apoya en el tronco negruzco de un arbol y mira la tarde dando largas caladas a su cigarrillo. Yo miro como mira la tarde y de pronto lo veo todo. Veo la tarde, le veo a el y me veo a mi mismo viendolos. Y sueno que solo consentiremos en desear al angel o demonio que sea capaz de vernos sin destruirlo, de dejarse observar sin arrebatarnoslo.
Pudo haber sido Ines, pero fue Claudia. No importa acusarla de lo que rompio, acusarnos de como lo permitimos. Ni siquiera importa no haber sido feliz. Lo que cuenta es haber terminado viviendo y muriendo aqui y haber acabado sabiendo darle nombre. Aquella tarde que pudo ser otra ha sido, hermano, un noviembre sin violetas.
Madrid – Getafe – Cala Llombards – Los Pocilios – Adeje – Londres
2 de febrero – 6 de diciembre 1991
Lorenzo Silva
Nacio el 7 de junio de 1966 en Carabanchel, Madrid. Donde sigue viviendo en la actualidad. Estudio derecho en la Universidad Complutense y ejercio como abogado de empresa desde 1992 hasta 2002, tras pasar un ano como auditor de cuentas y otros dos como asesor fiscal en una firma multinacional.
Desde que iniciara su dedicacion a la literatura, alla por 1980, ha escrito relatos, algunos articulos y ensayos literarios, varios libros de poesia, una obra dramatica (de muy ingenua factura), un libro de viajes, y dieciseis novelas, por las que es conocido principalmente. Su obra ha sido traducida al ruso, frances, aleman, italiano, griego, catalan y portugues.
Una de sus novelas, El alquimista impaciente gano el Premio Nadal del ano 2000. Esta novela es la segunda en la que aparecen los que quiza sean sus personajes mas conocidos: La pareja de la Guardia Civil formada por el Sargento Bevilacqua y la cabo (en la ultima novela) Chamorro. Otra de sus obras, La flaqueza del bolchevique fue finalista del Premio Nadal 1997 y ha sido adaptada al cine por el director Manuel Martin Cuenca, y de la que el autor fue su guionista.