a mi hermana. Aquel sentimiento lo ahogaba, lo disminuia moralmente tanto como aumentaba la violencia aparente de su comportamiento. Yo le habia despreciado y todavia le despreciaba, pero se me ocurrio que podia ganar interes si algun dia lograba salir de aquel estado miserable. Especialmente si tenia el valor de renegar de ella.

– ?Y como lo conseguiste?

– Te costara imaginarlo. Tu sigues atrapado en el recuerdo de Claudia. Tu sensibilidad es incapaz de descender un solo centimetro por debajo de la superficie de la vida, y por eso moriras prisionero de la mujer que ella era a la perfeccion. Pero a el le ensene a mirar debajo y a encontrar algo que no se agota en la posesion, ni tiene que escabullirse para mantener el encantamiento.

– Nunca he sido un mistico, desde luego, si es a eso a lo que te refieres.

– Llamalo misticismo, si te parece. No es del todo inexacto, aunque te limites a expresar una parte muy pequena de su significado. No importa el procedimiento, sino la conviccion.

Lucrecia habia recobrado paulatinamente su presencia; el fulgor despotico de su mirada y los movimientos asperos de las manos, el descuido de las piernas y la inquietud de su cuello. Ahora su cabeza permanecia adelantada, en actitud de conquista. Hablaba con seguridad y rapidez, sin ocuparse de traducir excesivamente sus pensamientos. Yo en parte la comprendia y en parte la adivinaba, sin demasiada certeza acerca del sentido ultimo de sus palabras.

– ?Cual es esa conviccion? -pregunte, fastidiado por tener que tirar de los hilos que ella iba soltando.

– Que solo es libre quien ejercita a conciencia su maldad. Pablo habia practicado dos corrupciones de este principio, que por imprecisas resultaban tan equivocadas como el amor al projimo. Una era el ejercicio aleatorio del mal, al que dedicaba buena parte de su actividad cotidiana. La otra, la que habia usado en su venganza contra Claudia y contra ti, era el ejercicio incompleto. La primera no le servia de nada porque no era dueno de sus resultados; la segunda, porque no era mas que una renuncia disfrazada de accion.

– Me cuesta seguirte -proteste-. Necesitaria algun hecho. Algo que vea o toque.

– No puedo ser grosera solo para complacerte. Conmigo Pablo aprendio a hacer el dano que deseaba hacer. No el que le salia al hacer otra cosa o al reprimir sus verdaderos impulsos. Le ensene a disfrutar del dolor que yo le causaba y a causarme el dolor que podia hacerme disfrutar. Asi supo que el dolor inteligente une a la victima y al verdugo en el placer. Le hice bajar al infierno de los excesos conscientes, le ayude a banarse en el fuego y el fuego le limpio. Recupero la pureza y se vacio de sus anteriores humillaciones. Deje que se hundiera en mi hasta olvidarla a ella, y cuando estuve bien segura le permiti regresar al exterior para que pudiera destronarla.

Hablaba con demasiada soltura para estar improvisando. Mis hipotesis zozobraban ante su extrana firmeza, pero no podia dejar que se apoderase de la situacion. Tenia que defender, aunque fuera a la desesperada, la interpretacion que habia traido conmigo. Puse mi mas convincente gesto de lastima y, secamente, objete:

– Pero el tenia sus propias ideas.

– ?A que te refieres?

– Cuentame como fue que Claudia cayo y que tu triunfaste, Lucrecia. Cuentame por que Pablo eligio una muerte apresurada en lugar de seguir disfrutando del dolor que os traiais a medias -y aunque desconfiaba de mis palabras, anadi-: Dime como fue que todas tus ensenanzas el las puso al servicio de una trampa en la que tu solo eras una pieza mas. ?Por que empleo sus ultimas fuerzas en vengarse de nosotros y no quiso sobrevivir para ti?

Lucrecia me miro con estupor. Despues rio y dijo nerviosamente:

– Debi prever que no entenderias nada. Pablo me entrego su vida. Yo le salve y el me dio lo unico que le quedaba. Por eso invento lo del cuadro. Los dos juntos pensamos la trampa, en todos sus detalles. No era necesario que el muriera realmente, pero quiso ir hasta el final. No tenia que sobrevivir para mi. Sabia que yo nunca podria amarle.

– El cuadro no era una invencion. Existe y lo dejo donde yo pudiera encontrarlo.

Lucrecia reitero su risa, esta vez casi una carcajada. La gasto durante unos segundos y luego la corto de golpe.

– Que salida tan ingenua -juzgo friamente.

– No necesito que me creas. Lo tengo abajo, en el coche. Solo es un lienzo enrollado de metro y medio, pero vale mas que todo lo que me has contado.

Sus pupilas se dilataron con un brillo malicioso.

– ?Has desenrollado esa tela?

– No.

– Entonces no sabes si es La musica de Klimt.

– Ni tu tampoco -aventure, para probar sus cartas.

Bajo lentamente la cabeza, respiro, supo estar impasible.

– Tal vez no lo sepa -dijo-, pero se otras cosas que me ayudan a suponerlo.

– ?Por ejemplo?

– Yo soy la responsable de la ultima resurreccion del cuadro.

– ?De que estas hablando?

– Pablo difundio hace un ano que lo tenia. Le mataron, pero nadie lo encontro. Algunos alimentaron la obsesion, pero las obsesiones tambien se enfrian. Hace un par de meses, cumpliendo el encargo de Pablo, yo me ocupe de reavivar la hoguera. Sugeri a determinada persona que La musica estaba en poder de Claudia.

– Asi fue como lanzaste a Jauregui contra ella.

– Lo unico de lo que me costo convencer a ese estupido fue de que yo no queria a mi hermana. Las mentiras se las trago todas a la primera. En cuanto oyo hablar del cuadro se cego. Ni siquiera discutio mi precio, que no era precisamente modesto.

– ?Tambien le convenciste de que fuera el mas torpe de sus hombres quien vigilara a Claudia?

– De eso se encargo el solo. Yo me limite a decirle que no le hiciera dano. Mi unico interes era que la siguieran. Claudia no era idiota y ya habia recibido el aviso del fraile. No dudaba de que pusiera a quien pusiera tras ella se daria cuenta y correria a pedirte ayuda.

– Y tambien sabias lo que me pediria.

– Por eso el hombre de Jauregui tenia ordenes de mantenerse a distancia solo hasta que ella llegara a algun refugio secreto en la sierra.

– Siguiendo las instrucciones del fraile. ?Tambien el estaba al corriente?

– No habia necesidad de que lo estuviera. Bastaba con que supiera repetirle a Claudia las instrucciones que Pablo habia dejado para ella y con que estuviera atento para hacerlo si renacia la fiebre del cuadro. Que el padre se enterase de ese renacimiento con antelacion, corria de mi cuenta.

– Comprendo que no te inquietaba que Claudia pudiera aceptar la fuga que Pablo le ofrecia en primera instancia, porque tu siempre la tendrias localizada y podrias darle el soplo a Jauregui. Pero ?por que estabas tan segura de que ella haria exactamente lo que le habia dicho el fraile para el caso de que la encontraran?

– Yo la conocia, Galba, al reves que tu. Le encantaba que se lo dieran todo hecho. Era perezosa y dispersa, y tambien sabia que estaria asustada. Habia una posibilidad entre mil de que no lo cumpliera todo al pie de la letra. Ademas, tenia otra garantia: implicarte a ti. No esperaba que te quisiera, me bastaba con prever que tendria el capricho. Mi unico temor era que fuera a buscarte antes de tiempo, solo por jugar. Y en ese caso, no me habria sido dificil aprovechar de otro modo las circunstancias.

Lucrecia disfrutaba del instante moderando su orgullo, exhibiendo por momentos una suerte de fatiga por tener que entrar en el detalle de sus meritos. Ostentaba su triunfo solo con las palabras, omitiendo los gestos y la sonrisa, como un artista simulando el tedio de haber producido una obra maestra.

– Y en cuanto yo quite de la circulacion a aquel incauto -pense en voz alta-, aparecio Oscar. No entendia que trabajara para Jauregui, pero lo que menos podia imaginar era que obedeciera tus ordenes.

– Jauregui tampoco. La muerte de Claudia le desoriento, aparte de tener el efecto de ponerle mas nervioso respecto al cuadro. Cuando apareciste me fue muy facil convertirte en su objetivo. Le reproche que te hubiera dejado marchar y te inculpe del asesinato de mi hermana. Luego no tuve mas que decirle que habias venido a verme y que temia que pudieras hacerme algo. Cuando me llamaste y me diste tu direccion espere un par de horas y se la di a el. Note que sospechabas de mi y quise proporcionarte motivos. Tambien tenia ganas de ver como resolvias el problema, si es que lo resolvias. He de admitir que no lo hiciste mal. Pero Oscar seguia alli.

Senti que la sangre me quemaba en las venas y que las piernas me flaqueaban. No estaba seguro de querer

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