con las barbas abundantes de don Guillermo. Por lo demas su rostro era impenetrable y duro, con ojos cruzados por relampagos de indefinible fiereza. Este hombre temido y poderoso era el administrador de la Compania Colonizadora de la Patagonia. ?Quien era Mateo Sandoval? Nunca se supo. Hombres como el casi no tienen nacionalidad, ni religion, ni lazo alguno que los una a determinada tierra o familia. Era el inveterado aventurero, buscavidas impulsado por la codicia, sin escrupulos. Valiente tal vez, pero despiadado para el vencido y lleno de rencor alli donde adivinaba una fuerza superior; incapaz de albergar sentimientos de amor a nadie, ni aun a si mismo. Una necesidad primitiva de satisfacer su ambicion y sus pasiones, refrenada apenas ante el temor del castigo y revestida de una enganosa pantalla de correccion mundana, que el habito hacia natural y discreta.

Como administrador de los intereses de la Compania resultaba inobjetable. Vivia permanentemente dedicado a ella, aunque los que lo conocian murmuraban que retenia su buena tajada en los beneficios, cosa que posiblemente era sabida y consentida por la Compania, que de tal modo se aseguraba los servicios de tan util sujeto. De lo que no se dudaba era de que “mas papista que el papa”, desarrollaba las instrucciones recibidas con tanto celo y crueldad que ninguna orden, por arbitraria que fuera quedaba sin cumplir. Hallaba en tal politica tres satisfacciones simultaneas; aumentar su prestigio ante sus mandantes, agrandar su propia fortuna, y saciar su necesidad de ablandar con el latigo del amo las resistencias extranas a su poder.

Ni que decir que era odiado por las tribus indigenas y soportado con mal disimulada hostilidad por sus vecinos, los cuales, incapaces de oponerse a los manejos de la Compania, buscaban evitar litigios con tal omnipotente rival, pero con honda satisfaccion hubieran recibido la noticia de la desaparicion de nuestro personaje. Este sin embargo era un hueso duro de roer, y gracias al poder que lo respaldaba, a las armas siempre listas y a sus asalariados adictos, dispuestos al crimen a una senal del amo, se sentia seguro y desafiaba el odio de unos y la hostilidad de todos con una caustica ironia, que pretendia ser fruto de su ingenio y era solo una mala cosecha del miedo que inspiraba.

– Escucheme… -volvio a repetir Sandoval sin reparar en el otro-. ?Quien si no la Compania le da vida a estas regiones inhospitalarias Ella provee al poblador de cuanto necesita e incluso al indio…

– Si, sobre todo aguardiente, y malo, y les cuesta su buen precio en pieles que valen el triple -replico Pedro Ruda.

– No se; pero si nosotros no las compramos no valen nada… ?Y cree usted don Ruda que a los indios se les puede dar algo mejor? ?Que hicieron con usted? Si no dispara a tiempo terminan comiendoselo a falta de sus ovejas y caballos -dijo Sandoval con sorna.

– Menudo hartazgo se daban entonces -replico con viveza el interpelado. La ironia sesgo la conversacion por rumbos inesperados.

– Bueno, bueno -interrumpio Lunder- ?cuanta charla!… ?Churrasqueamos?

– ?Han oido? -estallo Ruda, enarcando sus pobladas cejas y mirando alegremente a Sandoval- ante un cuartillo asado, aunque sea capon, Espana, Alemania y el mundo entero dicen a coro ?ya! ?Que esperamos, pues?

– Agradezco, amigos, y disculpeme don Guillermo, pero necesito estar hoy sin falta en mi poblacion- se excuso Mateo Sandoval-. Bastante hace que espero a la gente que mande de recorrida… le encargo me los despache en cuanto lleguen…

– Habran esperado a que pasara la nevazon tempranera que tuvimos anteayer -apunto Ruda. Ademas conocen bien la region ?No han estado ya antes en el lago?

Sandoval, evadiendose del tema, repuso:

– No hasta ahi, pero igual son baqueanos… estaran remoloneando hasta acabar con las provisiones… Y me voy antes que se les queme el asado. Despidame de las senoras- y dirigiendose a los hombres que apenas se habian movido de sus bancos cerca del fuego, agrego: -?Eh! Antonio, y vos Jacinto. ?Vayan apretando espuelas que ya salimos!

– Entendido patron- y los dos peones abandonaron la compania de la estufa con mal disimulado desgano.

Salieron. El viento se colo por la puerta abierta con esfuerzo y recorrio con helado aliento la caldeada sala. La hornalla de la estufa desprendio una breve lluvia de chispas. La manana estaba en el meridiano de la loma.

Los tres hombres, encorvados por el viento, que con desesperados ramalazos parecia querer arrancarlos del suelo, se fueron al corral en busca de los caballos. Un perro que dormitaba bajo la galeria ladro repentinamente. La manana era clara y helada. El frio castigaba con sus innumerables agujas los rostros curtidos de los que partian. Sin embargo, cuando ya montados se disponian a salir, los gruesos ponchos los cubrian como un antifaz.

– ?Hasta la vista! -grito Mateo Sandoval a don Guillermo, que se acerco a despedirlos.

– ?Buen viaje! -respondio este y se quedo contemplandolos un momento.

Los jinetes enderezaron sus caballos al sudoeste. Al rato subian ya hacia la meta en direccion al Paso. Sandoval bien montado, sostenia un galope corto y parejo, a despecho de que la senda se elevaba y el viento lo atropellaba con fuerza. Su figura se destaco al fin en lo alto de la meseta contra un cielo, plomizo y aplastante. Agito una mano y continuo al galope. Momentos despues habian desaparecido todos.

Don Guillermo volvio al interior pensativo y cenudo. Alli estaba esperandolo su familia. Pedro Ruda y el capataz del campo mateaban silenciosos. El peoncito se habia marchado a vigilar el asado.

Era la casa de Guillermo Lunder un gran rectangulo de adobes blanqueados por fuera y recubiertos de madera en el interior. Techo canaleta a dos aguas y cielo raso asimismo construido en madera. Las aberturas miraban directamente al sur, aprovechando la conformacion del canadon, franqueados al este por la cadena montanosa del San Bernardo, barrera natural que protegia los lagos mediterraneos Musters y Colhue-Huapi. La construccion de la casa era la tipica de la region. Las habitaciones se extendian a los costados de la sala principal. Paredes gruesas y ausencia de inutiles adornos. Al exterior una galeria techada con piso de tierra apisonada y, mas alla, alineados a menos de una cuadra de la casa, los galpones haciendo muro contra el viento. Aquellos galpones servian de almacenes para la lana y cuero en verano, despensa de provisiones en el invierno y lugar propicio para el asado en todo tiempo. En el angulo formado por los galpones y la casa, el pozo de agua, coronado con dos gruesas vigas que sostenian la traviesa, de la que colgaba el rumoroso balde de hierro. Los pequenos ranchos de los peones se diseminaban irregulares en el contorno. El conjunto, rudo y primitivo, semejaba una pagina arrancada del Antiguo Testamento, robustecida la reminiscencia de las patriarcales haciendas, por los vallados de palo a pique y jarillas, que componian los corrales y bretes. El sol heria los lomos relucientes del buen ganado que guardaban los corrales. En otros mas chicos, permanecian inmoviles grandes carneros cubiertos por un compacto vellon de lana. Mas alla de las instalaciones, el Senguerr dibujaba caprichosas vueltas en el ancho canadon, proximo ya a encontrarse con el Aayones. Las riberas del rio, en el area de la estancia, se poblaban de alamos y sauces, algunos todavia retonos, otros erguidos y airosos. Las ovejas pastaban fuera de los corrales, con los hocicos obstinadamente pegados a la tierra. Entre ellas, algunas avestruces, libres de todo temor, picoteaban los granos diminutos de las hierbas. Un alto carro de enormes ruedas y larga vara se hallaba a un costado de los galpones como un simbolo de inacabables caminos aguardando las duras leguas dormidas en sus ejes…

Mas alla de las instalaciones de la estancia, hacia el sur, apenas protegidos por el faldeo de la meseta, se alzaban tapando de cualquier modo los agujeros practicados en el suelo, las miserables habitaciones de algunos tehuelches que vegetaban en las cercanias de la “poblacion”. Mansos, desasidos de toda inquietud, se hundian en la tierra como queriendo reintegrarse a ella. El rancho del cacique era la unica construccion hecha de barro, con paredes mas o menos verticales, aunque en su interior no se advirtiese diferencia alguna con las otras. La condicion humana parece perder su excelsa significacion al enfrentarse con la maxima degradacion de sus criaturas: la voluntad de aniquilarse.

Las cimas basalticas de las montanas brillaban fantasticamente, entre la niebla producida por la helada nocturna que aun persistia y que se elevaba como un fino celaje de los desfiladeros y abismos, para diluirse en las alturas al calor del sol. En las paredes del canadon se retorcia el camino de los carros hasta perderse entre las primeras elevaciones.

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