de que nunca lo hemos respirado. Dead bodies, many dead bodies, dice el chofer, tapandose la nariz con un panuelo, y nos invita a imitarle. En el patio, unos hombres, unos pocos con bata de enfermeros y los demas vestidos con ropa de calle, deben de ser voluntarios, transportan en camillas cadaveres que se amontonan, unos encima de otros, en la trasera de un camion entoldado. Estos parten, van a llegar otros. Entramos en una sala grande de la planta baja, que se parece menos al vestibulo de un hospital que a una lonja de pescado. El suelo de cemento esta humedo, resbaladizo, lo inundan cada cierto tiempo para mantener una apariencia de frescura. Los cuerpos estan colocados en hileras; cuento unos cuarenta. Estan aqui desde ayer, muchos hinchados por el tiempo que han pasado en el agua. No hay occidentales, quiza, como Juliette, hayan sido evacuados los primeros. La piel de los cuerpos es mas gris que oscura. Nunca he visto un muerto, me parece extrano, a los cuarenta y siete anos, haberme ahorrado hasta tan tarde la experiencia. Con un pedazo de tela apretado contra la nariz, visitamos otras salas, subimos al primer piso. No hay ningun control, se distingue mal entre los visitantes y los empleados del hospital, no hay ninguna puerta cerrada, los cadaveres yacen por todas partes, grisaceos e inflados. Pienso en el rumor de epidemia, en el holandes que decia en el hotel, con un aire de autoridad, que si no se quemaban todos los cadaveres inmediatamente, era inevitable una catastrofe sanitaria: envenenarian el agua de los pozos, las ratas transmitirian el colera en los pueblos. Tengo miedo de respirar por la boca, pero tambien por la nariz, como si el olor atroz fuese contaminante. Me pregunto que hemos venido a hacer aqui. Ver. Solo ver. Helene es la unica periodista en el lugar, anoche ya dicto un articulo, otro esta manana, se ha traido la camara de fotos, pero no tiene animos para sacarla. Aborda a un medico visiblemente agotado, le hace preguntas en ingles. El responde, pero no le entendemos bien. Cuando salimos al exterior, el camion lleno de cadaveres se ha ido. Detras de la verja, al borde de la carretera, hay un terraplen de hierba seca y cortante, a la sombra de un baniano inmenso, y al pie de este arbol una docena de personas. Son blancos, con la ropa desgarrada, y estan cubiertos de pequenas heridas que no se han molestado en vendar. Nos acercamos, forman un corro a nuestro alrededor. Todos han perdido a alguien, a su mujer, su marido, un hijo, un amigo, pero, al contrario que Jerome y Delphine, no lo han visto muerto y quieren seguir esperando. La primera que nos cuenta su historia se llama Ruth. Escocesa, pelirroja, de unos veinticinco anos. Vivia en un bungalow de la playa con Tom, acababan de casarse, era su luna de miel. Estaban a diez metros el uno del otro cuando llego la ola. A Ruth se la llevo, ha salvado la vida de la misma forma que Philippe, y despues busco a Tom. Le busco por todas partes: en la playa, entre los escombros, en el pueblo, en la comisaria, y luego, cuando comprendio que todos los cuerpos iban a parar al hospital, no se ha movido de aqui. Ha visitado el interior varias veces, ha vigilado la descarga de los camiones que traen nuevos cadaveres y la carga de los que los llevan hacia las hogueras, no ha dormido ni comido, la gente del hospital le ha dicho que se vaya a descansar, le han prometido que la avisaran si hay noticias, pero no quiere irse, quiere quedarse aqui con los demas, que se quedan por el mismo motivo que ella. Adivinan que las noticias va solo pueden ser malas. Pero quieren estar presentes cuando descarguen del camion el cuerpo del ser querido. Como Ruth espera aqui desde anoche, esta muy al corriente de lo que ocurre: confirma que los cadaveres de los blancos, si pasan por el hospital, son rapidamente trasladados a Matara, donde hay mas sitio y, al parecer, una camara frigorifica. Los de la gente del pueblo aguardan a que sus familias los reclamen, pero muchas de ellas, sobre todo entre los pescadores que tenian su casa muy cerca del agua, han perecido enteras y ya no hay nadie que venga a buscarlos, asi que los mandan quemar. Todo esto se hace de un modo caotico, a la buena ventura. Como la electricidad, el telefono y la carretera estan cortadas, del exterior no puede llegar ninguna ayuda, pero ?que quiere decir el exterior, cuando toda la isla esta afectada? Nadie se ha librado, cada cual se ocupa de sus muertos. Ruth dice esto pero ve perfectamente que Helene y yo nos hemos librado. Estamos ilesos, estamos juntos, tenemos la ropa limpia, no buscamos a nadie en particular. Despues de la visita al infierno, volveremos al hotel y alli nos serviran la comida. Nos banaremos en la piscina, besaremos a nuestros hijos, pensaremos que nos hemos librado por los pelos. Se que la mala conciencia no sirve de nada, mas bien es solo una perdida de tiempo y energia, pero eso no impide que me sienta torturado y tenga muchas ganas de que acabe todo. Helene, en cambio, dedica todas sus fuerzas a hacer lo que puede, da igual que sea irrisorio, hay que hacerlo de todas maneras. Es atenta, precisa, hace preguntas, piensa en todo lo que puede ser util. Se ha traido todo nuestro dinero en metalico y lo reparte entre Ruth y sus acompanantes. Anota el nombre de todos, despues el nombre y la filiacion de los desaparecidos: manana intentara ir a Matara para buscarlos. Anota los numeros de telefono de las familias, en Europa o en America, para llamarlas y decir: «He visto a Ruth, esta viva; he visto a Peter, esta vivo.» Propone que los que quieran vengan a nuestro hotel, basta con que se queden dos o tres de guardia, los demas podran comer, lavarse, curarse las heridas, dormir un poco, telefonear, y luego vendran a relevar a los de guardia. Pero nadie accede a venir con nosotros.
De los blancos que aguardaban debajo del baniano, delante del hospital, recuerdo sobre todo a Ruth, porque es con la que mas hablamos y porque volvimos a verla, pero tambien a una inglesa de edad mediana, corpulenta, de pelo corto, que habia perdido a su amiga; my girlfriend, decia, y me imagino a esta pareja de lesbianas ya entradas en anos que vivian en una pequena ciudad inglesa y participaban en la vida colectiva, y su casa instalada con amor, sus viajes todos los anos a paises lejanos, sus albumes de fotos, todo esto roto. El regreso de la superviviente, la casa vacia. Sendas tazas con el nombre de cada una, y una de las dos ya no se utilizara, y la mujer obesa sentada a la mesa de la cocina se coge la cabeza con las manos y llora y se dice que ahora se ha quedado sola y estara sola hasta su muerte. En los meses siguientes a nuestro regreso, Helene ha estado obsesionada por la idea de reanudar el contacto con los miembros de aquel grupo, de saber que habria sido de ellos, si a alguno de ellos se le habria concedido el milagro. Pero por mucho que buscara entre nuestro equipaje el papel donde lo habia anotado todo, nunca ha podido encontrarlo y tenemos que resignarnos a la idea de no volver a saber nada de esas personas. La imagen que conservo hoy de la media hora que pasamos con ellas es una imagen de pelicula de horror. Nosotros estamos limpios y arreglados, indemnes, y nos rodea el corro de los leprosos, de los desplazados, de los naufragos que han vuelto al estado salvaje. La vispera eran como nosotros, nosotros eramos como ellos, pero les sucedio algo que no nos sucedio a nosotros y ahora formamos parte de dos humanidades separadas.
Por la noche, Philippe cuenta su historia de amor con Ceilan, adonde vino por primera vez hace mas de veinte anos. Informatico de la region parisina, sonaba con paises lejanos y tenia un colega esrilanques con quien hizo amistad y que les invito a su casa: a el, a su mujer de entonces y a Delphine, que era todavia una nina. Era su primer gran viaje en familia y les gusto mucho: el bullicio de las ciudades, el frescor de las montanas, la languidez de los pueblos a la orilla del oceano, los bancales de arroz, el grito de los gecos, los techos de teja acanalada, los templos en los bosques, el fulgor del alba y las sonrisas, comer con los dedos los platos de arroz al curry. Philippe penso: aqui esta la verdadera vida, aqui me gustaria vivir algun dia. Aquel dia no habia llegado aun: el colega esrilanques se fue a Australia, se escribieron un poco, despues se perdieron de vista, el contacto con la isla magica se habia roto. Philippe estaba harto de ser un directivo en la periferia de Paris, era un apasionado del vino, en aquella epoca un informatico encontraba facilmente un empleo bien pagado donde el quisiera, y entonces decidio instalarse cerca de Saint-Emilion. Alli se hizo enseguida una clientela: grandes viticultores, centrales de compras que el modernizaba y de las que vigilaba los sistemas de gestion. Su mujer abrio una tienda que, contra todo pronostico en una region con fama de ser poco acogedora con los recien llegados, prospero. Vivian en el campo, en una bonita casa en medio de las vinas, se ganaban bien la vida haciendo algo que les gustaba, habian conseguido reciclarse. Mas tarde conocio a Isabelle, una divorciada sin traumas. Delphine crecio, encantadora y sensata. No tenia aun quince anos la primera vez que vio a Jerome y decidio que seria el hombre de su vida. El tenia veintiuno y era un chico guapo y solido, heredero de una estirpe de ricos comerciantes de vino. En ese medio no se bromea con las diferencias de fortuna, pero cuando, andando el tiempo, el ensueno de la adolescente se transformo en un compromiso serio y compartido, Jerome supo resistir a la presion de los suyos y mostro la firmeza tranquila de su caracter: amaba a Delphine, la habia elegido, nadie le separaria de ella. Philippe idolatraba a su hija, era muy de temer que ningun pretendiente hallara gracia a sus ojos, pero se produjo otro flechazo, esta vez entre el yerno y el suegro. A pesar de los veinte anos de diferencia descubrieron que tenian gustos comunes: los grandes burdeos y los Rolling Stones, Pierre Desproges y la pesca con cana, Delphine como remate, y su relacion llego a ser enseguida la de unos camaradas muy antiguos. Los recien casados encontraron una casa en un pueblo a una decena de kilometros de donde viven Isabelle y Philippe. Las dos parejas se volvieron inseparables. Cenaban los cuatro en casa de unos u otros, Philippe y Jerome se turnaban sacando una botella que degustaban a ciegas, pasaban la comida hablando de todo un poco, a los postres encendian un porro de hierba del jardin, ponian Angie o