Las cinco semanas de exploracion de Sri Lanka es un recuerdo encantador para los dos varones. Con el saco de dormir y la
Bajaron al sur. Cubrieron sin apresurarse las etapas de la carretera costera de Colombo a Tangalle, que nosotros recorrimos en taxi durante media jornada, y cuanto mas serpenteaba y languidecia al alejarse de la capital, tanto mas la vida parecia desperezarse entre resaca y cocoteros, edenica, intemporal. La ultima ciudad de verdad en esta costa es Galle, la fortaleza portuguesa donde cuarenta anos antes Nicolas Bouvier habia encallado solo y vivido en compania de termitas y fantasmas una larga temporada en el infierno. Ni Philippe ni Jerome tenian la menor afinidad con el infierno y recorrieron el camino silbando. Mas alla de Galle solo hay algunos villorrios de pescadores, Welligama, Matara, Tangalle y, a la salida de Tangalle, el barrio de Medaketiya. Un punado de casas verdes o rosas de ladrillo, oscurecidas por la bruma, una selva de cocoteros, platanos, mangos, cuyo fruto te cae directamente al plato. En la playa de arena blanca, canoas con balancin de colores vivos, redes, cabanas. No hay hoteles, pero algunas de las cabanas sirven de
Lo que mas le gustaba a Philippe era partir un mes antes que los demas y pasarlo solo en Medaketiya, sabiendo que pronto se reunirian todos. Gozaba a la vez de la soledad y de la dicha de tener una familia: una mujer con la que formaba una buena pareja, una hija maravillosa, tanto que, al buscarse un marido, habia encontrado la manera de encontrarle un amigo, su mejor amigo, sencillamente, y una nieta que se parecia a su madre a su edad, nada menos. La verdad, aquella vida era una buena vida. Habia sabido arriesgarse cuando habia que hacerlo -afincarse en Saint-Emilion, cambiar de oficio, divorciarse-, pero no habia perseguido quimeras, ni hecho sufrir mucho a nadie, ya no buscaba conquistar nada, sino tan solo saborear lo que habia conquistado: la felicidad. Otra cosa que compartia con Jerome, y que es rara en un muchacho de su edad: esa forma de mirar ligeramente socarrona, sin malevolencia, a la gente que se agita y se estresa e intriga, que tiene sed de poder y de ascendiente sobre el projimo. Los ambiciosos, los jefecillos, los siempre insatisfechos. Jerome y el eran mas bien de esas personas que hacen bien su trabajo, pero una vez que lo han acabado, ya ganado el dinero, lo aprovechan tranquilamente en lugar de cargarse con mas trabajo para ganar mas dinero. Tenian lo necesario para estar contentos con lo suyo, no todo el mundo tiene esta suerte, pero ante todo y tambien tenian la sabiduria de conformarse, de amar lo que tenian, de no desear mas. El don de permitirse vivir sin mala conciencia y sin prisa, de mantener una conversacion lenta y burlona a la sombra del baniano, bebiendo una cerveza a pequenos tragos. Hay que cultivar nuestro jardin.
Philippe pensaba: he encontrado el lugar donde quiero vivir, el lugar donde quiero morir. He llevado a ese lugar a mi familia y he encontrado una nueva, la de M. H. Cuando cierro los ojos en la butaca de ratan, cuando siento bajo mis pies descalzos la madera de la terraza delante del bungalow, cuando oigo crujir sobre la arena la escoba de fibra de coco que M. H. pasa cada manana por su cercado, ese sonido tan familiar, tan relajante, me digo: estas en tu casa. Estas en tu hogar. Al terminar la limpieza, M. H. vendra a reunirse conmigo, sosegado y majestuoso con su sarong carmin. Fumaremos un cigarrillo juntos. Mantendremos un dialogo sin importancia, como esos amigos muy antiguos que no necesitan hablar para entenderse. Creo que me he convertido realmente en un esrilanques, dijo un dia Philippe, y se acuerda de la mirada amistosa pero un poco ironica que le lanzo M. H.: que te crees tu eso… Le ofendio un poco pero tambien le sirvio de leccion. Era un amigo, si, pero seguia siendo un extranjero. Su vida, creyera lo que creyese, no estaba alli.
Philippe podria pensar hoy: mi nieta ha muerto en Medaketiya, hemos perdido nuestra felicidad en unos instantes, no quiero volver a oir hablar de Medaketiya. Pero no piensa eso. Piensa que al fin va a demostrar a M. H. que su vida si estaba alli, entre ellos, que es uno de ellos, que despues de haber compartido la dulzura de los dias pasados con ellos no va a alejarse de su desgracia, coger sus bartulos y decir adios, quiza volvamos a vernos un dia. Piensa en lo que queda de la familia de M. H., en sus casas destruidas, en las casas de sus vecinos pescadores, y dice: quiero quedarme a su lado. Ayudarles a reconstruir, a recomenzar su vida. Quiere ser util, ?que otra cosa hacer consigo mismo?
No sabemos cuando podremos partir. No sabemos adonde han llevado el cuerpo de Juliette: quiza al hospital de Matara, quiza a Colombo. Jerome, Delphine y Philippe no se iran sin ella y nosotros tampoco nos iremos sin ellos. Matara esta demasiado lejos para ir en tuk-tuk, pero el dueno del hotel anuncia en el desayuno que un camion de la policia parte en esa direccion y que se las ha arreglado para que lleven a Jerome con ellos. Helene se brinda de inmediato a acompanarle y el acepta de inmediato. Pienso que yo deberia haberme brindado, que era un asunto de hombres, y les veo partir con una punzada de celos que me averguenza. Me siento como un nino al que sus padres dejan en casa para ocuparse de cosas serias. Como Jean-Baptiste y Rodrigue, que desde hace cuarenta y ocho horas han sido abandonados a su suerte. Nosotros nos ocupamos de Philippe, Jerome y Delphine, y apenas de ellos. Se pasan el dia encerrados en su bungalow, releyendo viejas historietas, nos vemos en las comidas y se muestran silenciosos, enfurrunados, desplazados, y advierto que debe de ser dificil vivir asi un acontecimiento tan enorme: tratados como ninos, excesivamente protegidos, sin tener derecho a participar. Me