digo que no ver nada es quiza mas traumatizante que ver cadaveres, y que Jean-Baptiste, al menos, es lo bastante mayor para ir conmigo al pueblo. Entregado a su proyecto de ayuda, Philippe quiere conocer la situacion por si mismo. Dudo un poco de confiar a Rodrigue al cuidado de Delphine, pero ella dice que no hay ningun problema, al contrario, y nos vamos.
El tuk-tuk pasa por delante del hospital, no lo bastante lejos para que nos ahorremos el olor de muerte. Desde la distancia, veo al grupo de turistas naufragos que dan vueltas lentamente debajo del baniano, y de nuevo esta vez tengo la impresion de ser un superviviente en una pelicula de zombis, que sobrepasa en coche a un grupo de muertos vivientes ociosos, con los brazos colgando, que nos siguen con la mirada vacia. Al recorrer la calle principal, curiosamente tranquila, llegamos a la plaza del mercado donde Philippe encontro a Jerome y a Delphine y les anuncio la muerte de Juliette, y despues bajamos a la playa de Medaketiya: un campo de barro negro, hediondo, del que emergen restos de barcos, de casas, de empalizadas, de troncos de arboles arrancados, y aqui y alla un pedazo de muro todavia en pie. En esas ruinas hay personas que se mueven, rebuscan, recuperan objetos heterogeneos: una palangana, una red de pesca, un plato rajado, lo unico que les queda. Cuando pasa Philippe todos le reconocen, van a su encuentro y con cada uno la escena es practicamente igual. Se abrazan, lloran juntos, intercambian noticias en un ingles macarronico: esencialmente los nombres de los muertos. Philippe no comunica nada a nadie, ya saben lo de Juliette, lo de Osandi, lo de M. H. Pero el no sabe lo de los vecinos, y a cada muerte que le notifican lanza una especie de gemido, al igual que sus interlocutores. No se jactaba diciendo que conocia a todo el mundo, que todos le habian adoptado. Llora por estos pescadores esrilanqueses como por sus propios padres. Empieza a explicar a cada uno de los supervivientes que va a tener que marcharse enseguida, con Jerome y Delphine, pero que volvera pronto para ayudarles, que va a buscar dinero, que se quedara mucho tiempo. Para el parece muy importante decirselo y para ellos importante oirlo; en cualquier caso se abrazan aun mas. Avanzamos entre escombros, de un superviviente a otro, de abrazo en abrazo, hasta el pequeno cercado de M. H. No queda nada de la
De vuelta al hotel, trato de contactar con Helene por el movil, pero no contesta. Jerome y ella siguen sin aparecer a la hora de la comida; esperamos un poco y comemos sin ellos. Los italianos duenos del hotel se comportan desde hace dos dias de un modo irreprochable: alojan y alimentan a todo el mundo, ofrecen las mismas atenciones a los refugiados sin blanca que a los huespedes de pago y, como se ha interrumpido el abastecimiento, las comidas son cada vez mas frugales, el servicio conserva la dejadez ceremoniosa que le caracterizaba antes de la catastrofe. Estoy nervioso, incomodo, consulto mi reloj. No lo confesaria por nada del mundo, pero la verdad es que para mi la situacion se resume asi: mi mujer se ha ido a vivir una experiencia extrema con otro hombre. Yo, que hace dos dias la veia tristona y desganada, la veo ahora como una heroina de novela o de pelicula de aventuras, la periodista guapa y valiente que en el calor de la accion da lo mejor de si misma. En esa novela o pelicula no soy yo el heroe, mas bien me identifico, ay, con el marido diplomatico, ironico, ponderado, perfecto en los cocteles y las recepciones al aire libre de la embajada, pero que, cuando esta se ve rodeada por los jemeres rojos, ya no da la talla, contemporiza, espera a que otros tomen las decisiones en su lugar, y es su mujer la que ocupa la primera linea, arrostra los peligros, mira la muerte de cara. Para entretener la espera, cada vez mas pesada, intento leer
Mas tarde, Ruth llega al hotel. Despues de pasar cuarenta y ocho horas delante del hospital, sin comer ni dormir, esta tan debilitada que la han traido aqui mas o menos a la fuerza. Le han servido un bocadillo que ella no toca, el mayor de los italianos, el que regenta el hotel, ha venido a decirle que le han preparado una habitacion, insiste suavemente para que vaya a acostarse, a dormir un poco, pero ella mueve la cabeza. Cuando estaba debajo del baniano no queria moverse de alli. Ahora que la han desalojado para depositarla en esta butaca, tampoco quiere moverse de aqui, en todo caso no para ir a acostarse. Piensa que si cede al sueno Tom no podra volver. Para que pueda volver, ella tiene que velar. Lo que quisiera es ir a la playa, sentarse en el sitio donde les separo la ola, alli donde se alzaba su bungalow, y quedarse ahi, con los ojos clavados en el horizonte, hasta que Tom resurja vivo del oceano. Se pone muy rigida al decir esto, como si hiciera meditacion, y es posible imaginar que se quede asi en la playa durante dias, semanas, sin comer ni dormir ni hablar, con la respiracion cada vez mas lenta y silenciosa, pasando poco a poco de su condicion de persona a la de estatua. Su determinacion da miedo, parece a punto de pasar al otro lado, a la catatonia, la muerte en vida, y Delphine y yo comprendemos que nuestro cometido es hacer todo lo posible para impedirselo. Esto equivale a convencerla de que Tom no volvera, que ha muerto ahogado como los demas. Al cabo de dos dias, es practicamente cierto. Con la esperanza de ayudarla, del mismo modo que Jerome la ayuda a ella, Delphine le cuenta su historia. Le dice lo que yo hasta ahora no le he oido decir, son los demas los que lo dicen delante de ella: que su hijita ha muerto. En su ingles escolar, pronuncia las palabras: