– Dos personas dijeron que pensaban que habia sido una broma. Y la piedra que bloqueaba la verja tuvieron que ponerla desde dentro.

– No lo recuerdo con mucha claridad, Guido. Creo que cuando aquello ocurrio, nosotros estabamos de viaje. ?Fue en su casa, verdad?

– Si -respondio Brunetti, y algo que habia notado en la voz del conde le hizo preguntar-: ?Tu has estado alli?

– Una o dos veces. -El tono del conde era totalmente neutro.

– Entonces habras visto la verja -dijo Brunetti, sin atreverse a preguntar directamente la indole de la relacion que existia entre el conde y los Lorenzoni. Por lo menos, de momento.

– Si -respondio el conde-. Se abre hacia adentro. Hay un interfono en la pared, y el visitante no tiene mas que oprimir un pulsador y anunciarse. La verja se abre desde la casa.

– O desde fuera, si conoces la clave -agrego Brunetti-. Es lo que hizo la chica, pero la verja no se abrio.

– Era la chica Valloni, ?verdad? -pregunto el conde.

El apellido le sonaba, por haberlo leido en el informe.

– Si, Francesca.

– Una chica muy bonita. Fuimos a la boda.

– ?La boda? -pregunto Brunetti-. ?Cuando fue?

– Hara poco mas de un ano. Se caso con el chico Salviati, Enrico, el hijo de Fulvio. El aficionado a las lanchas motoras.

Brunetti gruno al recordar vagamente al chico.

– ?Tu conocias a Roberto?

– Lo vi varias veces. La verdad es que no tenia muy buena opinion de el.

Brunetti se pregunto si era la posicion social del conde lo que le permitia hablar mal de los difuntos, o era la circunstancia de que el chico hubiera muerto hacia dos anos.

– ?Por que no?

– Porque tenia todo el orgullo de su padre pero nada de su talento.

– ?Que clase de talento tiene el conde Ludovico?

Oyo un ruido al otro extremo de la linea, como de una puerta al cerrarse, y el conde dijo entonces:

– Perdona, Guido. Aguarda un momento, por favor. -Transcurridos unos segundos, volvio a oirse la voz del conde-. Lo siento, Guido, pero me ha llegado un fax, y tengo que hacer varias llamadas mientras mi agente en Ciudad de Mexico esta en la oficina.

Aunque muy seguro no estaba, Brunetti tenia la idea de que Ciudad de Mexico tenia medio dia de retraso respecto a ellos.

– ?No es de noche alli ahora?

– Si, y aunque el hace horas extra, quiero pillarlo antes de que se marche.

– Comprendo -dijo Brunetti-. ?Cuando puedo llamarte?

La respuesta del conde no tardo en llegar.

– ?Podriamos almorzar juntos, Guido? Hay varias cosas de las que hace tiempo que quiero hablarte. Quiza podamos hacer las dos cosas.

– Encantado. ?Cuando?

– Hoy mismo. ?O es muy precipitado?

– En absoluto. Avisare a Paola. ?Quieres que venga ella tambien?

– No -dijo el conde casi asperamente, y agrego-: Algunas de esas cosas la conciernen, y prefiero que no este presente.

Desconcertado, Brunetti solo dijo:

– Esta bien. ?Donde nos encontramos? -Esperaba que el conde mencionara un restaurante famoso de la ciudad.

– Hay un sitio cerca de Campo del Ghetto. Lo llevan la hija de un amigo mio y su marido, y la cocina es muy buena. Si no es muy lejos para ti, podriamos encontrarnos alli.

– Esta bien. ?Como se llama?

– La Bussola. Esta casi esquina a San Leonardo, en direccion a Campo del Ghetto Nuovo. ?A la una?

– De acuerdo. Alli estare. A la una. -Brunetti colgo, atrajo la guia telefonica hacia si y busco la «S». Habia varios Salviati pero solo un Enrico, con la indicacion de consulente, termino que a Brunetti siempre le habia divertido e intrigado al mismo tiempo.

El telefono sono seis veces antes de que una voz de mujer, molesta ya con el que llamaba, contestara:

– Pronto.

– ?Signora Salviati? -pregunto Brunetti.

La mujer jadeaba, como si hubiera corrido para contestar al telefono.

– Si, ?quien es?

– Signora Salviati, aqui el comisario Guido Brunetti. Deseo hacerle unas preguntas acerca del secuestro Lorenzoni. -Al otro extremo de la linea, Brunetti oyo un estridente llanto infantil, ese berrido geneticamente impostado al que no hay oido humano que pueda permanecer insensible.

El telefono golpeo una superficie dura, a el le parecio oir que ella le decia que esperase un momento, y luego todos los sonidos quedaron ahogados por el llanto que culmino en un subito alarido y a continuacion, con la misma brusquedad con que habia empezado, ceso.

La mujer volvio al telefono.

– Ya se lo conte todo hace anos. Ya ni me acuerdo de aquello. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas.

– Comprendo, signora, pero para nosotros seria una gran ayuda si pudiera concederme unos minutos. Le prometo que no llevara mucho tiempo.

– Entonces, ?por que no podemos hablarlo por telefono?

– Preferiria hacerlo personalmente, signora. Lo siento, pero no soy partidario del telefono.

– ?Cuando? -pregunto ella, con subita condescendencia.

– Veo que su direccion esta en Santa Croce. Tengo que ir ahi esta manana. -No era verdad, pero quedaba cerca del traghetto de San Marcuola, por lo que desde alli podria trasladarse rapidamente a San Leonardo para almorzar con el conde-. Podria pasar por su casa. Si no tiene inconveniente, desde luego.

– Dejeme ver la agenda -dijo ella, volviendo a dejar el telefono.

La muchacha tenia diecisiete anos en la epoca del secuestro, por lo que aun no habria cumplido los veinte, ?y con un nino de meses, agenda?

– Si viene a las doce menos cuarto, podremos hablar. Pero tengo compromiso para almorzar.

– Perfecto, signora. Hasta luego -dijo el y colgo antes de que ella pudiera cambiar de opinion o volver a mirar la agenda.

Llamo a Paola y le dijo que no iria a casa a almorzar. Ella, como de costumbre, lo tomo con tanta ecuanimidad que Brunetti no pudo menos que preguntarse si su mujer no habria hecho ya otros planes.

– ?Que haras tu? -pregunto.

– ?Humm? -hizo ella-. Oh, leer.

– ?Y los ninos? ?Que haras con los ninos?

– No te preocupes, Guido, les dare de comer. Pero ya sabes como devoran cuando no estamos los dos para ejercer una cierta influencia civilizadora. De modo que me quedara mucho tiempo para mi.

– ?Comeras tambien tu?

– Guido, tu tienes obsesion por la comida. Pero eso ya lo sabes, ?verdad?

– Es solo por las muchas veces que tu me la recuerdas, tesoro -rio el. Iba a decirle que ella tenia obsesion por la lectura, pero Paola lo hubiera tomado como un cumplido, por lo que solo dijo que cenaria en casa y colgo.

Salio de la questura sin preocuparse de decir a nadie adonde iba, y bajo por la escalera de atras, para rehuir un posible encuentro con el vicequestore Patta que, como eran mas de las once, seguro que estaria ya en su despacho.

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