– Si -dijo, y otra vez-: Si.
– ?Que harias tu? -pregunto el de pronto.
Paola le solto la mano y retiro un mechon de pelo que le caia sobre los ojos.
– ?Quieres decir si yo fuera el juez? ?O la madre de Roberto? ?O si fuera tu?
El volvio a sonreir:
– Me parece que con eso me has dicho que no le de mas vueltas, ?verdad?
Paola se puso en pie y se agacho a recoger los periodicos, que fue doblando y amontonando. Luego se volvio hacia la cama:
– Ultimamente, he pensado mucho en la Biblia -dijo, con lo que sorprendio a Brunetti, que sabia que su mujer no tenia nada de religiosa-. Eso de ojo por ojo. -El asintio y Paola prosiguio-: Antes me parecia una de las peores cosas que habia dicho aquel dios adusto, vengativo y sanguinario. -Se abrazo a los periodicos y desvio la mirada, buscando la manera de continuar. Luego volvio a mirar a su marido-: Pero ahora se me ocurre que quiza nos exhorte a todo lo contrario, que este diciendonos que hay un limite; que si perdemos un ojo no pidamos mas que un ojo, y que si un diente, un diente, no una mano ni -aqui hizo una pausa- un corazon. -Volvio a sonreir, se agacho y le dio un beso en la mejilla haciendo crujir los diarios.
Al enderezarse dijo:
– Voy a atarlos. ?El cordel esta en la cocina?
– Si.
Ella asintio y salio de la habitacion.
Brunetti se puso las gafas y siguio leyendo a Ciceron. Mas de una hora despues, sono el telefono, pero alguien contesto antes de que pudiera hacerlo el.
Espero un minuto, pero Paola no lo llamo. Volvio a la lectura; no tenia ganas de hablar por telefono con nadie.
A los pocos minutos entro Paola en el dormitorio.
– Guido, era Vianello -dijo.
Brunetti dejo el libro abierto cara abajo en la cama y miro a su mujer por encima de las gafas.
– ?Que hay?
– La condesa Lorenzoni -empezo Paola, que callo y cerro los ojos.
– ?Que?
– Se ha ahorcado.
Sin pensar en lo que decia, Brunetti suspiro:
– Ay, ese pobre hombre.
Donna Leon