ordenador un poco hacia la izquierda. Pero no encontro nada mas que decir.

– Puede llamar a su abogado si quiere, pero despues tendra que acompanarme.

Brunetti vio que el conde se rendia: el cambio fue tan evidente como el que habia marcado el principio de las mentiras, mentiras que Brunetti sabia que a partir de este momento ya no cesarian.

– ?Puedo despedirme de mi esposa? -pregunto.

– Si, por supuesto.

Sin una palabra mas, el conde dio la vuelta a la mesa, paso junto a Brunetti y salio de la habitacion.

Brunetti se acerco a la ventana que estaba detras de la mesa y contemplo los tejados. Esperaba que el conde hiciera lo mas honorable. Le habia dejado marchar, sin saber que otras armas podia haber en la casa. El conde se habia traicionado con su propia confesion, su esposa sabia que era un asesino, su reputacion y la de su familia pronto estaria destruida, y en la casa bien podia haber alguna arma. Si el conde era un hombre honorable, ahora haria lo mas honorable.

A pesar de todo, Brunetti sabia que no lo haria.

27

– Pero, ?que puede importar que reciba su castigo o no? -pregunto Paola tres noches despues, cuando la frenetica voracidad de la prensa que siguio al arresto del conde empezaba a remitir-. Su hijo ha muerto. Su sobrino ha muerto. Su mujer sabe que los mato el. Su reputacion esta destrozada. Es viejo y morira en la carcel. -Estaba sentada al borde de la cama, con un albornoz viejo de Brunetti y, encima, una gruesa chaqueta de punto-. ?Que mas quieres que le pase?

Brunetti leia en la cama, con las mantas subidas hasta el pecho, cuando ella le entro un tazon de te con mucha miel. Al darselo movio la cabeza de arriba abajo, dandole a entender que no habia olvidado echarle zumo de limon y un chorro de conac, y se sento a su lado.

Mientras el tomaba el primer sorbo de la infusion, Paola aparto los periodicos que estaban en el suelo, al lado de la cama. El conde la miraba desde la pagina cuatro, adonde habia sido postergada por un asesinato de la Mafia ocurrido en Palermo, el primero en varias semanas. Desde el arresto del conde, Brunetti no habia hablado de el, y Paola habia respetado su silencio. Pero ahora consideraba que habia llegado el momento de hacerle hablar, no porque a ella le gustara el tema de un padre que hace matar a su hijo, sino porque en otras ocasiones habia podido comprobar que hablar del caso ayudaba a Brunetti a superar la frustracion que le producia su desenlace.

Le pregunto que creia que le ocurriria al conde y, mientras el le explicaba las maniobras de los abogados -que ya eran tres- y lo que creia que ocurriria a continuacion, ella, de vez en cuando, le quitaba la taza de la mano y tomaba un sorbo de te. Brunetti no podia ocultar -y menos a Paola- su disgusto por la casi total certeza de que los dos asesinatos quedarian impunes y Lorenzoni seria acusado unicamente de transporte de sustancias prohibidas, porque ahora el conde afirmaba que era Maurizio quien habia planeado el secuestro.

Ya se habian movilizado las fuerzas de la prensa pagada, y todas las primeras planas del pais, para no hablar de lo que en Italia pasa por comentarios editoriales, peroraban sobre el triste destino de este noble, de este hombre noble, tan cruelmente enganado por una persona de su propia sangre, pues que mayor desgracia puede afligir a una persona que la de haber alimentado en el seno de la familia durante mas de una decada a una vibora semejante que, revolviendose, le habia saltado al corazon. Y, poco a poco, la opinion popular fue doblegandose ante el vendaval de palabras y la nocion de trafico en armamento nuclear fue diluyendose en el caudal de eufemismos que lo transmutaban en «trafico en sustancias ilegales», como si las letales bolitas, que eran lo bastante potentes como para borrar del mapa toda una ciudad, pudieran equipararse al caviar irani o a las figuritas de marfil. Un equipo provisto de contadores Geiger exploro la tumba provisional de Roberto, pero no se encontraron vestigios de contaminacion.

Los libros y archivos de las empresas Lorenzoni fueron embargados y un equipo de contables e informaticos de la policia los examinaron durante varios dias, a fin de localizar la expedicion que habia llevado el contenido de la maleta hasta el cliente que el conde aun decia no poder identificar. La unica consignacion sospechosa era la de diez mil jeringuillas de plastico que habian sido enviadas por barco de Venecia a Estambul dos semanas antes de la desaparicion de Roberto. La policia turca informo de que en los archivos de la empresa destinataria de Estambul constaba que las jeringuillas habian sido expedidas por carretera a Teheran, donde se perdia la pista.

– Lo hizo el -insistio Brunetti con la misma vehemencia en la voz y el sentimiento que tenia dias atras, cuando llevo al conde a la questura. Ya entonces, desde el primer momento, habia estado en desventaja, porque el conde solicito que la policia enviara una lancha: los Lorenzoni no van andando a ningun sitio, ni siquiera a la carcel. Cuando Brunetti se nego, el conde opto por llamar a un barco taxi, y el y el policia que lo habia arrestado llegaron a la questura media hora despues. Alli encontraron ya a la prensa aguardandolos. Nadie consiguio descubrir quien habia dado el aviso.

Desde el principio, el caso habia sido presentado apelando a la compasion, trufado de aquella sensibleria que tanto detestaba Brunetti en sus compatriotas. Al magico conjuro de la emocion barata, aparecieron fotos: Roberto en la fiesta de sus dieciocho anos, sentado al lado de su padre, rodeandole los hombros con el brazo; una foto de la condesa tomada hacia decadas, bailando con su marido, los dos muy guapos, con el esplendor de la juventud y la riqueza; hasta el pobre Maurizio salia en el periodico, andando por la Riva degli Schiavoni tres elocuentes pasos detras de su primo Roberto.

Frasetti y Mascarini se presentaron en la questura dos dias despues del arresto de Lorenzoni, acompanados por dos de los abogados del conde. Si, fue Maurizio quien los contrato; fue Maurizio quien planeo el secuestro y les dio las instrucciones. Insistieron en que Roberto habia muerto de causas naturales; fue Maurizio quien les ordeno que dispararan contra su primo muerto, para falsear la causa de la muerte. Y los dos exigieron que se les hiciera un reconocimiento medico completo, para determinar si se habian contaminado durante el tiempo pasado con su victima. Los resultados fueron negativos.

– Lo hizo el -repitio Brunetti recuperando el tazon y apurando el te. Se volvio para dejarlo en la mesita de noche, pero Paola se lo quito y lo sostuvo entre las manos para aprovechar su calor.

– Pues lo meteran en la carcel -dijo Paola.

– Eso es lo que menos me importa.

– ?Que es lo que te importa entonces?

Brunetti se hundio un poco en la cama y se subio la ropa hacia la barbilla.

– ?Te reiras si te digo que lo que me importa es la verdad? -pregunto.

Ella movio la cabeza negativamente.

– Claro que no me rio. Pero, ?servira de algo?

El le quito la taza, la dejo en la mesita de noche y le tomo las manos.

– A mi, si, creo.

– ?Por que? -pregunto ella, aunque probablemente ya lo sabia.

– Porque detesto ver a esa clase de gente, a la gente como el, que pasan por la vida sin tener que pagar por lo que hacen.

– ?No te parece que la muerte de su hijo y de su sobrino es ya un precio lo bastante alto?

– Paola, el envio a esos hombres a matar al muchacho, a secuestrarlo y luego matarlo. Y mato a su sobrino a sangre fria.

– Eso no lo sabes.

– No puedo probarlo, ni podre. -Movio la cabeza tristemente-. Pero me consta como si hubiera estado alli. - Paola no dijo nada y la conversacion ceso durante un minuto. Finalmente, Brunetti dijo-: El muchacho se iba a morir de todos modos, si. Pero piensa por lo que tuvo que pasar al final, el miedo, el no saber que iba a ser de el. Esto no podre perdonarselo.

– No eres tu quien debe perdonar, ?verdad, Guido? -pregunto ella, pero su voz era suave.

El sonrio y denego con la cabeza.

– No; no soy yo. Pero ya sabes lo que quiero decir. -Como Paola no respondiera, pregunto-: ?O no lo sabes?

Ella asintio y le oprimio la mano.

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