– Cosas radiactivas. Bueno, material, como se llame.
– Depende.
– ?De que?
– De la cantidad y de la sustancia.
– Dame un ejemplo -exigio Brunetti y, suavizando el tono imperioso de su voz, agrego-: Es importante.
– Si es la clase de material que nosotros usamos en radioterapia, se transporta en envases individuales.
– ?De que tamano?
– Del tamano de una maleta. Quiza no tanto, si es para una maquina o una dosificacion menor.
– ?Sabes algo de la otra clase?
– Hay muchas otras clases, Guido.
– Para bombas. Este chico habia estado en Bielorrusia.
No llegaba sonido alguno por el telefono, solo el silencio tecnicamente perfecto que deparaba la nueva red laser de Telecom, pero a Brunetti le parecia oir moverse los engranajes del cerebro de Sergio.
– Ah -suspiro su hermano al fin. Y luego-: Si el recipiente esta bien forrado de plomo, puede ser muy pequeno. Una cartera de mano o una maleta. Seria pesado, pero pequeno.
Esta vez el suspiro escapo de los labios de Brunetti.
– ?Eso bastaria?
– No se a que te refieres, Guido, pero si quieres decir si bastaria para una bomba, si. Seria mas que suficiente.
Poco podia anadir a esto ninguno de los dos. Finalmente, Sergio sugirio:
– Yo comprobaria con un contador Geiger el lugar donde lo encontraron. Y tambien el cuerpo.
– ?Sera posible? -pregunto Brunetti, y no tuvo necesidad de aclarar a que se referia.
– Yo diria que si. -En la voz de Sergio se mezclaban la seguridad del cientifico y la tristeza del hombre-. Los rusos no les dejaron otra cosa que vender.
– Pues que Dios nos asista a todos -dijo Brunetti.
26
Su trabajo habia acostumbrado a Brunetti al horror y a las multiples atrocidades que los humanos se infligen unos a otros y a su entorno, pero aun no se habia tropezado con algo como esto. La magnitud de los hechos que su conversacion con Sergio le habia revelado era inconcebible. Una cosa era el trafico de armas, incluso en gran escala -Brunetti comprendia que hubiera quienes vendian armas aun a sabiendas de que los compradores eran asesinos-; pero esto, si lo que el sospechaba -o temia- era cierto, excedia con mucho de cualquier crimen imaginable.
Brunetti no dudo ni un momento de que los Lorenzoni estuvieran involucrados en el transporte ilegal de material nuclear, ni que el material fuera a utilizarse en la construccion de armamento. Para fabricar aparatos de rayos X no seria, desde luego. Por otra parte, no podia creer que esto lo hubiera organizado el propio Roberto. Todo lo que habia podido averiguar sobre el muchacho indicaba falta de discernimiento y de iniciativa: el cerebro de una red de trafico de material nuclear no podia ser el.
?Quien mas idoneo para esta funcion que Maurizio, el sobrino brillante, el que hubiera podido ser el heredero ideal? Era un joven ambicioso, consciente de las posibilidades comerciales del nuevo milenio, de los vastos mercados y de las fuentes de aprovisionamiento del Este. El unico obstaculo que le impedia llevar las empresas Lorenzoni a nuevas conquistas era el zangano de Roberto, al que, por otra parte, se podia hacer ir y venir como un perro bien amaestrado.
La unica duda que tenia Brunetti era la medida en que el conde estaba involucrado en la operacion. Brunetti dudaba de que semejante actividad, que podia hacer peligrar todo el imperio Lorenzoni, se hubiera realizado sin su conocimiento y aprobacion. ?Habia decidido enviar a Bielorrusia a su hijo para que trajera la mortifera sustancia? ?Quien mejor y menos sospechoso que un playboy amigo de putas que cobraban con tarjeta de credito? Con lo que gastaba en champana, ?a alguien se le ocurriria ver que llevaba en la maleta? ?Quien registra el equipaje de un idiota?
Brunetti estaba casi seguro de que Roberto ignoraba lo que llevaba. Asi se lo daba a entender la imagen que se habia hecho del muchacho. Pero, ?como se habia producido la exposicion a la mortifera emanacion del material?
Brunetti trato de imaginarse a aquel muchacho al que nunca habia visto, lo situo en un hotel de superlujo, despues de que las putas se fueran a su casa, solo en la habitacion, con la maleta que tenia que llevar a Italia. Si habia fugas, no se habria enterado, no notaria mas que aquellos sintomas extranos que lo habian llevado de medico en medico.
Seguramente, el chico habria hablado de ello no con su padre sino con su primo, el companero de su infancia y adolescencia. Y Maurizio inmediatamente habria deducido lo ocurrido y reconocido en los sintomas lo que eran: la sentencia de muerte de Roberto.
Brunetti se quedo mucho rato sentado ante su escritorio, con la mirada fija en la puerta del despacho, pensando en la rectitud moral y empezando a comprender las relaciones entre la verdad y la falsedad y las consecuencias de una y otra. Lo que no comprendia aun era como el conde se habia enterado de la operacion.
Ciceron exhortaba a dominar las pasiones. Brunetti sabia que, si alguien asesinara a sangre fria a Raffi, su hijo, el no podria dominar las pasiones y seria feroz, implacable, despiadado, que el policia quedaria anulado por el padre, que perseguiria a los asesinos hasta destruirlos. El buscaria la venganza a toda costa. Ciceron no hacia excepciones a sus reglas sobre la rectitud moral, pero sin duda un crimen semejante tenia que liberar a un padre del precepto de ser considerado y comprensivo otorgandole el humano derecho a vengar la muerte de su hijo.
Asi meditaba Brunetti mientras el sol se ponia, llevandose consigo la poca luz que se filtraba en su despacho. La habitacion estaba ya casi completamente a oscuras cuando encendio la luz. Volvio a la mesa, saco la carpeta del cajon de abajo y volvio a leer todo el expediente, muy despacio. No tomaba notas, solo levantaba la cabeza de vez en cuando para mirar las oscuras ventanas, como si en ellas pudiera ver reflejados los nuevos esquemas que iban trazandose durante la lectura. Tardo media hora en leerlo todo y, cuando hubo terminado, volvio a guardar la carpeta en el cajon y lo cerro suavemente, con la mano, no con el pie. Luego salio de la
La criada que abrio la puerta dijo que el conde no recibia visitas. Brunetti le pidio que lo anunciara. Cuando la mujer volvio, con gesto de irritacion por esta intrusion en el luto de la familia, dijo que el conde habia repetido las instrucciones: no recibia visitas.
Brunetti primero pidio y despues ordeno a la criada que llevara el mensaje de que habia descubierto informacion importante sobre el asesinato de Roberto y deseaba hablar con el conde antes de reabrir la investigacion oficial de su muerte, proceso que, si el conde insistia en su negativa a hablar con el, se iniciaria a la manana siguiente.
Tal como esperaba, esta vez, al volver, la criada le dijo que la siguiera y, cual Ariadna sin hilo, lo condujo por escaleras y corredores hasta una parte nueva del
El conde estaba solo en un despacho, quiza el de Maurizio, porque habia varios terminales de ordenador, una fotocopiadora y cuatro telefonos. Las mesas de plastico claro en las que estaban los aparatos desentonaban de las cortinas de terciopelo, de las ventanas ojivales y del panorama de tejados que se extendia al otro lado.
El conde estaba detras de una de las mesas, con un terminal de ordenador a su izquierda. Al entrar Brunetti, alzo la mirada y, sin molestarse en levantarse ni en ofrecerle asiento, pregunto:
– ?Que ocurre?
– He venido para hablar con usted de una nueva informacion -respondio Brunetti.
El conde estaba muy erguido, con las manos sobre la mesa.
– No puede haber nueva informacion. Mi hijo ha muerto. Mi sobrino lo mato. Ahora tambien esta muerto.