Despues de eso, no hay mas. No quiero saber mas.
Brunetti lo miro largamente, sin ocultar el escepticismo ante lo que acababa de oir.
– La informacion que ahora tengo puede aclarar las causas de todo lo ocurrido.
– No me importan las causas -replico el conde-. Para mi y para mi esposa, lo que importa es que ha ocurrido. No quiero tener nada mas que ver con ello.
– Me temo que eso ya no sea posible -dijo Brunetti.
– ?Como que no sera posible?
– Hay pruebas de que estaba en marcha algo mucho mas complicado que un secuestro.
El conde, recordando de pronto sus deberes de anfitrion, indico a Brunetti que tomara asiento y apago el ordenador, extinguiendo su suave zumbido. Luego pregunto:
– ?Que informacion?
– Su empresa, o empresas, tienen relaciones con paises de Europa del Este.
– ?Es pregunta o afirmacion? -inquirio el conde.
– Creo que es una cosa y la otra. Se que tienen ustedes relaciones, pero ignoro el alcance. -Brunetti espero un momento, justo hasta que el conde fue a hablar y agrego-: Y la clase de relaciones que puedan ser.
–
– Brunetti.
–
– Hemos averiguado muchas cosas sobre sus actividades alli, si, pero yo he descubierto algo mas, algo que no figuraba en la informacion que usted y su sobrino nos facilitaron.
– ?Y de que se trata? -pregunto el conde, desmintiendo con la indiferencia del tono cualquier interes que denotara la pregunta por lo que pudiera tener que decir este policia.
– Se trata de trafico de armamento nuclear -dijo Brunetti pausadamente, y no fue sino al oir sus propias palabras cuando se dio cuenta de lo fragiles que eran sus pruebas y lo impulsivo que habia sido al cruzar media ciudad para venir a encararse con este hombre. Sergio no era medico, Brunetti no se habia preocupado de hacer buscar senales de radiactividad en los restos de Roberto ni en el lugar en el que habian sido hallados, ni habia tratado de informarse sobre las transacciones de los Lorenzoni en el Este. No; el habia venido corriendo a darse aires de policia sagaz delante de este hombre, con el impetu irreflexivo con que sale corriendo un nino al oir la campanilla del carro de los helados.
El conde levanto el menton, apreto los labios y se dispuso a hablar, pero entonces desvio la mirada, de la cara de Brunetti a la izquierda, hacia la puerta de la habitacion en la que, repentina y calladamente, habia aparecido su esposa. Se levanto y fue hacia ella. Tambien Brunetti se puso en pie respetuosamente, pero, al mirar mas detenidamente a la mujer que estaba en la puerta, empezo a dudar de que fuera realmente la condesa aquella anciana encorvada y fragil que asia el baston con una mano que parecia una garra. Brunetti observo que tenia los ojos empanados, como si el dolor se los hubiera velado con una nube de humo.
– ?Ludovico? -dijo ella con voz tremula.
– ?Si, carino? -Su marido la tomo del brazo haciendole dar unos pasos hacia el interior de la habitacion.
– ?Ludovico? -repitio la mujer.
– ?Que quieres, carino? -pregunto el, inclinandose mas de lo habitual ahora que ella parecia haberse encogido tanto.
La condesa se paro, puso las dos manos en el puno del baston y miro a su marido, desvio la mirada y volvio a mirarlo.
– Se me ha olvidado -dijo, y empezo a sonreir, pero tambien esto se le olvido. De pronto, cambio de expresion y miro a su marido como si fuera una presencia extrana y siniestra. Extendio el brazo con la palma de la mano hacia el, como para protegerse de un golpe. Pero entonces parecio olvidarlo tambien, dio media vuelta y, tanteando el suelo con el baston, salio de la habitacion. Los dos hombres oyeron repicar el baston pasillo adelante y cerrarse una puerta, y entonces se supieron otra vez a solas.
El conde volvio a su sillon detras del escritorio, pero, cuando se sento y miro a Brunetti, parecia que la condesa, de algun modo, habia conseguido contagiarle su decrepitud. Ahora tenia los ojos mas apagados y la boca menos firme que antes de que ella entrara.
– Ella lo sabe todo -dijo con voz ronca de desesperacion-. Pero usted, ?como lo ha descubierto? -Su tono era tan fatigado como el de su esposa.
Brunetti volvio a sentarse y rechazo la pregunta con un ademan.
– No importa.
– Eso mismo le he dicho yo. -Al ver la expresion interrogativa de Brunetti, el conde explico-: Ya nada importa.
– Por que murio Roberto importa -dijo el comisario. La unica respuesta que el conde dio fue la de encoger un hombro, pero Brunetti insistio-: Importa encontrar a quien lo hizo.
– Usted ya sabe quien lo hizo -dijo el conde.
– Si; se quien los envio. Lo sabemos los dos. Pero quiero encerrarlos -dijo Brunetti levantandose a medias y sorprendiendose a si mismo por aquella vehemencia que no habia podido reprimir-. Quiero sus nombres. -Otra vez el tono agresivo. Se dejo caer en el asiento y bajo la cabeza, violento por su furor.
– Paolo Frasetti y Elvio Mascarini -dijo el conde sencillamente.
En el primer momento, Brunetti no sabia que era lo que estaba oyendo y, cuando lo entendio, no podia creerlo; y, cuando lo creyo, todo el esquema de los asesinatos Lorenzoni que habia empezado a dibujarse con el descubrimiento de aquellos maltratados huesos en una zanja, volvio a modificarse tomando una forma nueva, mucho mas horrenda que los descompuestos restos de su hijo. Brunetti reacciono instantaneamente y, en lugar de mirar al conde con asombro, saco el bloc del bolsillo interior de la chaqueta y anoto los nombres.
– ?Donde podemos encontrarlos? -Se esforzo para que su voz fuera serena, perfectamente natural, mientras pensaba rapidamente en todas las preguntas que tenia que hacer antes de que el conde se diera cuenta de lo fatal que habia sido para el aquella mala interpretacion.
– Frasetti vive cerca de Santa Marta. El otro, no se.
Brunetti, con las emociones y la expresion facial ya bajo control, miro al conde.
– ?Como los encontro?
– Me hicieron un trabajo hace cuatro anos, y volvi a llamarlos.
No era el momento de preguntar por el otro trabajo; solo interesaba el secuestro, Roberto.
– ?Cuando se entero usted de que estaba contaminado? -No podia haber otra razon.
– Poco despues de que regresara de Bielorrusia.
– ?Como ocurrio?
El conde enlazo los dedos ante si y los miro.
– En un hotel. Llovia y Roberto no queria salir. No entendia la television, todos los programas eran en ruso o en aleman. Y aquel hotel no podia, o no queria, encontrarle a una mujer. Entonces, sin nada que hacer, se puso a pensar en el motivo del viaje. -Miro a Brunetti-. ?Es necesario que le cuente todo esto?
– Creo que debo saberlo.
El conde asintio, pero no para aceptar lo que decia Brunetti. Carraspeo y prosiguio:
– Dijo, esto se lo conto despues a Maurizio, dijo que habia sentido curiosidad de por que le habiamos hecho cruzar media Europa para traer una maleta, y decidio ver que contenia. Pensaba que podia ser oro o piedras preciosas. Por como pesaba. -Hizo una pausa-. Estaba forrada de plomo. -Volvio a callar y Brunetti se pregunto como hacerle continuar.
– ?Pensaba robarlas? -pregunto.
El conde levanto la mirada.
– Oh, no; Roberto nunca hubiera robado, y mucho menos a mi.
– ?Por que entonces?
– Curiosidad. Y celos, supongo, porque pensaria que yo me fiaba de Maurizio mas que de el, y la prueba era que Maurizio conocia el contenido de la maleta y el, no.
– ?Y abrio la maleta?