El conde asintio.

– Dijo que utilizo un abrelatas del hotel, que era del tipo anticuado, con la punta triangular, como los que usabamos antes para abrir las latas de cerveza.

Brunetti asintio.

– Si no lo hubiera tenido en la habitacion, no hubiera podido abrir la maleta, y no hubiera pasado nada. Pero aquello era Bielorrusia, y los abrelatas que tienen alli son de estos. Asi que forzo la cerradura y abrio la maleta.

– ?Y dentro que habia?

El conde lo miro sorprendido.

– Usted acaba de decirmelo.

– Eso ya lo se, pero quiero que me diga como lo enviaban. Que forma le habian dado.

– Perlas azules. Una especie de cagaditas de conejo pero mas pequenas. -El conde levanto la mano derecha separando ligeramente el indice y el pulgar para indicar el tamano y repitio-. Cagaditas de conejo.

Brunetti no dijo nada; la experiencia le habia ensenado que hay un momento en el que no se debe apremiar a la gente, hay que dejar que vayan a su ritmo, porque, si no, sencillamente, se paran.

Finalmente, el conde siguio hablando:

– Despues cerro la maleta, pero la habia tenido abierta el tiempo suficiente. -No era necesario que el conde especificara suficiente para que. Brunetti habia leido los efectos que habia tenido aquella exposicion.

– ?Cuando se enteraron de que habia abierto la maleta?

– Cuando nuestro comprador recibio el material. Me llamo para decirme que la cerradura habia sido forzada. Pero eso no fue hasta casi dos semanas despues. El envio se hizo por barco.

Brunetti dejo pasar esto por el momento.

– ?Y cuando empezaron los problemas?

– ?Problemas?

– Los sintomas.

El conde asintio.

– Ah. -Hizo una pausa-. Al cabo de una semana. Al principio, crei que era una gripe o algo por el estilo. Todavia no habiamos hablado con el comprador. Pero luego empeoro. Y entonces me entere de que la maleta habia sido abierta. Solo habia una explicacion.

– ?Usted se lo pregunto?

– No, no. No era necesario.

– ?El lo dijo a alguien?

– Si; lo dijo a Maurizio, pero cuando ya estaba muy mal.

– ?Y entonces?

El conde se miro las manos, midio una pequena distancia entre el indice y el pulgar de la derecha, como para indicar otra vez el tamano de las bolitas que habian matado a su hijo, o que habian sido la causa de que mataran a su hijo. Levanto la mirada.

– Entonces decidi lo que habia que hacer, y llame a esos hombres, Frasetti y Mascarini.

– ?De quien fue la idea de como hacerlo?

El conde desecho la pregunta por intrascendente.

– Yo les dije lo que tenian que hacer. Pero lo importante era que mi esposa no sufriera. Si ella se hubiera enterado de lo que hacia Roberto, de lo que habia provocado su muerte… no se lo que hubiera sido de ella. -Miro a Brunetti y luego se miro las manos-. Pero ahora ya lo sabe.

– ?Como se ha enterado?

– Me vio con Maurizio.

Brunetti penso en la encorvada mujer-gorrion, en sus manos pequenas aferradas al puno del baston. El conde queria ahorrarle sufrimientos, ahorrarle la verguenza. Ah, si.

– ?Y el secuestro? ?Por que no enviaron mas cartas?

– El murio -dijo el conde con voz opaca.

– ?Roberto? ?Murio?

– Eso me dijeron.

Brunetti asintio, como si lo comprendiera, como si siguiera sin dificultad la tortuosa senda por la que lo llevaba el conde.

– ?Y entonces?

– Entonces les dije que tenian que dispararle, para que pareciera que habia muerto de un disparo. -Mientras el conde iba explicando estas cosas, Brunetti empezaba a comprender que aquel hombre estaba convencido de que todo lo que se habia hecho era lo mas logico y correcto. No habia duda en su voz, ni incertidumbre.

– ?Por que lo enterraron alli, cerca de Belluno?

– Uno de esos hombres tiene una cabana en los bosques, para la temporada de caza. Llevaron alli a Roberto y, cuando murio, les dije que lo enterraran alli mismo. -La expresion del conde se suavizo momentaneamente-. Pero les dije que lo enterraran a flor de tierra, con el anillo. -Al ver la extraneza de Brunetti, explico-: Para que se encontrara su cuerpo. Por su madre. Ella tenia que saberlo. Yo no podia dejarla en la incertidumbre de si su hijo vivia o no. Eso la hubiera matado.

– Comprendo -susurro Brunetti-. ?Y Maurizio?

El conde ladeo la cabeza, recordando quiza al otro muchacho, tambien muerto.

– El no sabia nada. Pero, cuando todo volvio a empezar, y llego usted haciendo preguntas… pues tambien el se puso a hacer preguntas sobre Roberto y el secuestro. Queria ir a contarlo a la policia. -El conde meneo la cabeza al pensar en la debilidad y el atolondramiento del muchacho-. Pero entonces mi esposa se hubiera enterado. Si el iba a la policia, ella se enteraria de lo sucedido.

– ?Y eso usted no podia permitirlo? -pregunto Brunetti con voz atona.

– Naturalmente que no. Hubiera sido demasiado para ella.

– Comprendo.

El conde alargo una mano hacia Brunetti, la misma que habia indicado el tamano de las bolitas de radio, de plutonio, o de uranio.

Si entonces el conde hubiera girado un mando y ajustado el contraste de una pantalla de television, o eliminado de pronto los parasitos de una recepcion radiofonica, no hubiera podido ser mas perceptible el cambio, porque fue en este momento cuando empezo a mentir. No vario su voz al pasar de describir su ansiedad por el sufrimiento de su esposa a lo que explico a continuacion, pero la alteracion fue tan audible y evidente para Brunetti como si de pronto el conde se hubiera subido a la mesa y empezado a arrancarse la ropa.

– Aquella noche, Maurizio vino a verme y me dijo que sabia lo que yo habia hecho. Me amenazo. Con la escopeta. -El conde no pudo evitar mirar a Brunetti para ver como lo tomaba, pero el comisario no dejo traslucir que se habia dado cuenta de que mentia.

– Entro con la escopeta en la mano -prosiguio el conde-. Y me apunto. Me dijo que pensaba ir a la policia. Yo trate de razonar con el, pero se me acerco y me puso el canon en la cara. Y entonces debi de perder la nocion de las cosas, porque no recuerdo que paso. Solo que la escopeta se disparo.

Brunetti asintio, pero su senal de asentimiento se referia a su conviccion de que todo lo que el conde dijera a partir de ahora seria mentira.

– ?Y su cliente? -pregunto-. La persona que compro el material.

La vacilacion del conde fue infinitesimal.

– Maurizio era el unico que sabia quien era. El se encargaba de todo.

Brunetti se puso en pie.

– Creo que es suficiente, signore. Puede llamar a su abogado, si lo desea, porque tiene usted que venir conmigo a la questura.

La sorpresa del conde fue evidente.

– ?Por que a la questura?

– Porque yo lo arresto, Ludovico Lorenzoni, por el asesinato de su hijo y el asesinato de su sobrino.

La confusion que se reflejo en la cara del conde no podia ser mas autentica.

– Roberto murio de causas naturales, ya se lo he dicho. Y Maurizio trataba de asesinarme. -Se levanto, pero permanecio detras de la mesa. Bajo una mano, paso un papel de un lado al otro, y empujo el teclado del

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