– Deseo hablar con la persona que este al mando.

– ?Y usted quien es? -pregunto el chico. Brunetti lo miro filamente y no contesto. El muchacho no parpadeo ni retrocedio cuando Brunetti dio un pequeno paso adelante. Vestia el uniforme reglamentario: chaqueta y pantalon azul marino, camisa blanca y corbata, y ostentaba dos galones dorados en la bocamanga. Ante el silencio de Brunetti, el chico hizo oscilar el peso del cuerpo de un pie al otro y se puso las manos en las caderas. Miraba a Brunetti sin pestanear, resistiendose a repetir la pregunta.

– ?Como se llama el que esta al mando de esto? -pregunto Brunetti como si el otro no hubiera dicho nada. Y agrego-: No es el nombre lo que quiero, sino el grado.

– Comandante -respondio el chico, sorprendido. -Ah, que formidable -dijo Brunetti. No sabia si le ofendia la actitud de aquel chico porque atentaba contra su principio de que los jovenes deben ser respetuosos con los mayores o, simplemente, le irritaba su arrogante beligerancia. Dirigiendose a Vianello, dijo-: Inspector, tomele el nombre -y fue hacia la escalera del palazzo.

Subio los cinco peldanos y empujo la puerta. El vestibulo tenia suelo de maderas de colores diferentes que formaban un dibujo de enormes diamantes. El roce de muchas botas habia marcado en el una senda en direccion a una puerta situada en la pared del fondo. Brunetti cruzo aquel espacio que, sorprendentemente, estaba vacio, y abrio la puerta. Un corredor conducia a la parte posterior del edificio. Sus paredes estaban cubiertas por lo que Brunetti supuso que serian banderas de regimientos. Algunas tenian bordado el Leon de san Marcos y otras, animales varios, a cual mas agresivo, que ensenaban los dientes, sacaban las zarpas o erizaban el pelo.

La primera puerta de la derecha tenia solo un numero encima del dintel, lo mismo que la segunda y la tercera. Cuando Brunetti pasaba por delante de esta ultima, salio por ella un muchacho que no tendria mas de quince anos. El chico miro con gesto de sorpresa a Brunetti, que movio la cabeza de arriba abajo con calma y pregunto:

– ?Donde esta el despacho del comandante? Su tono o su actitud suscitaron un reflejo pavloviano en el chico, que se cuadro y saludo:

– Primer piso, senor. Tercera puerta a la izquierda. Brunetti, reprimiendo el impulso de decir: «?Descanse!», se dirigio hacia la escalera con un neutro: -Gracias.

En el primer piso, siguiendo las indicaciones del chico, fue hasta la tercera puerta de la izquierda. Comandante Giulio Bembo, se leia en un rotulo situado en la pared, junto al marco.

Brunetti llamo con los nudillos, espero la respuesta y volvio a llamar. Con intencion de aprovecharse de la ausencia del comandante para echar un vistazo al despacho, hizo girar el picaporte y entro. Seria dificil decir quien fue el mas sorprendido, si Brunetti o el hombre que estaba delante de una de las ventanas, con un fajo de papeles en la mano.

– Oh, disculpe -dijo Brunetti-. Un estudiante me ha dicho que subiera y que le esperase en su despacho. No crei que estuviese usted aqui. -Fue hacia la puerta y luego dio media vuelta, como si no supiera si salir o quedarse.

El hombre estaba de cara a Brunetti y de espaldas a la ventana, por lo que, a contraluz, e? comisario casi no podia apreciar su aspecto. Veia, si, que el uniforme que vestia era diferente del de los chicos, mas claro y sin raya lateral en el pantalon, y que las hileras de medallas que llevaba en el pecho median mas de un palmo de ancho.

El hombre dejo los papeles en la mesa, sin hacer ademan de acercarse a Brunetti.

– ?Y usted es…? -pregunto, y consiguio dar la impresion de que le aburria la pregunta.

– El comisario Guido Brunetti, signore. He sido enviado a investigar el caso de una muerte ocurrida aqui. -Eso no se ajustaba exactamente a la verdad, ya que Brunetti se habia enviado a si mismo a investigar, pero no veia por que tenia que saberlo el comandante. Se adelanto extendiendo la mano con naturalidad, como si fuera tan obtuso que no se hubiera dado cuenta de la frialdad que emanaba del otro hombre.

Tras una pausa, calibrada para dejar claro quien mandaba alli, Bembo dio un paso adelante y extendio la mano. Su apreton era firme pero daba la impresion de que el comandante reprimia parte de su fuerza por consideracion a la mano de Brunetti.

– Ah, si -dijo Bembo-, un comisario. -Hizo una pausa, para subrayar el concepto y prosiguio-: Me sorprende que mi amigo, el vicequestore Patta, no me haya llamado para avisarme de su visita.

Brunetti se pregunto si la alusion a su superior que, segun su costumbre, no llegaria al despacho por lo menos hasta dentro de una hora, tenia la finalidad de hacerle bajar la cerviz con humildad al tiempo que prometia a Bembo hacer cuanto estuviera en su mano para evitarle molestias durante la investigacion.

– Estoy seguro de que no dejara de llamarle tan pronto como yo le presente mi informe preliminar, comandante -dijo Brunetti.

– Desde luego -dijo Bembo, dando la vuelta a la mesa para sentarse en su sillon. Agito una mano en lo que sin duda queria ser un ademan cortes en direccion a Brunetti, que se sento. El comisario tenia interes por averiguar lo deseoso que estaba Bembo de que se empezara la investigacion. Por la forma en que el comandante ordenaba los pequenos objetos de encima de la mesa y reunia y apilaba cuidadosamente los papeles, no parecia que lo consumiera la prisa.

Brunetti callaba.

– Todo esto es muy lamentable -dijo finalmente Bembo.

Brunetti considero que lo mas apropiado seria asentir.

– Es la primera vez que tenemos un suicidio en la academia -prosiguio Bembo.

– Si; debe de ser un trauma. ?Cuantos anos tenia ese muchacho? -pregunto Brunetti. Saco una libretita del bolsillo de la chaqueta, busco una pagina en blanco y doblo las tapas. Entonces se palpo los bolsillos y, con una timida sonrisa, alargo el brazo hacia un lapiz que estaba en la mesa del comandante-. ?Me permite?

Bembo no se digno darse por enterado de la peticion.

– Diecisiete, me parece -dijo.

– ?Y se llamaba…?

– Ernesto Moro -respondio Bembo.

F.l gesto de sorpresa de Brunetti al oir uno de los apellidos mas conocidos de la ciudad fue totalmente involuntario.

– Si -dijo Bembo-; el hijo de Fernando.

Antes de retirarse de la vida politica, el dottor Fernando Moro habia sido parlamentario durante varios anos, uno de los pocos respecto al que todos estaban de acuerdo en reconocer que habia desempenado el cargo honorablemente. Los chismosos de Venecia decian que Moro pasaba de comision en comision porque su honradez era un incordio para sus companeros: tan pronto como se mostraba insensible a las tentaciones del dinero y del poder, sus incredulos colegas del Parlamento se servian de cualquier pretexto para trasladarlo. A menudo se citaba su trayectoria como prueba de la supervivencia de la esperanza a despecho de la experiencia, porque, cuando el presidente de una comision lo encontraba entre sus componentes, estaba seguro de que esta vez podria inducirlo a apoyar politicas destinadas a llenar los bolsillos de unos pocos a expensas de muchos.

Pero, al parecer, en tres anos ninguno consiguio corromper a Moro. Y entonces, subitamente, dos anos atras, Moro renuncio a su escano del Parlamento y volvio al ejercicio de la medicina en su consultorio particular.

– ?Ha sido informado? -pregunto Brunetti. -?Quien? -Bembo parecia sorprendido por la pregunta.

– Su padre.

Bembo movio negativamente la cabeza.

– No lo se. ?No incumbe eso a la policia?

Brunetti, haciendo un esfuerzo para dominar la irritacion, miro el reloj y pregunto:

– ?Cuanto hace que se encontro el cadaver? -Aunque trataba de hablar en un tono neutro, no pudo evitar una nota de reproche.

Bembo se incomodo.

– Esta manana.

– ?A que hora?

– No lo se. Poco antes de que se avisara a la policia.

– ?Cuanto tiempo antes?

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