mano.

– No lo se, pero llegara en cualquier momento -dijo.

Berit rompio a llorar.

– ?Mama, llegara en cualquier momento!

– Si, llegara en cualquier momento -dijo ella, e intento esbozar una sonrisa, pero todo quedo en una mueca-. Es que me enfurece que no diga nada. Las patatas van a echarse a perder.

– ?Por que no cenamos?

De repente, se enfado irracionalmente. ?Habia interpretado las palabras de Justus como una especie de deslealtad o era una premonicion de que algo horrible habia sucedido?

Se sentaron a la mesa de la cocina. Harry habia regresado al jardin con su tractor y Berit penso en retomar el hilo de la conversacion sobre quitar nieve, pero guardo silencio al ver la expresion del chico.

Las patatas estaban pastosas y los trozos de carne estaban tiernos pero templados. Justus puso la mesa en silencio. Ella siguio con la mirada sus movimientos mecanicos. Los vaqueros dos tallas mayores colgaban alrededor de sus delgadas piernas y su inexistente trasero. Durante el otono habia cambiado, poco a poco, de forma de vestir y de gustos musicales; del pop ingles, que Berit apreciaba, habia pasado a la desordenada y afilada musica rap que a los oidos de ella sonaba sencillamente agresiva. El estilo de ropa habia cambiado al ritmo de la musica.

Miro el reloj de pared. Las nueve. Entonces supo que seria una noche larga. Muy larga.

2

Observo a la conductora del autobus. No cabia duda de que conducia dando bandazos. Muy cerca del coche que la precedia, aceleraba demasiado rapido y tenia que frenar con brusquedad.

– Tias -murmuro disgustado.

El autobus estaba medio lleno. Delante de el habia un inmigrante. Seguro que irani o curdo. A veces parecia que la mitad del barrio estaba habitado por cabezas negras. Tres asientos mas alla se sentaba Gunilla. Sonrio para si al ver su cuello. Habia sido una de las mas guapas, con su cabello rubio, largo y rizado y unos ojos que brillaban bajo el flequillo. Le daban un aire de hada, sobre todo cuando sonreia. Ahora la melena habia perdido su brillo original.

El autobus entro demasiado rapido en la rotonda y el frenazo provoco que un pasajero que se habia situado junto a la puerta saliera volando hacia delante. Su bolso golpeo a Gunilla en la cabeza y esta se dio la vuelta. «No ha cambiado, pero…», considero al ver su expresion de sobresalto pero tambien de indignacion. ?Cuantas veces la habia visto asi, el cuerpo girado y el rostro inclinado hacia atras? En aquel tiempo habia algo indolente y travieso en su expresion, como si lanzara una invitacion a su observador, pero a Vincent nunca lo habia invitado a nada. A el apenas lo habia mirado.

– A nada de nada -murmuro.

Se sintio mal. «?Bajate, no quiero verte mas!» El irani delante de el tenia caspa. El autobus continuo dando bandazos. Gunilla estaba mas gorda. La pereza habia dado paso a un profundo cansancio.

«?Bajate!» Vincent Hahn clavo la mirada en el cuello de ella. Tuvo una idea cuando el autobus paso por lo que en su infancia fue el desguace de Uno Latnz y que hoy en dia era una moderna oficina. «Que locura, que jodida locura -penso-, pero tiene que dar un gusto de cojones.»

Solto una carcajada. El irani se dio la vuelta y sonrio.

– Tienes caspa -dijo Vincent.

El irani asintio y su sonrisa se hizo mas amplia.

– Caspa -repitio Vincent elevando aun mas la voz.

Gunilla, al igual que un punado de pasajeros, se dio la vuelta. Vincent agacho la cabeza. Sudaba. Se apeo en el cafe y permanecio inmovil en la acera. El autobus continuo calle Kungsgatan arriba. Miro sus pies. Siempre se bajaba antes de tiempo. «Pobres pies -penso-, pobres pies y pobrecito de mi.»

Los pies lo condujeron calle Bangardgatan abajo hasta el rio y luego hasta el puente Ny. Alli se quedo parado con los brazos colgandole con indolencia. Solo se movian sus ojos. Todos parecian tener prisa. Vincent Hahn era el unico que estaba quieto. Miro de hito en hito el agua negra. Era el 17 de diciembre de 2001. «?Que frio!», penso, y el sudor de su espalda se congelo.

– Pobres talibanes -dijo en alto-. Pobres todos.

El trafico a sus espaldas se habia intensificado. Cada vez pasaba mas gente por el puente. Levanto la cabeza y miro hacia el cine Spegeln. Una multitud se habia congregado en la calle. ?Se trataba de una protesta o de un accidente? Una mujer rio con estridencia. Se trataba de algo tan sencillo como el pase de una pelicula de moda. Risas. El movimiento de la gente a lo largo de la calle se asemejaba a una manifestacion de risas.

El reloj de la catedral marco las seis y el comprobo el de su muneca. Vincent sonrio triunfante hacia la aguja de la iglesia. El reloj de la iglesia se adelantaba quince segundos. El frio y la brisa del rio lo empujaron a cruzar la calle y buscar cobijo en la plaza Stora.

– Estaba tan mal que no me atrevi… -oyo decir a una persona con la que se cruzo, y se dio la vuelta ansioso. Le hubiera gustado tanto oir el resto. «?Que era lo que estaba tan mal?», se pregunto.

Se detuvo, se fijo en quien el creia que habia pronunciado las palabras. «Dentro de poco sera peor -tuvo ganas de gritar-, mucho peor.»

3

Ola Haver escuchaba a su mujer con una alegre sonrisa.

– ?De que te ries?

– De nada -respondio Haver a la defensiva.

Rebecka Haver resoplo.

– Sigue, quiero oirlo -dijo el, y alargo la mano tras el salero.

Ella le lanzo una mirada para decidir si proseguia con la reflexion sobre su situacion laboral.

– Este tipo es un peligro para la salud publica -dijo, y senalo la fotografia del periodico de la Administracion Provincial de Servicios Publicos.

– Estas exagerando un poco.

Rebecka nego con la cabeza mientras senalaba de nuevo la jeta barbuda del politico provincial. «No me gustaria estar al otro lado de ese dedo», penso Haver.

– Se trata de los ancianos, los desprotegidos de la sociedad, los que no se atreven a hacerse oir ni pueden hacerlo.

Ya lo habia oido antes y comenzaba a estar cansado de sus repeticiones. Se echo mas sal.

– La sal no es buena -advirtio Rebecka.

La miro, dejo el salero, cogio la cuchara y comio en silencio el resto del huevo duro demasiado cocido.

Haver se puso en pie, recogio la mesa y coloco la taza de cafe, el plato y la huevera en el lavaplatos, seco apresurado la encimera y apago la luz que habia sobre la cocina. Despues de estos rutinarios quehaceres solia mirar el termometro, pero esa manana se quedo parado en medio de la cocina. Algo le impedia dirigirse a la ventana, como si una mano invisible lo retuviera. Rebecka levanto la mirada al instante, pero retorno de inmediato a su lectura. Entonces el lo supo. Despues de mirar el termometro solia inclinarse sobre su mujer, besarla en la frente y decirle algo acerca de lo mucho que la queria. Las mananas en las que desayunaban juntos eran siempre iguales.

Esta vez dudo o, mejor dicho, fue su cuerpo el que dudo, el que se nego a dar los dos pasos hacia la ventana. Este descubrimiento le sorprendio.

Rebecka habia acabado de leer y lo observaba con una especie de celo profesional, ejercitado durante los muchos anos de trabajo en el hospital. El hizo un ademan de cerrar la puerta del lavaplatos, pero ya estaba cerrada.

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