don. Podia haber corrido salvaje a veces, pero la sangre de sus padres corria profundamente en sus venas. Tenia mucho orgullo y dignidad, y se envolvio en ambos como en una capa.

– No tengo necesidad de nada de lo que el don ha ofrecido. Me abri paso hasta el palazzo sola, y ciertamente puedo encontrar mi camino de vuelta. En cuanto a la ropa, por favor ocupese de que la reciban los que la necesiten. -Mantuvo la mirada de Sarina firmemente, en cada pedazo tan orgullosa como el don-. Estoy lista.

– Signorina… -El corazon de Sarina claramente se lamentaba por la joven.

La barbilla de Isabella se alzo mas alto.

– No hay mas que decir, signora. Le agradezco su amabilidad para conmigo, pero debo obedecer las ordenes de su don y partir inmediatamente. -Tenia que marcharse inmediatamente o podria humillarse a si misma estallando en lagrimas. Habia conseguir la promesa de Don DeMarco de salvar a su hermano, y esa, despues de todo, era la unica razon por la que habia venido. No pensaria en nada mas.

Ni en sus amplios hombros. Ni en la intensidad de su mirada ambar. Ni en el sonido de su voz. No pensaria en el como hombre. Isabella miro hacia la puerta, sus rasgos serenos y decididos.

Sarina abrio la puerta, e Isabella la atraveso. Al momento el frio la golpeo, penetrante, profundo y antinatural. Alli estaba de nuevo… esa sensacion de algo maligno observandola, esta vez con satisfecho triunfo. Su corazon empezo a palpitar. El odio era tan fuerte, tan espeso el aire, que le robo el aliento. Sintio el puso de esta desagradable presencia.

Pero Isabella no podia preocuparse mas por lo de vivir con algo malvado en el castello. Si el don y su gente no sabian o se preocupaban por lo que moraba dentro de sus paredes, no era asunto suyo. Sin mirar ni a derecha ni a izquierda, ni esperar para ver si el ama de llaves la seguia, Isabella se apresuro atraves del laberinto de salones, confiando en su memoria para encontrar el camino de salida. La aterraba marchar pero igualmente la aterraba quedarse.

El frio aire antinatural la siguio mientras se abria paso a traves de los amplios salones. Apunalaba hacia ella como si la atravesara con una espada helada. Aranaba las heridas de su espalda, buscando la entrada a su alma. No pudo evitar un estremecimiento de miedo, y se imagino que oia el eco de una risa burlona. Mientras bajaba las largas y retorcidas escaleras, un ondeo de movimiento la siguio, y podria haber jurado que los retratos en las paredes la miraban. Las lamparas ardientes en los vestibulos llameaban con el extrano viento y salpicaban cerosas y macabras apariciones en el suelo, como si su adversario estuviera celebrando maliciosamente su partida con jubiloso deleite.

Sintio una sensacion retorcida en la region de su corazon cuando salio del castello al viento mordaz de los Alpes. Tomo un aliento de aire fresco y limpio. Al menos la horrorosa sensacion de algo malvado observandola habia desaparecido una vez puertas afuera. Hombres y caballos estaban esperando a que se uniera a ellos. Sin advertencia, los leones empezaron a rugir, desde todas direcciones… las montanas, el valle, el patio, y los intestinos del palazzo… creando un estrepito espantoso. El sonido fue horrendo y aterrador llenando el aire y reververando a traves del mismo suelo. Fue casi peor que la negra sensacion de dentro del castello.

Los caballos se espantaron, luchando con los jinetes, corcoveando y bufando, agitando las cabezas cautelosamente, sus ojos girando de miedo. Los hombres murmuraban a los animales en un intento de calmarlos. La nieve caia en firmes sabanas, convirtiendo a todo el mundo en momias fantasmales.

– Tiene bastante comida -La tranquilizo Sarina, ocultando rapidamente sus manos temblorosas tras la espalda-. Y puse balsamo en el paquete.

– Gracias de nuevo por su amabilidad -dijo Isabella sin mirarla. No lloraria. No habia razon para llorar. No le importaba nada el don. Aun asi, era humillante ser enviada lejos como si ella no importara en absoluto. Lo cual era cierto, supuso Isabella. Ya no tenia tierras ni titulo. Tenia menos que los sirvientes del castello. Y no tenia adonde llevar a su hermano enfermo.

Isabella ignoro la mano solicita de Betto y se subio ella misma a la silla. Su espalda protesto alarmantemente, pero el dolor alrededor de su corazon era mas intenso. Mantuvo su cara oculta a los otros, incluso agradecio la nieve que ocultaria las lagrimas que brillaban en sus ojos. Su garganta ardia de arrepentimiento y furia. De pena.

Decidida hinco los talones en su caballo y fijo el paso, deseando dejar el palazzo y al don lejos tras ella. No miro a los escoltas, fingiendo que no estaban presentes. Los leones continuaban rugiendo una protesta, pero la nieve, que caia mas rapida, ayudaba a amortiguar el sonido. Ella era consciente de que hombres y caballos estaban extremadamente nerviosos. Los leones cazaban en manada, ?verdad? El aliento abandono los pulmones de Isabella en una rafaga.

A menos que ese fuera el terrible secreto que tan bien guardaba el valle. Muchos hombres leales al nombre Vernaducci habian sido enviados para encontrar este valle en el interior de los Alpes, pero nunca habian regresado. Se murmuraba que Don DeMarco tenia un ejercito de bestias para guardar su guarida. ?Estaban cazando ahora? Los caballos daban toda indicacion de que habia cerca depredadores. El corazon de Isabella empezo a palpitar.

Don DeMarco habia actuado de forma extrana, pero seguramente no estaria tan molesto con ella como para quererla muerta. ?Que habia hecho para garantizar su salida del castello? No habia pedido al don que se casara con ella; habia sido el quien insistiera. Ella habia estado dispuesta a trabajar para el, le habia ofrecido su lealtad. ?Si simplemente habia cambiado de opinion sobre tomarla como esposa, la querria muerta?

Isabella miro al capitan de la guardia, intentando evaluar su nivel de ansiedad. Sus rasgos eran duros, petreos, pero urgia a los jinetes a mayor velocidad, y aparentemente todos los hombres estaban pesadamente armados. Isabella habia visto a hombres como el capitan antes. Lucca era un hombre semejante. Sus ojos se movian inquietamente recorriendo los alrededores, y montaba con facilidad en la silla. Pero montaba como un hombre que esperara problemas.

– ?Nos estan dando caza? -pregunto Isabella, su caballo cogio el paso de la montura del capitan. Fingia calma, pero nunca olvidaria del todo la vision de ese leon, su hambrienta mirada fija en ella.

– Esta usted a salvo, Signorina Vernaducci. Don DeMarco ha insistido en su seguridad por encima de todo lo demas. Nos jugamos la vida si le fallamos.

Y entonces los leones cayeron en el silencio. La quietud era extrana y aterradora, peor que los terribles rugidos. El corazon de Isabella palpito, y saboreo el terror en su boca. La nieva caia, volviendo el mundo de un blanco resplandeciente y amortiguando el ruido de los casco de los caballos sobre las rocas. En realidad, Isabella nunca habia visto nieve hasta que habia llegado a esas montanas. Era helada, fria y humeda contra su cara, colgando de sus pestanas y convirtiendo a hombres y monturas en extranas y palidas criaturas.

– ?Cual es su nombre? -Isabella necesitaba oir una voz. El silencio carcomia su coraje. Algo paseaba silenciosamente junto a ellos con cada paso que daban los caballos. Creia captar vislumbres de movimiento de vez en cuando, pero no podia divisar lo que podria ser. Los hombres habian cerrado filas, montando en apretada formacion.

– Rolando Bartolmei. -Ondeo la mano hacia el segundo hombre que montaba cerca-. Ese es Sergio Drannacia. Hemos estado con Don DeMarco toda nuestra vida. Crecimos juntos, amigos de infancia. Es un buen hombre, signorina-. La miro como intentando dejar claro ese punto.

Isabella suspiro.

– Seguro que lo es, signore.

– ?Tenia que marcharse tan rapidamente? La tormenta pasara pronto. Puedo asegurarselo, nuestro valle es bastante hermoso si le da una oportunidad. -El capitan Bartolmei miro otra vez al jinete de su izquierda. Sergio Drannacia estaba siguiendo cada palabra. Claramente, ninguno de los dos entendia por que ella se marchaba tan bruscamente, y estaban intentando persuadirla para que se quedara.

– Don DeMarco me ordeno abandonar el valle, Signore Bartolmei. No es por mi eleccion que me marcho en medio de semejante tormenta. -Su barbilla estaba alzada, su cara orgullosa.

El capitan intercambio una larga mirada con Sergio, casi incredula.

– Se le permitio entrar en el valle, signorina… un autentico milagro. Yo tenia la esperanza de que fuera capaz de ver mas de esta gran tierra. Nuestra gente es prospera y feliz.

Вы читаете La Guarida Del Leon
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату