Transilvania eran dos antiguas regiones situadas en lo que ahora es Rumania. Transilvania parecia mas montanosa, y Valaquia la rodeaba por el sudoeste. En las estanterias encontre lo que parecia ser la unica fuente informativa de primera mano que habia en la biblioteca sobre el tema, una extrana y breve traduccion inglesa de la decada de 1890 de unos folletos sobre «Drakula». Los folletos originales habian sido impresos en Nuremberg en las decadas de 1470 y 1480, algunos de ellos antes de la muerte de Vlad. La mencion de Nuremberg me produjo un escalofrio Unos pocos anos antes habia seguido muy de cerca los juicios de los lideres nazis. Por un ano no pude servir en la guerra antes de su finalizacion, por ser demasiado joven, y habia estudiado sus consecuencias con el fervor de los excluidos. El volumen que recopilaba los folletos tenia una ilustracion de portada, una tosca xilografia de la cabeza y los hombros de un hombre, un hombre con cuello de toro, ojos oscuros y hundidos, largo bigote, con un gorro provisto de una pluma. La imagen era sorprendentemente realista, teniendo en cuenta el primitivo medio.
Sabia que debia ponerme a trabajar, pero no pude evitar leer el principio de uno de los folletos. Era una lista de algunos de los crimenes cometidos por Dracula contra su propio pueblo, y tambien contra otros grupos. Podria repetir de memoria lo que ponia, pero creo que no lo hare. Era muy desagradable. Cerre con un chasquido el pequeno volumen y volvi a mi cubiculo. El siglo XVII consumio mi atencion hasta casi medianoche. Deje el extrano libro cerrado sobre mi mesa, con la esperanza de que su propietario lo encontraria alli al dia siguiente, y despues fui a casa y me acoste.
Por la manana tenia que acudir a una reunion. Estaba cansado de la larga noche, pero despues de clase bebi dos tazas de cafe y reanude mis investigaciones. El libro continuaba en el mismo sitio, abierto para mostrar el gran dragon remolineante. Despues de mi breve sueno y el desayuno a base de cafe, me produjo un sobresalto, como decian en las novelas antiguas. Volvi a examinar el libro, esta vez con mas detenimiento. No cabia duda de que la imagen era una xilografia, tal vez un dibujo medieval, un excelente ejemplo de diseno de libros. Pense que podria sacar un buen precio por el, y que tal vez seria de valor personal para algun estudioso, pues parecia evidente que no era un libro de biblioteca. Pero debido a mi estado de animo, no me gusto su aspecto. Cerre el libro con cierta impaciencia, y me sente a escribir sobre gremios mercantiles hasta bien entrada la tarde. Cuando salia de la biblioteca, me pare ante la mesa de recepcion y entregue el volumen, tras explicar lo sucedido. Uno de los bibliotecarios prometio que lo colocaria en el armario de objetos perdidos.
A la manana siguiente, cuando subi a las ocho a mi cubiculo para trabajar un poco mas en mi capitulo, el libro se hallaba de nuevo sobre mi escritorio, abierto por su unica y cruel ilustracion. Esta vez senti irritacion y pense que el bibliotecario me habia entendido mal.
Guarde al punto el libro en mi estanteria y me pase todo el dia sin echarle ni un solo vistazo. Al caer la tarde tenia una cita con el director de mi tesis, de modo que recogi mois papeles para revisarlos con el, saque el libro extrano y lo anadi a la pila. Lo hice guiad por un impulso. No era mi intencion quedarmelo, pero al profesor Rossi le gustaban los misterios historicos, y pense que podria divertirle. Cabia la posibilidad de que lo identificara, gracias a sus vastos conocimientos sobre historia de Europa.
Tenia la costumbre de reunirme con Rossi cuando terminaba su clase de la tarde, y me gustaba colarme en el aula antes de que finalizara, para verle en accion. Este semestre estaba dando un curso sobre el Mediterraneo antiguo, y ya habia pillado el final de varias clases, cada una brillante y teatral, cada una imbuida de su gran don para la oratoria.
Avance con sigilo hasta un asiento del fondo, a tiempo de oirle concluir una disertacion sobre la restauracion del palacio de Minos en Creta, llevada a cabo por sir Arthur Evans. El aula estaba poco iluminada, un enorme auditorio gotico con capacidad para quinientos alumnos. El silencio era digno de una catedral. No se movia ni un alma. Todos los ojos estaban clavados en la pulcra silueta de la parte delantera.
Rossi estaba de pie sobre un estrado iluminado. A veces paseaba de un lado a otro, exploraba ideas en voz alta como si reflexionara para si en la intimidad de su estudio. Otras veces se paraba de repente, dirigia a sus alumnos una mirada intensa, un gesto elocuente, una sorprendente declaracion. Hacia caso omiso del estrado, desdenaba los microfonos y jamas utilizaba notas, aunque de vez en cuando pasaba diapositivas, mientras daba golpecitos en la enorme pantalla con una vara para apoyar sus ideas. A veces se entusiasmaba hasta el punto de levantar ambos brazos y atravesar a grandes zancadas el estrado. Corria la leyenda de que, en una ocasion, habia caido al suelo embelesado por el florecimiento de la democracia griega, y despues se habia levantado sin perder la continuidad de su discurso. Nunca me atrevi a preguntarle si era verdad.
Hoy se le veia pensativo, y paseaba de un lado a otro con las manos a la espalda.
– Sir Arthur Evans, por favor no lo olviden, restauro en parte el palacio del rey Minos en Knossos a partir de lo que encontro alli, y en parte siguiendo los dictados de su imaginacion, su vision de la civilizacion minoica. -Alzo la vista hacia la boveda-. La documentacion era escasa, y casi todo eran misterios. En lugar de cenirse a una precision limitada, utilizo su imaginacion para crear un estilo de palacio global… y erroneo. ?Se equivoco por hacer esto?
Hizo una pausa, con una expresion casi melancolica mientras miraba por encima del mar de cabezas desgrenadas, pelos revueltos, cortes al cero, las a proposito desaseadas chaquetas y serias caras masculinas (recuerda que en esa epoca solo los chicos iban a universidades como esa, aunque tu, querida hija, es muy probable que puedas ir a donde te de la gana).
Quinientos pares de ojos le miraron.
– Dejare que reflexionen sobre esa pregunta.
Rossi sonrio, dio media vuelta con brusquedad y abandono la escena.
Todo el mundo respiro hondo. Los estudiantes se pusieron a hablar y a reir, recogiendo sus cosas. Por lo general, Rossi iba a sentarse al borde del estrado al acabar la clase, y algunos de sus discipulos mas avidos se abalanzaban hacia el para acosarle a preguntas, que el contestaba con seriedad y buen humor hasta que el ultimo estudiante se marchaba, y despues yo iba a su encuentro.
– ?Paul, amigo mio! Vamos a poner los pies en alto y hablar en holandes.
Me dio unas palmadas afectuosas en el hombro y salimos juntos.
El despacho de Rossi siempre me divertia porque desafiaba la convencion del estudio del profesor loco: libros colocados ordenadamente en los estantes, una pequena cafetera muy moderna junto a la ventana que alimentaba su vicio, su escritorio siempre adornado con plantas a las que nunca faltaba agua, y el siempre iba vestido de manera impecable con pantalones de tweed, camisa inmaculada y corbata. Su rostro era de impoluto molde ingles, de facciones afiladas e intensos ojos azules. En una ocasion me habia contado que de su padre, un toscano que emigro a Sussex, solo habia heredado el gusto por la buena comida.
Mirar la cara de Rossi era ver un mundo tan definido y ordenado como el cambio de guardia en el palacio de Buckingham.
Su mente era algo muy distinto. Incluso despues de cuarenta anos de estricto
autoaprendizaje, rebosaba de reliquias del pasado, hervia con los misterios por resolver. Su produccion enciclopedica le habia ganado desde hacia mucho tiempo alabanzas en un mundo editorial mucho mas amplio que el de las publicaciones academicas. En cuanto terminaba una obra iniciaba otra, a menudo un cambio brusco de direccion. Como resultado, estudiantes procedentes de una miriada de disciplinas iban en su busca, y yo me consideraba afortunado por haber logrado que me asesorara. Tambien era el amigo mas amable y afectuoso que he tenido nunca.
– Bien -dijo, al tiempo que enchufaba la cafetera y me indicaba con un gesto que tomara asiento-. ?Como va la obra?
Le informe sobre el trabajo de varias semanas, y sostuvimos una breve discusion acerca del comercio entre Utrecht y Amsterdam a principios del siglo XVII. Sirvio su excelente cafe en tazas de porcelana y ambos nos estiramos, el detras del enorme escritorio. Una agradable penumbra banaba la habitacion incluso a esa hora, mas tarde cada noche ahora que la primavera estaba avanzando. Despues recorde mi pieza de anticuario.
– Te he traido una curiosidad, Ross. Alguien se dejo por error un objeto bastante morboso en mi cubiculo, y al cabo de dos dias no me importo tomarlo prestado para que le echaras un vistazo.
– Damelo. -Dejo sobre la mesa la delicada taza y se inclino para coger mi libro-. Buena encuadernacion. Esta piel podria ser incluso una especie de vitela gruesa. Y un lomo repujado.
Algo relacionado con el lomo del libro le hizo fruncir el ceno.
– Abrelo -sugeri.
No pude comprender el leve desfallecimiento de mi corazon cuando espere a que repitiera mi propia experiencia con el libro casi en blanco. Se abrio bajo sus manos expertas en el centro exacto. Yo no podia ver lo