manera en que podia concentrarse en la fria mecanica de lo que le habia sido hecho a su cuerpo.
– Falta el utero. -Moore miro a Tierney.
El medico asintio.
– Ha sido extirpado.
Moore quito su mano del cuerpo y observo fijamente la herida, abierta como una boca. Ahora Rizzoli metia su mano enguantada, haciendo fuerza con sus cortos dedos para poder explorar la cavidad.
– ?No se extirpo nada mas? -pregunto.
– Solo el utero -dijo Tierney-. Dejo la vejiga y los intestinos intactos.
– ?Que es esto que siento aquf? Este nodulo duro, en el lado izquierdo -dijo ella.
– Es sutura. La utilizo para cerrar vasos sanguineos.
Rizzoli levanto la vista sorprendida.
– ?Esto es un nudo quirurgico?
– Ni mas ni menos que catgut -aventuro Moore, buscando la confirmacion de Tierney con la mirada.
Tierney asintio.
– La misma sutura que encontramos en Diana Sterling.
– ?Catgut? -pregunto Frost con voz debil. Se habia alejado de la mesa y ahora permanecia de pie en un rincon de la sala, listo para acudir al lavatorio-. ?Es… algo asi como una marca?
– No es una marca -dijo Tierney-. El catgut es una clase de hilo quirurgico hecho con intestinos de vaca o de oveja.
– ?Entonces por que se llama asi? -pregunto Rizzoli.
– Se remonta a la Edad Media, cuando se utilizaban cuerdas de intestino para los instrumentos musicales. Los musicos utilizaban un violin pequeno al que llamaban kit, y por eso las cuerdas se llamaban
– ?Y de donde habra sacado esta sutura? -Rizzoli miro a Moore-. ?Ubicaste su posible origen durante el caso Sterling?
– Es casi imposible identificar una fuente especifica -dijo Moore-. La sutura catgut es manufacturada por una docena de companias distintas, casi todas de Asia o de la India. Todavia se utiliza en algunos hospitales extranjeros.
– ?Solo en hospitales extranjeros?
– Hoy existen mejores alternativas -dijo Tierney-. El catgut no tiene la fuerza ni la duracion de las suturas sinteticas. Dudo mucho que los cirujanos estadounidenses lo esten utilizando hoy en dia.
– ?Y por que nuestro asesino la utilizaria?
– Para mantener su campo visual. Con el fin de controlar la hemorragia el tiempo suficiente como para ver lo que hace. Nuestro asesino es un hombre muy pulcro.
Rizzoli extrajo su mano de la herida. La palma enguantada ostentaba un diminuto coagulo de sangre, como un abalorio rojo.
– ?Cuan diestro es? ?Estamos lidiando con un medico? ?O con un carnicero?
– Lo que esta claro es que tiene conocimientos de anatomia -dijo Tierney-. No me cabe duda de que ya hizo esto antes.
Moore se alejo de la mesa, tratando de apartar el pensamiento de lo que deberia de haber sufrido Elena Ortiz, aunque incapaz de mantener las imagenes a raya. Las consecuencias yacian justo delante de el, mirandolo con los ojos abiertos.
Se volvio con un sobresalto cuando los instrumentos entrechocaron en la bandeja de metal. El asistente de la morgue habia empujado la bandeja hacia el doctor Tierney, preparado para la incision en Y. Ahora el asistente estaba inclinado hacia delante y escrutaba la abertura abdominal.
– ?Y que hace con el? -pregunto-. Una vez que arrebata el utero, ?que hace con el?
– No lo sabemos -dijo Tierney-. Los organos nunca fueron encontrados.
Dos
Moore estaba parado en la vereda del barrio del South End donde Elena Ortiz habia muerto. Alguna vez habia sido una calle de lugubres pensiones, un mugriento barrio periferico separado por las vias del ferrocarril de la mas cotizada mitad norte de Boston. Pero una ciudad en crecimiento es una criatura voraz, siempre en busca de nuevas tierras, y las vias del ferrocarril no constituyen una barrera para la mirada avida de los urbanistas. Una nueva generacion de bostonianos habia descubierto el South End, y las viejas casas de alquiler gradualmente fueron convertidas en edificios de apartamentos.
Elena Ortiz vivia en uno de esos edificios. A pesar de que la vista desde su segundo piso no era inspiradora - sus ventanas daban al lavadero de enfrente-, el edificio al menos ofrecia una valiosa comodidad dificil de encontrar en la ciudad de Boston: una cochera privada, medio oculta en el callejon adyacente.
Moore caminaba ahora por ese callejon, siguiendo con la vista las ventanas de los apartamentos superiores, preguntandose quien lo estaria mirando en ese momento. Nada se movia detras de los ojos vidriosos de las ventanas. Los inquilinos de este callejon ya habian sido interrogados; nadie habia podido dar informacion de valor.
Se detuvo bajo la ventana del bano de Elena Ortiz y levanto la vista hacia las escaleras de emergencia que llevaban a ella. El ultimo tramo de la escalera estaba replegado y asegurado en su posicion horizontal. La noche que Elena Ortiz murio, el auto de un inquilino estaba estacionado justo bajo las escaleras de emergencia. Huellas de zapatillas tamano cuarenta y uno fueron encontradas mas tarde sobre el techo del auto. El asesino lo habia utilizado como peldano para darse envion y alcanzar las escaleras de emergencia.
Vio que la ventana del bano estaba cerrada. No lo estaba la noche en que ella encontro a su verdugo.
Abandono el callejon y volvio hacia la entrada principal a fin de entrar en el edificio.
Las cintas protectoras de la policia colgaban como flojas serpentinas sobre la puerta del departamento de Elena Ortiz. Corrio el cerrojo y el polvo para huellas digitales se le pego a la mano como hollin. Una cinta suelta revoloteo sobre sus hombros cuando entro en el departamento.
El living estaba tal como lo recordaba desde su inspeccion del dia anterior junto con Rizzoli. Habia sido una visita desagradable, cargada de rivalidad latente. El caso Ortiz habia comenzado con Rizzoli como detective en jefe, y ella era lo bastante insegura como para sentirse amenazada por cualquiera que cuestionara su autoridad, en particular un policia varon y mayor que ella. A pesar de estar ahora en el mismo equipo, un equipo que se habia ampliado a cinco detectives, Moore se sentia como un intruso en su terreno, y habia tenido el cuidado de manifestar sus sugerencias en los terminos mas diplomaticos. No tenia ganas de embarcarse en una batalla de egos, aunque en eso se habia convertido. Ayer habia tratado de concentrarse en la escena del crimen, pero el resentimiento de Rizzoli pinchaba a cada momento la burbuja de su concentracion.
Unicamente ahora, solo, podia concentrar por completo su atencion en el departamento donde habia muerto Elena Ortiz. En el living noto un mobiliario mal combinado alrededor de una mesa ratona de mimbre. En un rincon habia una computadora, y en el piso una alfombra beige con un diseno de hiedras y flores rosadas. Nada habia sido movido desde el asesinato, nada habia sido alterado, segun Rizzoli. Las ultimas luces del dia empalidecian detras de la ventana, pero no encendio la luz. Se quedo alli por un largo rato, sin siquiera mover la cabeza, a la espera de que una quietud absoluta se apoderara del ambiente. Era la primera oportunidad que tenia para visitar a solas la escena, la primera vez que veia este cuarto sin voces ni caras vivas que lo distrajeran. Imagino que las moleculas de aire, apenas agitadas por su entrada, ya volvian a su imperceptible deriva. Queria que el cuarto le hablara.
No sintio nada. Ninguna sensacion de maldad, ninguna vibracion de terror.
El asesino no habia entrado por la puerta. Tampoco habia paseado por su recien conquistado reino de la muerte. Habia enfocado todo su tiempo y toda su atencion en el dormitorio.
Moore paso despacio por la diminuta cocina y enfilo hacia el pasillo. Sintio que los pelos de la nuca