multiples cabezas diminutas se alzaron airadas del oscuro interior, retorciendose y emitiendo un debilisimo siseo. Diagoras hizo una mueca de repugnancia. Heracles anadio:
– Y cuando lo abro… ?no me sorprendo tanto como tu si la verdad no es la que yo esperaba!
Volvio a cerrar el higo y lo coloco sobre la mesa. De repente, en un tono mucho mas tranquilo, similar al que habia empleado al comienzo de la entrevista, el Descifrador prosiguio:
– Los elijo personalmente en el comercio de un meteco del agora: es un buen hombre y casi nunca me engana, te lo aseguro, pues sabe de sobra que soy experto en materia de higos. Pero a veces la naturaleza juega malas pasadas…
La cabeza de Diagoras habia vuelto a enrojecer. Exclamo:
– ?Vas a aceptar el trabajo que te propongo, o prefieres seguir hablando del higo?
– Comprendeme, no puedo aceptar algo asi… -el Descifrador cogio la cratera y sirvio espeso vino no mezclado en una de las copas-. Seria como traicionarme a mi mismo. ?Que me has contado? Solo suposiciones… y ni siquiera suposiciones mias sino tuyas… -meneo la cabeza-. Imposible. ?Quieres un poco de vino?
Pero Diagoras ya se habia levantado, recto como un junco. Sus mejillas ardian de rubor.
– No, no quiero vino. Ni tampoco quiero quitarte mas tiempo. Ya se que me he equivocado al elegirte. Disculpame. Tu has cumplido con tu deber rechazando mi peticion, y yo con el mio exponiendotela. Que pases buena noche…
– Aguarda -dijo Heracles con aparente indiferencia, como si Diagoras hubiera olvidado algo mientras se marchaba-. He dicho que no puedo ocuparme de tu trabajo, pero si quisieras pagarme por un trabajo
– ?Que clase de broma es esta?
Las cabezas de los ojos de Heracles emitian multiples destellos de burla como si, en efecto, todo lo que hubiera dicho hasta ese instante no hubiera sido sino una inmensa broma. Explico:
– La noche en que los soldados trajeron el cuerpo de Tramaco, un viejo loco llamado Candalo alerto a todo el vecindario de mi barrio. Sali a ver lo que ocurria, como los demas, y pude contemplar su cadaver. Un medico, Aschilos, lo estaba examinando, pero ese inepto es incapaz de ver nada mas alla de su propia barba… Sin embargo, yo
Ni una sola de las multiples preguntas que surgieron en la cabeza de Diagoras obtuvo la minima respuesta por parte del Descifrador, que se limito a agregar:
– No hablemos del higo antes de abrirlo. Prefiero no decirte nada mas por ahora, ya que puedo estar equivocado. Pero confia en mi, Diagoras: si resuelvo
Enfrentaron las multiples cabezas del aspecto economico y llegaron a un acuerdo. Entonces Heracles indico que comenzaria su investigacion al dia siguiente: iria al Pireo e intentaria encontrar a la hetaira con la que Tramaco se relacionaba.
– ?Puedo ir contigo? -lo interrumpio Diagoras.
Y, mientras el Descifrador lo observaba con expresion de asombro, Diagoras anadio:
– Ya se que no es necesario, pero
Heracles Pontor se encogio de hombros y dijo, sonriente:
– Bien, considerando que el dinero es tuyo, Diagoras, supongo que tienes todo el derecho del mundo a ser contratado…
Y, en aquel instante, las multiples serpientes enroscadas bajo sus pies levantaron sus escamosas cabezas y escupieron la untuosa lengua, llenas de rabia [10] .
III [11]
Parece adecuado que detengamos un instante el veloz curso de esta historia para decir algunas rapidas palabras acerca de sus principales protagonistas: Heracles, hijo de Frinico, del demo de Pontor, y Diagoras, hijo de Jampsaco, del
Acerca de Heracles, diremos que [12]
Acerca de Diagoras [13]
Y, una vez bien enterado el lector de estos pormenores concernientes a la vida de nuestros protagonistas, reanudamos el relato sin perdida de tiempo con la narracion de lo sucedido en la ciudad portuaria del Pireo, donde Heracles y Diagoras acudieron en busca de la hetaira llamada Yasintra.
La buscaron por las angostas callejuelas por las que viajaba, veloz, el olor del mar; en los oscuros vanos de las puertas abiertas; aqui y alla, entre los pequenos cumulos de mujeres silenciosas que sonreian cuando ellos se acercaban y, sin transicion, se enseriaban al ser interrogadas; arriba y abajo, por las pendientes y las cuestas que se hundian al borde del oceano; en las esquinas donde una sombra -mujer u hombre- aguardaba silenciosa. Preguntaron por ella a las ancianas que aun se pintaban, cuyos rostros de bronce, inexpresivos, cubiertos de albayalde, parecian tan antiguos como las casas; depositaron obolos en manos temblorosas y agrietadas como papiros; escucharon el tintineo de las ajorcas doradas cuando los brazos se alzaban para senalar una direccion o un nombre: pregunta a Kopsias, Melita lo sabe, quizas en casa de Talia, Anfitrite la busca tambien; Eo ha vivido mas en este barrio, Clito las conoce mejor, yo no soy Talia sino Meropis. Y mientras tanto, los ojos, bajo parpados sobrecargados de tinturas, siempre entrecerrados, siempre veloces, moviles en sus tronos de pestanas negras y dibujos de azafran o marfil o rojizo oro, los ojos de las mujeres, siempre rapidos, como si solo en las miradas las mujeres fueran libres, como si solo reinaran tras el negror de las pupilas que destellaban de… ?burla?, ?pasion?, ?odio?, mientras sus labios quietos, las facciones endurecidas y la brevedad de las respuestas ocultaban sus pensamientos; solo los ojos fugaces, penetrantes, terribles.
La tarde se agotaba sin pausas sobre los dos hombres. Por fin, Diagoras, frotandose los brazos bajo el manto con gestos veloces, decidio hablar:
– Pronto llegara la noche. El dia ha transcurrido muy rapido. Y aun no la hemos encontrado… Hemos preguntado, por lo menos, a veinte de ellas, y solo hemos recibido indicaciones confusas. Creo que intentan ocultarla, o enganarnos.
Siguieron avanzando por la estrecha calle en pendiente. Mas alla de los tejados, el ocaso purpura revelaba el final del mar. La multitud y el frenetico ritmo del puerto del Pireo quedaban atras, tambien los lugares mas frecuentados por aquellos que buscaban placer o diversion: ahora se hallaban en el barrio donde
– Al menos, tu conversacion resulta distraida -dijo Diagoras sin molestarse en disimular su irritacion. Le parecia que llevaba horas hablando solo; su companero se limitaba a caminar, grunir y, de vez en cuando, dar buena cuenta de uno de los higos de su alforja-. Me encanta tu facilidad para el dialogo, por Zeus… -se detuvo y volvio la cabeza, pero solo el eco de sus pasos les seguia-. Estas callejuelas repugnantes, atiborradas de basura y mal olor… ?Donde esta la ciudad «bien construida», como define todo el mundo al Pireo? ?Es este el famoso trazado «geometrico» de las calles que, segun dicen, elaboro Hipodamo de Mileto? ?Por Hera, que ni siquiera veo inspectores de los barrios,
– No me pagas para que hable, Diagoras -dijo Heracles con suprema indiferencia.