?Me has sorprendido! — exclamo —. ?Sientate! Apenas te tienes de pie. Pero, ?como es eso? Siempre decias: «Lo unido por Dios, no sera separado por el hombre». ?Dejemos eso? Perfecto. Me alegro. ?Has vuelto a casa de tu padre?

— Mi padre no sabe nada. Ademas, Zurita me encontraria alli y me obligaria a regresar. Pero en casa de una amiga.

— Y… ?y que piensas hacer en adelante?

— Laborar en la fabrica. Olsen, precisamente he venido a pedirte ayuda en ese aspecto… El trabajo que sea, no importa.

Olsen meneo la cabeza preocupado:

— Tu sabes lo dificil que es eso ahora. Pero procurare, no cabe duda. — Y, tras meditar, inquirio-: ?Que opinara de esto tu esposo?

— No quiero saber nada de el.

— Pero el marido querra saber donde esta su esposa — exclamo Olsen esbozando una sonrisa —. No te olvides que estas en la Argentina. Zurita te buscara y entonces… Tu misma sabes que no te dejara tranquila. La ley y la opinion publica estan de su parte.

Lucia quedo pensativa y, pasado un instante, dijo con firmeza:

— ?Bueno! En ese caso me marchare para Canada, para Alaska…

— ?A Groenlandia, al Polo Norte! — Y ya pasando a un tono mas serio-: Rumiaremos esto debidamente. De todos modos, a ti no te favorecen estos «aires». Yo tambien hace mucho que quiero irme de aqui. ?Que he venido a buscar a esta America Latina? Es una lastima que no hayamos podido huir entonces. Zurita nos adelanto, te rapto y perdimos los pasajes y el dinero. Supongo que ahora tampoco podras costearte el pasaje hasta Europa, lo mismo que yo. Si conseguimos — y hablo en plural porque no me separare de ti hasta que no te deje en un lugar donde no corras peligro alguno —, si conseguimos llegar al vecino Paraguay o, mejor aun, al Brasil, a Zurita le va a ser mas dificil encontrarte, y tendremos tiempo para prepararnos y dar el siguiente salto a Estados Unidos o a Europa… ?Sabes que el doctor Salvador esta preso junto con Ictiandro?

— ?Ictiandro? ?Aparecio? ?Por que esta en la carcel? ?Podre verlo? — acoso a preguntas a Olsen.

— Si, Ictiandro esta preso, y puede volver a convertirse en esclavo de Zurita. Es un proceso absurdo y una acusacion absurda contra Salvador y el joven Ictiandro.

— ?Es horrible! ?Y no se le puede salvar?

— He tratado de hacerlo, pero sin exito. Pero inesperadamente resulto ser nuestro aliado el celador de la carcel. Esta noche liberaremos a Ictiandro. Acabo de recibir dos breves notas: una de Salvador y la otra del celador.

— ?Quiero ver a Ictiandro! — dijo Lucia —. ?Puedo ir contigo?

Olsen reflexiono.

— Pienso que no — respondio —. Seria preferible evitarlo.

— Pero, ?por que?

— Porque Ictiandro esta enfermo. Esta enfermo como persona, y sano como pez…

— Explicate.

— Ictiandro no podra volver a respirar aire. ?Te imaginas que sucedera si te ve? Para el sera gravisimo, y, posiblemente, para ti. Ictiandro va a querer verte, y la vida al aire le perjudicara definitivamente.

Lucia agacho la cabeza.

— Si, tal vez tengas razon… — susurro pensativa.

— El y el resto de los humanos tienen por medio un obstaculo infranqueable: el oceano, Ictiandro esta condenado. A partir de ahora el agua sera su unico medio de vida.

— ?Pero como va a vivir alli? Solo en el inmenso oceano: ?un hombre entre peces y monstruos marinos?

— El fue dichoso en ese medio submarino hasta que…

Lucia se ruborizo.

— Ahora ya no sera, naturalmente, tan feliz como antes…

— Basta, Olsen — articulo con profunda tristeza Lucia.

— El tiempo lo cura todo. Tal vez recupere el sosiego perdido, y vivira entre peces y monstruos marinos. Y si no se lo come un tiburon antes de tiempo, vivira hasta la vejez, hasta las canas… ?Y la muerte? La muerte es igual en todas partes…

Se venia encima el crepusculo y la habitacion habia quedado casi a oscuras.

— Ya es hora — dijo Olsen levantandose. Lucia lo imito.

— ?Podre verlo desde lejos? — inquirio la joven.

— Si, como no. Pero con la condicion de que no descubras tu presencia.

— Te lo prometo.

Habia oscurecido por completo cuando Olsen, disfrazado de aguatero, entro en el patio de la carcel. El guardian le dio el alto:

— ?A donde va?

— Llevo agua de mar para el «demonio» — repuso Olsen como le habia dicho el celador.

Todos los guardianes sabian que en la penitenciaria habia un insolito recluso — el «demonio marino» —, que se encontraba en un tanque lleno de agua de mar, pues la de rio no la soportaba. El agua se la cambiaban de vez en cuando, transportandola en un gran tonel, montado en una carreta.

Olsen llego al edificio de la carcel, doblo la esquina, donde se encontraba la cocina y la entrada para los empleados. El celador ya lo habia preparado todo. A los guardianes, que generalmente se encuentran en los pasillos y a la entrada, los habia retirado valiendose de diversos pretextos. Ictiandro, acompanado por el celador, salio sin problemas de la carcel.

— ?Salta rapido al tonel! — dijo el celador.

Ictiandro no se hizo esperar.

— ?Arranca!

Olsen fustigo a la bestia, salio del patio de la carcel y siguio lentamente por la calle.

A cierta distancia, una sombra de mujer seguia a la carreta.

Cuando Olsen salio del casco urbano era ya completamente de noche. El camino iba por la orilla del mar. El viento arreciaba. Las olas se estrellaban contra las rocas produciendo un ruido imponente.

Olsen miro alrededor. Se cercioro de que en el camino no habia nadie. Pero vio en la lejania los faros de un automovil que se aproximaban veloces. «Dejemosle pasar».

Pitando y ofuscando con su luz, el vehiculo paso veloz hacia la ciudad y desaparecio en la lejania.

— ?Ya es hora! — Olsen se dio la vuelta y le hizo una sena a Lucia para que se escondiera. Despues golpeo el tonel y grito-: ?Hemos llegado! ?Puedes salir!

Del tonel aparecio una cabeza.»

Ictiandro miro alrededor, salio rapido y salto a tierra.

— ?Gracias, Olsen! — dijo el joven, estrechando con la mano mojada la del gigante.

La respiracion de Ictiandro parecia la de un asmatico durante la crisis.

— No hay de que. ?Adios! Andate con mucho cuidado. No te aproximes a la costa. Alejate de la gente, no vayas a caer otra vez en la esclavitud.

Ni Olsen sabia las orientaciones que Ictiandro habia recibido de Salvador.

— Si, si — dijo Ictiandro jadeante —. Me ire muy lejos, hacia las tranquilas islas coralinas adonde no llega ni un barco. ?Gracias, Olsen! — Y el joven corrio hacia el mar.

Ya en la misma orilla se volvio de subito y grito:

— ?Olsen! ?Olsen! Si algun dia ve a Lucia transmitale mis saludos y digale que siempre la recordare…

El joven se zambullo y grito:

— ?Adios, Lucia! — y se sumergio.

— ?Adios, Ictiandro…! — respondio muy quedo Lucia, quien se hallaba tras de una roca.

El viento arreciaba y habia alcanzado tal fuerza que casi derribaba a los transeuntes. El mar bullia, estrellabanse las olas con estrepito contra las rocas.

Una mano apreto la de Lucia.

— ?Vamonos, Lucia! — se oyo la carinosa voz de Olsen.

El la saco al camino.

Lucia miro otra vez al mar y, apoyandose en el brazo de Olsen, se dirigio a la ciudad.

Salvador cumplio su condena, regreso a su finca y volvio a enfrascarse en la labor cientifica. Se esta preparando para realizar un largo viaje.

Cristo sigue sirviendo en casa de Salvador.

Zurita adquirio una nueva goleta y pesca perlas en el golfo de California. Y aunque no es el mas rico de America, no tiene motivos para lamentarse de la suerte. Los extremos de su bigote, como la aguja del barometro, marcan alta presion.

Lucia se separo del marido y se caso con Olsen. Ellos pasaron a Nueva York y se colocaron en una fabrica conservera. En el litoral del golfo de La Plata ya nadie recuerda al «demonio marino».

Sin embargo, en las sofocantes noches de verano siempre aparece algun viejo pescador que, al oir un ruido extrano en el silencio de la noche, dice a los jovenes:

— Asi hacia sonar su caracola el «demonio marino» — y con esto induce a evocar leyendas sobre el.

En Buenos Aires habia un hombre que no podia olvidara Ictiandro.

Toda la muchachada capitalina conoce a ese viejo medio loco, a ese indio pobreton.

— ?Ahi va el padre del «demonio marino»!

Pero el indigena no presta atencion a las chungas de los muchachos.

Al encontrar a Zurita el viejo siempre se vuelve, escupe, y lo maldice.

No obstante, la policia no importuna al viejo Baltasar, pues padece paranoia melancolica y no perjudica a nadie.

Pero cuando el mar se enfurece, el viejo indio deviene presa de extraordinaria inquietud.

Corre hacia la orilla y, arriesgandose a que se lo lleven las olas, se pone a gritar dia y noche al borde del acantilado, hasta que la tormenta amaine:

— ?Ictiandro! ?Ictiandro! ?Hijo mio…!

Pero el mar guarda celosamente su secreto.

FIN
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